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30 de septiembre de 2013

Lavazza. Murcia, 28 de septiembre de 2013.

En una ciudad como Murcia, con un El Corte Inglés (en adelante, ECI) de los de toda la vida, no se entendió muy bien que abrieran hace unos años otro centro, cerca de la autovía, un poco a desmano de todo, donde solo le viene bien a las hordas de alicantinos que nos invaden todos los 9 de octubre.
Tengo que decir que no me desagrada este mamotreto, incluso por la noche tiene su cierta gracia. Está lleno de pasillos y pasillos sin utilizar, que parece que iban a ir destinados a poblarlos de tiendas o locales de restauración donde sacarnos los cuartos, pero que no se sabe bien si por la crisis o por la cercanía del Thader y la Nueva Condomina, o por las dos cosas, se han quedado con la pared echada. Este centro comercial ECI El Tiro, así se llama, comparte con el de Elche los pocos clientes que pueblan sus pasillos y el no tener excesivo número de empleados, lo cual está bien siempre que no vayas decidido a comprar. Con los empleados del ECI he sufrido una transformación, en este lo noto menos ya que casi todos son de nueva hornada, y ya casi prefiero a sus empleadas con 40 años de profesión, con más laca que Margaret Thatcher, a los empleados hipsters de Jack&Jones o a los llenos de piercings de Pull; me gusta el empleado viejuno.
La cafetería que hay dentro de ECI es una mierda, sirven una café digno de Mordor, que no se entiende como luego tienen la cara de venderte todas esas máquinas de diseño tan bonitas para tomar café en casa. Cada vez que paso por delante me indigno y me entran ganas de entrar recortada en mano, imitando la escena gloriosa de El día de la bestia, donde se cargan a los reyes magos y siembran el caos entre los clientes de ECI de Callao. Me sobran los motivos, ya que el pastel de carne que venden en este sitio también es de juzgado de guardia. El tema es que aquí no se puede tomar café.
Ya he dicho que el centro está plagado de espacios vacíos, pero en el extremo de uno de esos pasillos, casi borgianos, hay un breve amago de iniciativa comercial. Así que, cuando venimos a desayunar a este lugar, vamos a la única cafetería que hay, además de la mencionada. Se llama Lavazza y está en una especie de rotonda, junto a los cines, donde casi nunca hay nadie y el mismo trabajador te vende la entrada y te la corta, un Wok que ya abrió cerrado, un kebab con un rulo (siempre el mismo) girando eternamente, y otro bar del que mi memoria no guarda recuerdo.
Los clientes habituales del Lavazza suelen ser empleados del lugar, o algún padre que se sienta allí a esperar a que su hijo se descalabre, ya que hay un miniparque infantil pegado a la cafetería. Esta vez cuando llegamos estábamos solos, que no es una mala cosa en este sitio donde siempre tardan un montón en preparar el café. Tienen la extraña costumbre de no empezar a hacer el café hasta que no esta totalmente atendido el cliente anterior, creando a veces unas tardanzas absurdas. Mientras esperábamos en la barra, ya que no tienen servicio de mesa, apareció un vendedor de cupones de la ONCE, que se dedicó en explicarle a la camarera de forma puntillosa todo su día de ayer y cómo consiguió averiguar los cupones vendidos a lo largo del mismo. Esbozó en una servilleta una increíble formula matemática, ante el asombro de los presentes, que consistía en restar al total de cupones que tenía en su poder al principio del día los que tenía al final, dando como resultado los vendidos. Cuando nos íbamos, llegó un padre acompañado de las niñas del resplandor, que ante la pregunta de qué iban a tomar respondieron a una sola voz: NAPOLITANA DE CREMA.
El café del lugar esta bastante bueno y la bollería del lugar tampoco está nada mal. El precio del desayuno es fijo y tienen variedad donde elegir. Ana pidió café con leche con un hojaldre de manzana y canela, que alabó varias veces, y yo pedí café con leche, con sacarina, y napolitana de chocolate, algo pansía (murcianismo al canto), pero comible.  
Muchacha esperando la próxima película de Nicolas Cage
PUNTUACIÓN:
ENTORNO 8 SERVICIO 7 CALIDAD 7 PRECIO 1,80€

24 de septiembre de 2013

La Repostería. Elche, 20 de septiembre de 2013


Este viernes los hados me han permitido alejarme de mi entorno habitual de desayunos y pasear hasta un lugar al que me apetecía mucho ir desde que un día, yendo a algún sitio ilicitano, vi a través de sus cristaleras a la camarera que, vestida de negro y parca en sonrisas, solía ponerme el café pre-clases en la escuela de idiomas de Elche. La Repostería tiene un aspecto fino y juvenil, y sentía curiosidad por ver cómo encajaba la seriedad de esta camarera en un ambiente algo más rococó que la utilitaria cafetería de la EOI. Pero han pasado meses desde que vislumbré a la chica tras el cristal y hoy, al entrar en la Repostería, no la he visto.

La cafetería hace picoesquina en un cruce de intenso tráfico humano, perruno y automovilístico, debido a que se encuentra en una zona céntrica de Elche. Tiene una hermosa terraza cubierta por un toldo de los caros y por un momento pensé en sentarme ahí, pero el sol estaba levantándose en esos momentos y el toldo nada podía hacer por proteger a los pocos clientes que soportaban estoicamente la luz y el calorcito mañanero. Preferí sentarme en el interior, así que entré y encontré que una barra/expositor-de-productos-apetitosos dividía el local en dos, lo que obliga al cliente a dirigirse al norte o al sur, pues el sol saliente queda a la espalada del visitante. Con la esperanza de aparentar naturalidad, me dirigí sin pensar a la primera mesita que vi libre, junto a la cristalera sur. Es agradable mirar a la gente pasar desde el interior de una cafetería. Una camarera ataviada con un largo delantal como de restaurante moderno y/o italiano acude en seguida, pero yo ya he hecho mis deberes y he observado con detalle la oferta de repostería, que es más abundante en su versión salada que dulce. Éste es uno de esos sitios donde se habla con voz bajita, de modo que, hablando abonico, pido un café con leche, con sacarina por favor, y una napolitana de crema. Mientras me lo traen ojeo el periódico que acaba de abandonar un vecino de mesa y me entero de las condiciones leoninas que la Conselleria d'Educació impone a los beneficiarios de las ayudas para libros. 
El disgusto se suaviza ligeramente cuando me traen el desayuno: no se han olvidado de la sacarina, el café viene servido en una taza con uno de esos mensajes positivos que tan de moda se han puesto últimamente y la napo, acompañada de cuchillo y tenedor, cosa que agradezco porque, para desilusión mía, está cubierta del glaseado pegamentoso y supongo que comestible con que se decoran cruasanes, napolitanas y similares en algunas confiterías, glaseado que se adhiere a los dedos y comisuras de la boca y resulta muy difícil de eliminar con una simple servilleta. Todo está muy rico. Miro el menú y descubro que varios dulces están aromatizados con vainilla de Tahití, que, como todos sabemos, no tiene parangón en el universo de la vainilla. El menú del día también me resulta apetecible y pienso que le propondré a G venir a comer aquí un día de éstos. La decoración me gusta: donde no hay cristal, las paredes están cubiertas de paneles de madera pintada de blanco con molduras algo versallescas; las lámparas tienen aires de candelabro, pero modernizados y en mi camino al aseo por el ala norte del local descubro una bancada acolchada de pseudo-piel blanca adosada a la cristalera. Esta estética, unida al hecho de que la clientela es muy semejante a mí, esto es, treintañeras con tiempo libre a las 9 de la mañana de un viernes, me hace pensar en la Maria Antonieta de Sofia Coppola. Un grupo de zíngaros sentados en la terraza aporta el toque multicultural y suaviza la cursilería de la vainilla de Tahití. Y para colmo, está cerca de donde trabaja mi amiga C, con la que ya he planeado un encuentro repostero próximamente.

PUNTUACIÓN:
ENTORNO 9 SERVICIO 8 CALIDAD 8 PRECIO 2,80€

11 de septiembre de 2013

Dríadas. Elche, 9 de septiembre de 2013

El día de hoy me tenía preparadas, ya al amanecer, dos modificaciones de los hábitos desayuno-alimenticios adquiridos durante el verano: no he desayunado en Murcia, sino en Elche, y no he desayunado con G, sino con P. Había previsto llevar a cabo tal tarea a las 9:30, pero P ha asegurado que de ninguna manera podría esperar hasta esa hora y que su vida corría peligro si no se alimentaba a las 8:15, de modo que me he visto obligada a modificar caritativamente mis planes adelantando la hora de desayuno en un gesto que, así lo creo, me honra. El lugar escogido ha sido un nuevo café-bar con el evocador nombre de Dríadas, que cuenta con una amplia terraza con vistas al Corte Inglés ilicitano y al que he acudido como cliente por vez primera. Debido a la temprana hora, la temperatura en el exterior era muy agradable, así que no hemos dudado en sentarnos fuera. Las sillas eran especialmente cómodas, pues el respaldo no era rígido, sino que estaba formado por un trenzado ligeramente flexible que recogía muy bien la espalda y sus posibles imperfecciones. Un camarero ha acudido presto para preguntar qué queríamos tomar. A pesar de que en la puerta del Dríadas indica que se trata de una cafetería-bollería-pastelería, ante nuestra pregunta sobre la oferta de bollería el semblante del camarero se ha ensombrecido al afirmar que sólo tenían croissants. He optado por el clásico: café con leche con sacarina, por favor, y media con tomate. En esta ocasión me he tomado la libertad de indicar "con pan recién hecho, a ser posible", pretendiendo hacer una broma con otro cartel de la fachada donde se leía que el pan del sitio tenía esa característica, broma que, lo confieso, no ha surtido efecto. Además, desde un punto de vista antropológico, no tiene sentido hacer tostadas con pan recién hecho: es un derroche de pan y una forma de vivir por encima de nuestras posibilidades. P, que no es bebedor de café, ha pedido otra media con tomate y un zumo de naranja.
Mientras los desayunos se elaboraban, he echado un vistazo al interior del local y me he topado con un mobiliario algo extravagante, dictado con toda probabilidad por la temática feérica dominante: en lugar de un tradicional San Pancracio con su moneda de 25 pesetas, en el estante que había junto a la cafetera podían verse unas figurillas de hadas o dríades o tal vez hamadríades (soy consciente de mi pedantería al afirmar que la transcripción correcta del término griego es "dríades" y no "dríadas"); bajo ese estante colgaban unas bolsas de tela de colores de cierto tamaño cuyo contenido no me ha sido revelado, pero que bien podían ser los recipientes de las distintas hierbas y raíces con las que la maga Morgana preparaba sus pócimas; justo enfrente de la barra, unas mesas se alineaban al lado de la pared con unas sillas intolerables, como puede comprobarse en la foto correspondiente; y como decoración, un cartel que P generosamente ha comparado con los de Toulouse-Lautrec.

El regreso al exterior y a la terraza me deparaba, por fortuna, un estupendo desayuno. Café bueno, sacarina sin necesidad de pedirla dos veces, tostada grande y consistente, quizá algo escasa de tomate. El zumo que ha bebido P era bastante abundante también y, al estar servido en un vaso alto, venía acompañado de una de esas cucharillas muy largas que sólo se ven en las heladerías. Teníamos bastantes cosas de que hablar, pero aún así hemos cogido el periódico para ojearlo porque estaba intacto, tan nuevo y tan poco arrugado y/o manchado que era una pena no toquetearlo un poco. No hemos pasado de las primeras páginas y lo único que recuerdo haber comentado es lo bonito que me resulta el logo de Tokio 2020. En un momento dado, nos hemos sentido llamados por nuestros quehaceres profesionales, así que hemos pedido la cuenta, que no nos ha parecido ni cara ni barata, y nos hemos marchado sin que ningún otro cliente, durante toda nuestra estancia, nos hiciera compañía en la terraza.

Actualización: Hoy miércoles he vuelto a desayunar en Dríadas, esta vez en soledad, y he sido invitada a la media con tomate porque es el "día del espectador". No puedo estar más a favor de medidas como ésta en el negocio de los desayunos. A partir de ahora, el miércoles será mi FreeToastDay.



PUNTUACIÓN:
ENTORNO 5 SERVICIO 7 CALIDAD 8 PRECIO 2,10€

6 de septiembre de 2013

Valkiria. Elche, 6 de septiembre de 2013

Polo de Ana sobre sector V
Hoy en desayuneros viajeros, Elche. Y voy a desayunar, esta vez sin Ana, en la zona del sector V. Si alguna vez, querido lector, vienes por Elche, este barrio te lo puedes saltar sin ningún tipo de remordimiento, yo no puedo evitarlo ya que trabajo aquí, pero no me disgusta y además sus portales me proveen de esa lectura que tanto nos gusta a los funcionarios, los folletos del Media Markt. Hay una densidad de cafeterías que apabulla, de ellas he recorrido muchas, son siete los años pateando las aceras en mi media hora sagrada del desayuno (alabado sea Dios), y a otras iré próximamente. Normalmente voy a la misma durante un tiempo y luego ya no suelo volver. El momento de levantar para siempre el culo de la cafetería suele ser por pequeñas tonterías que me desesperan: puede ser que me hagan una broma en plan coleguita, o que alguien en la cafetería empiece alguna frase con “te comento…”, una de las cosas que más odio en el mundo, o que ya no estén los camareros que me gustan, o que coincida con la desagradable compañía de algún “compañero” de trabajo. En fin, cualquier gilipollez por el estilo.

Este último par de meses he estado desayunando en Valkiria. No sé a quién se le habrá ocurrido este nombre tan horrible, perfecto para cualquier treinteañera desesperada buscando lío en los chats de los albores de Internet, pero desde luego no me cuadra nada con el sitio, que no es del todo nuevo para mí, ya que también venía aquí hace algunos años cuando se hacía llamar Boston. Es una cafetería con una terraza agradable y con un interior anodino, con mobiliario de chiringuito y con camareros anodinos y de chiringuito. Hoy he decidido que ya estoy harto del lugar y no voy a volver más, la señal ha sido que ya me traen el desayuno sin tener que pedir, conforme ven aparecer mi careto a lo lejos, y eso me genera una sensación de familiaridad que no me gusta. Y también, que quiero entrar al sitio de enfrente, una triste cafetería llamada Yogurymas, en la que nunca hay nadie, sin sentirme incómodo. Hoy mientras desayunaba he visto que estaban poniendo una alarma antirrobo en el Yogurymas, acaban de perder la oportunidad de que entre alguien.

La clientela del Valkiria suele estar formada por madres, con o sin carricoche, que intercambian conversaciones entre mesas y con los camareros, normalmente a grito pelado. Por lo general me molestaría si estuviera leyendo el periódico, pero en este sitio no he conseguido nunca ver ninguno del día, siempre están atrasados. Así que mientras cruzan sobre mí conversaciones, me dedico a poner el dedo en modo limpiaparabrisas sobre el móvil.
Hoy compartía terraza por un lado con una madre con la cara de David Foster Wallace, cuando estaba todavía vivo, obviamente, y con su hija. La hija, una mezcla entre la madre y la cantante que se comió a la niña Pastori, llevaba un atuendo loco, no me atrevo a decir si preparado o no, coronado por una camiseta de Slayer, que realmente me parecía digno en su locura de aparecer en cualquier revista de Flipboard.
En otra mesa había un jubilado con un cigarrillo perenne en la comisura de los labios, supongo que apagado, y una bolsa con envases vacíos encima de la mesa, que prestaba atención a todo lo de su alrededor. Sin girar la cabeza, solo con leves movimientos de orejas.
También tenía a mi lado un grupo de cuatro. Dos niños extragrandes, con dos mujeres que supongo que serían sus madres, hablando de algo que les hacía mucha gracia y de los que solo pude percibir palabras sueltas: cuevas, charco, cuevas, zumba, yo os mato. Uno de los niños llevaba una camiseta del Elche, más falsa que las balas del Equipo A, con una gran mancha de algo parecido a granada. También se reían mucho del sonido que venía del primer piso encima de la cafetería, alguien estaba soplando la flauta de manera furibunda. Este Jack el Destripador de las semicorcheas no se dio a conocer.


Normalmente suelo tomar cortado con sacarina y media integral con tomate. El café de aquí ni fu ni fa, el pan con sabor a suela de zapato (he mordido uno para documentarme) y el aceite, contiene algo parecido a agua rebajada con aceite de colza.
PUNTUACIÓN:
ENTORNO 6 SERVICIO 6 CALIDAD 3 PRECIO 1,80€

1 de septiembre de 2013

Bocadillón. Murcia, 1 de septiembre de 2013

¿Cuál es el único local de Murcia en el que un bocadillo antropomorfo y calzado con zapatillas recibe a los clientes con una sonrisa? Obviamente, Bocadillón. Vamos a desayunar allí con relativa frecuencia. Es de los pocos bares cercanos a la Universidad que abre los domingos por la mañana y tiene una agradable terraza que a esa hora está a la sombra. No obstante, preferimos sentarnos en el interior porque nos resulta más agradable el frescor artificial del aire acondicionado y tiene grandes cristaleras que permiten ver sin problemas lo que acontece en la rúa. Esta mañana no había casi paseantes, parecía un domingo de agosto más. Sin embargo, la terraza de Bocadillón estaba llena de jóvenes, probablemente estudiantes que han acudido a las salas de estudio de la Uni ante la llegada inminente de los exámenes. A través de las cristaleras pude ver a dos chicas con sandalias étnicas que hablaban muy rápido entre sí, y a un grupo de chicos equipados con mochilas, de los cuales uno tenía un aire angustiado y otro se parecía al asesino de The Fall.
El local es muy luminoso y alberga un habitáculo, también acristalado, en cuyo interior los clientes podemos ver a un cocinero que se afana en preparar lo que prepare. Sobre la barra hay unos divertidos murales llenos de dibujos donde se indica el nombre de los diversos bocadillos que se ofertan y más bocadillos antropomorfos intercambian chistes entre sí.
Escogimos una mesa junto a la pared acristalada y yo me senté en el peor sitio posible, pues a los cinco minutos me estaba dando el sol en la cara. Como ya sabemos que aquí suele haber prensa del día, G hace una breve expedición por las mesas y la barra para hacerse con algún periódico. Vuelve con un botín no despreciable: un Mujerhoy de ayer para mí y otro de la semana pasada para él. El camarero viene rápidamente. Pedimos lo de siempre: café con leche (con sacarina, por favor) y media con tomate. Normalmente, soy yo la que detalla lo que quiero para desayunar y G se limita a decir "lo mismo para mí". Considero que es un error, y así se lo he hecho notar esta mañana, pues mi experiencia me ha enseñado que los camareros sólo traen sacarina a aquella persona que lo pide explícitamente. Esta misma mañana hemos podido comprobarlo: sacarina para mí, aunque entregada in extremis, apenas una milésima de segundo antes de que se lo recordara; azúcar para G. Este desayuno recibe en Bocadillón el nombre de Desayuno Express, e incluye, además del café y la tostada, un trocito de bizcocho, que nos comimos antes de hacer la foto, y un chupito de zumo de naranja. Lo cierto es que aún no sé si estos dos mini-complementos me gustan o no, aunque creo que la balanza se inclina más hacia el no. La tostada, de pan no muy bueno, es bastante grande. En una ocasión pedí una tostada entera y tuve dificultades para acabarla. La aceitera estaba muy limpia y tenía ese sistema anti-goteo del que me declaro fan. 
La lectura de Mujerhoy no me aportó gran cosa, así que la dejé de lado y ojeé el menú, que aquí siempre me resulta entretenido. Todos los bocadillos se ofertan en tres tamaños, indicados en centímetros, y tengo la impresión de que las ensaladas serán maxi-ensaladas, como la que George le compró a Elaine, pero aún no he tenido ocasión de comprobarlo. Cada vez que venimos a desayunar, nos hacemos el firme propósito de volver algún día a otra hora, pero en cuanto pagamos y salimos por la puerta, lo olvidamos por completo.






PUNTUACIÓN:

ENTORNO 6 SERVICIO 7 CALIDAD 6 PRECIO 1,70€