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19 de agosto de 2014

Ακρογιάλη. Stoupa, 24 de julio de 2014.

Las casas-torre típicas del Mani en Kardamyli.
Una de las cosas que detesto de los pueblos llamados bonitos son las tiendas de artesanía, esos espacios llenos de cosas inservibles a no ser que preveas matar a tu vecino de un cenicerazo con la imagen de la virgen del lugar. Kardamyli está lleno de ellas. Un pueblo muy bonito, pero demasiado pijo, con terrazas con camareros estiraos, ingleses trajeados y cafés a precios parisinos.
Nuestro objetivo del día es rodear la península del Mani y llegar en la tarde a Githio. Una de las características común a todos los pueblos de la región son las casas torre que llenan cada uno de ellos; al ser de piedra a veces se confunden con el terreno, a lo lejos parecen centinelas vigilando el paisaje. Una sucesión de acantilados y playas de guijarros es nuestro horizonte de hoy.
Como hemos madrugado, a las 08:30 ya estábamos en Stoupa, pueblo no tan pintoresco como Kardamyli, pero igual de bonito.  Llegamos con la preocupación de tener la aguja de la gasolina posicionada sobre la raya del cero, pero la inquietud se nos pasa cuando bajamos a la playa del pueblo. Recorremos el paseo en coche y aparcamos al final de la playa donde mejor nos parece, siguiendo la costumbre de la zona. Elegimos la taverna Akrogiali, está en el extremo sur, ligeramente elevada.
Nos instalamos en la parte de afuera bajo un toldo atravesado por una morera. Sillas de enea, mesas con tablero marmóreo y patas metálicas, manteles blancos de tela; todo muy mediterráneo. Al llegar sólo está ocupada una mesa compuesta por el pope, un chico que resulta ser un camarero y una abuela, en su mesa solamente hay una jarra de agua y una taza de café griego. Mas tarde la abuela se va y llega un abuelo con su komboloi.
Una camarera simpática nos trae una interminable carta y apunta nuestras peticiones con resignación en mi pobre inglés y el insuficiente griego de Ana. Yo pido frappé me gala glikó y tortilla con queso, champiñones, tomate y pimiento. Ana se inclina por un caffe latte y un croissant con mantequilla. Para compartir pedimos yogur con miel y fruta fresca.
Poco tiempo después aparece la chica con los cafés en una bandeja con muchos complementos: vaso con cubiertos, vaso con sobres de mostaza y mayo, palillos, kit de aceitera y vinagrera, mini saleritos con canela y cacao, y un recipiente con sal y pimienta. ¡¡¡Y la comida!!! Tortilla súper en plato con pan y mantequilla, croissant gigante caliente con miel, mantequilla y mermelada, y copa de fruta preciosa digna de instagram.
Un Spiros se une a la mesa del pope y se sienta con la intención de pasar toda la mañana. El Pope, que se ha quitado el sombrero, ya que parece que tiene calor, se acerca a una camioneta con sacos de cemento para decirle algo al conductor. Mientras tanto llega lo que parece ser una familia holandesa y se sientan a nuestro lado. Se piden unos maxi-zumos de naranja para todos, además los padres piden tortilla normal con café y  los hijos, sin café, uno un croissant de choco y nata y el otro una tostada de mantequilla.
La tortilla está maravillosa. El frappé bastante bueno, aunque siempre peor que el que nos tomamos en la calle Makrigianni, a los pies de la Acrópolis, hace unos días. Ana dice que su latte está regular y que el croissant pues como todos los de Grecia. La mermelada parece casera.


PUNTUACIÓN:
ENTORNO 10 SERVICIO 8 CALIDAD 9 PRECIO 5€

11 de agosto de 2014

Museo Arqueológico Nacional. Atenas, 20 de julio de 2014.

!Qué hambre! Vamos a desayunar ya.

Desayunar en Grecia café y tostadas no es fácil. Podría pensarse que, siendo un país mediterráneo, conseguir un poco de pan tostado con aceite de oliva sería tarea sencilla, pero resulta más bien trabajo de Hércules. Sirva de ejemplo el desayuno del domingo 20 de julio en el Museo Arqueológico de Atenas.
Como buenos lectores de guías turísticas, donde invariablemente se recomienda madrugar para evitar calores y multitudes, nos presentamos en el lugar a las 8 en punto. No obstante, para nuestra sorpresa, no conseguimos ser los primeros del día: un grupo se nos había adelantado, ¡maldición! Contemplamos entristecidos la máscara de Agamenón durante unos momentos y en seguida decidimos que lo mejor para alegrar el ánimo era aplacar el hambre matutina en la cafetería.
La cafetería es por ahí. ¿Me subís un frappé?
Sin vergüenza ninguna preguntamos a un vigilante dónde estaba y, tras echarnos una mirada que significaba "son sólo las 8:10, no os habéis ganado el desayuno todavía", nos señaló unas escaleritas, que nos condujeron a un patio interior umbrío y fresquito, gracias a unos olivos que, supongo, ahí plantó el jardinero de Erecteo, por lo menos. Unas cuantas mesas modernillas se hallaban dispuestas en uno de los lados, mientras que los otros tres estaban ocupados con sarcófagos, mosaicos, relieves y otras cosas antiguas y auténticas. Esto es característico de museos con solera que están tan rebosantes de piezas que ya no saben dónde colocarlas y tienen que buscarles un hueco donde sea, en la cafetería o debajo de las escaleras o a los pies de las puertas para que no se cierren de golpe con la corriente. En este caso, los desayunantes podían beber su café contemplando un herma doble con las cabezas de Hermes y Apolo procedente del estadio panatenaico que habíamos visitado el día anterior y en el que Zeus nos lanzó un feroz ataque con rayos, truenos y relámpagos, un mosaico estupendo con cabeza primaveral en el centro, un lecito funerario y un sarcófago del s. II con motivos dionisíacos monísimos.
Ni G ni yo estábamos en disposición de observar todo esto al bajar a la cafetería, nos urgía pedir café y, tal vez, unas tostadas (era nuestro segundo día en Grecia, no habíamos perdido aún la esperanza). Pasamos al interior del café y descubrimos un espacio amplio, con mesas numerosas y grandes destinadas a ser compartidas, y con un total de cero clientes. En las paredes se exhibían obras de una tal Olga Chandeli, de estilo grecoso, pero nuestra atención se dirigió rápidamente a la barra, donde en un primer momento nos pareció que había abundancia de productos. Una mirada más atenta nos reveló que, de todo lo que se exhibía, poco se ajustaba a lo que G y yo consideramos "apto para desayuno": pasteles, tartas, cookies de las que se quedan pegadas en los empastes y en el paladar, bocatas amortajados en film transparente, hojaldres de relleno salado, tiropitas poco apetecibles, chocolatinas, todo esto es "no apto". Entre los aparatos que se veían dentro de la barra puedo enumerar cafetera, surtidor triple de granizados, batidoras para la elaboración de frappé, refrigerador con tartas, pero ninguna tostadora. El desayuno, por tanto, consistió en café con leche y croissant de choco de tamaño colosal para mí, capuccino y medio bocata york-queso para G, todo ello pedido en una mezcla de griego e inglés que se convirtió en mi lengua vehicular durante los días siguientes.
La camarera que nos atendió se mostró paciente ante nuestras cavilaciones, pues no fue fácil para nosotros componer el desayuno por la escasez de productos "aptos", pero tampoco estaba rebosante de alegría por atendernos, porque cuando nos acercamos a la barra ella estaba de charleta con otra camarera tomándose su café mañanero y bien sé que a nadie le gusta que le interrumpan la conversación aunque sea en horario de trabajo. Otras que también estaban muy entretenidas a esa hora de la mañana eran unas vigilantes que, por lo visto, no empezaban a vigilar hasta las 9 y que juntaron dos mesas para poder estar a gusto con sus cafés comprados en el bar y sus galletas traídas de casa. Todas ellas eran mujeres y, cuando un vigilante con aspecto de kouros fortachón se acercó a saludar, lo despidieron con una palmadita en el culo. Así se las gastan en el Museo Arqueológico Nacional.
Yo estaba tan contenta de estar ahí que apenas me importó que el desayuno costara 10 euracos y que, además, el café estuviera malo. Del croissant diré que se podía comer sin grandes esfuerzos, pero era de tamaño excesivo y hube de ceder un tercio a G. Éste calificó su capuccino de normal y, en cuanto a su mini-bocata, no le mereció la pena ni siquiera hacer un comentario. Nos consolaba, como digo, mirar el mosaico primaveral y saber que el relieve de Deméter, Core y Triptólemo nos esperaba en la planta de arriba. Una brisa repentina hizo que la cuenta echara a volar y acabara cayendo al suelo entre unos arbustos. G se levantó para recoger el papel, pero, en lugar de desplazar la silla en la que estaba sentado, prefirió empujar la mesa y derramó mi café con leche, desgracia de la que, en un alarde de cinismo sin precedentes, culpó a la ecología. Desde entonces, medio en broma, medio en serio, nos gusta considerarla responsable de muchos de nuestros males.
PUNTUACIÓN:
ENTORNO 8 SERVICIO 6 CALIDAD 5 PRECIO 5€