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18 de diciembre de 2014

WillyCof. Elche, 3 de diciembre de 2014.

Esta mañana, en mi camino hacia la UMH, he hecho una parada desayunística a mitad de trayecto en WillyCof, una cafetería nueva que me llamó no hace mucho la atención en uno de mis paseos urbanos y que me apetecía probar. No negaré que el motivo de la atracción que ejerció sobre mí radica, por supuesto, en la alusión poco velada a los dibujos animados de mi infancia sobre el viajero leontomorfo y sus amigos también zoomorfos. Llegué a pensar que, al entrar en WillyCof, los lugares más exóticos del mundo mundial, que sólo un aventurero como Willy Fog se atrevería a recorrer, se dejarían notar en la oferta de tés o en la decoración, pero mis fantasías se topan con la vulgar realidad de un local en semipenumbra, con mobiliario de aires coloniales y los socorridos sacos falsos de café dejados de cualquier manera en los rincones, a lo que se suma un aparato de aire acondicionado marca Haier colgado del techo y de aspecto vetusto, probablemente herencia del local anterior.
Me siento en una mesita junto a la pared y, mientras estudio un cartel donde se ofertan hasta 8 tipos distintos de capuccino, cuando yo siempre he creído que los capuccinos son ora con nata, ora sin nata, pero nada más, a los pocos segundos se acerca una camarera cuya excesiva delgadez no puedo dejar de notar. Pido, como es habitual, café con leche, con sacarina por favor, y media tostada integral con tomate. Quedo a la espera de lo demandado y busco con la mirada el periódico del día, que es una de las principales razones por las que alguien desayuna a solas en un bar. Lo encuentro en poder de un señor que lo hojea en la barra con medio peso corporal apoyado en un taburete y otro medio sobre su pierna. Deduzco por su posición que va a irse en breve y acierto: me levanto rauda para hacerme con el Información y me dispongo a enterarme de los últimos conflictos de la política local de Elche.
El desayuno llega a mi mesa: café, platito con tostada, convenientemente tomatada y aceitada, y salero. Tengo que distribuir todos los elementos que hay sobre la mesa para poder comer, leer y coger servilletas, si es menester, con comodidad. Ya de entrada encuentro la tostada pequeña, pero intento no juzgarla por su aspecto y probarla para poder opinar. A pesar de que en ocasiones es un error pedir pan integral porque es de peor calidad que el pan normal, ésta está buena, con una cantidad más que aceptable de tomate, pero descubro que mi prejuicio era acertado y que me resulta algo insuficiente. Al café le ocurre más o menos lo mismo. No me agrada la hipocresía de los bares que, simulando por su decoración que traen el café poco menos que de Colombia sin intermediarios, sirven en la práctica una cosa que ni fú ni fá.
Mi elemento favorito de la mesa es el servilletero, cortesía de Cafés Delta, una variante que no había visto nunca antes, de material plástico y forma irregular, que encajaría bien en el gabinete del Doctor Caligari, a medio camino entre el expresionismo alemán y el arte ibérico. Esto último enlaza con la presencia de la Dama de Elche, requisito decorativo sine qua non en la hostelería y restauración ilicitana, en un gran mural al fondo del local, donde se aprecian, junto a ella, dos rostros anónimos, como queriendo expresar que los mortales pasamos, pero que la Dama permanece.
En la mesa contigua a la mía, dos señoras parlotean, al tiempo que disfrutan, me imagino, de un desayuno post-análisis, dado que WillyCof está frente al Centro de Salud de San Fermín. Sentado a su mesa, un hombre mayor hace una lectura concentrada y silente del Marca. En un momento dado, sale de su ensimismamiento y, sin mediar palabra con sus acompañantes, se acerca a la barra para pedir la cuenta e iniciar una conversación frívola con el camarero, que le presta poca atención. En el ínterin, entra Dori, pues así la saludan tanto las mujeres parlanchinas como la pareja de camareros. Ella responde a la calurosa bienvenida con tono resignado: "aquí estoy, otro día más".
Temerosa de quedar atrapada en este ambiente enfermizo, me aproximo yo también a la barra y pido mi cuenta: 2'50€. Me parece carísimo teniendo en cuenta que no es un sitio chic, aunque lo intente, y que el desayuno ha consistido en una tostada pequeña y un café pasable en una taza agrietada. Porque, como muestra la imagen, la taza presentaba lo que en principio creí que era, oh horror, un pelo, si bien una exploración posterior digital y cucharil me demostró que era una grieta, lo cual disminuyó el horror, pero no lo eliminó del todo. Mi conclusión es que me cobraron de más por no ser cliente VIP como Dori o porque tienen esos precios inflados para aprovecharse de los desdichados que van en ayunas al centro de salud y que salen dispuestos a pagar lo que les pidan en el primer bar que encuentren. En cualquier caso, es mal.
PUNTUACIÓN:
ENTORNO 5 SERVICIO 6 CALIDAD 4 PRECIO 2'50€

30 de noviembre de 2014

Il Baretto. Murcia, 15 de noviembre de 2014.

Procrastinando uno de estos días en el abismo insondable de la red, encontré algunos blog murcianos que se dedican al noble arte de alabar y repartir un poco de estopa, sin pasarse, a los lugares que abundan en la ciudad dedicados a facilitarnos esa actividad que nos gusta tanto, que es la de zampar como si no hubiera mañana.
Sospechando como hay que sospechar de este tipo de blogs, no se puede uno fiar de alguien que pierde su tiempo en escribir este tipo de futilidades (debe de haber algún circulo de Dante dedicado a acoger a estas personas, solo superados por los que cuelgan en Instagram la fotito del desayuno), en varios de ellos leí reseñas alabando el café de una bar italiano en el murciano Barrio de San Antón. Tomé nota mental y lo dejé ahí aparcado en un hueco del cerebro, al lado de “los pulpos tienen 3 corazones” y este tipo de trivialidades que te sirven para quedar como un listillo.
Amanece lluvioso, lo cual siempre anima, por lo menos si eres de Murcia. Así que como estoy un poco harto del pan de pipas de calabaza del Mercadona, le propongo a Ana que vayamos al sitio previamente guardado en el rinconcito de los sitios por visitar, con la promesa por mi parte de volvernos al terminar el desayuno y no enredarla en algún plan perverso para perder la mañana sin dedicarle ni un minuto al de Queronea.
El barrio de San Anton no es mi sitio favorito de la ciudad ni mucho menos, es el típico lugar en el que siempre pienso que no me gustaría vivir, pero allá vamos. Aparcamos en la puerta de la Escuela de Idiomas y cruzamos esa rotonda espantosa que han plantado para facilitar el acceso-salida de la ciudad. Enseguida encontramos la cafetería en una placita frente a una librería-papeleria-mercería (supéralo si puedes). Me sorprende lo pequeño que es Il Baretto, no es lo que esperaba. Pillamos sitio en la terraza. Solamente tienen 3 mesas fuera. El interior, visto desde fuera, que podría ser acogedor, me resultó un tanto desaplacible.

Enseguida vino una camarera bastante simpática, que no parecía italiana, y seguro que no lo era. Nos explica la diferencia entre una tostada genovesa y una tostada napolitana y nos decidimos a pedir ambas, con la idea de compartir. Además de las tostadas, pedimos sendos cafés con leche, con sacarina por favor. La carta la tienen expuesta en las paredes del interior, así que no puedo decir lo que ofrecen, ya que no puse un pie dentro. Ana fue la enviada especial a la barra y comentó que tienen variedad en especialidades italianas de café y en acompañamientos también típicos italianos.
Melchiorre, el maestro cafetero, una especie de Albano, es el que está detrás de la barra preparando con entusiasmo el producto para la clientela. Lo veo actuar a través de la ventana que da al exterior y se utiliza para recoger los pedidos, ya que como bien avisa un cartel, no sirven en las mesas. A una voz con acento italiano acudo a la ventana a recoger nuestro desayuno.
A los cafés con leche les pongo la sacarina de un bote que tienen a mano para tal menester. La tostada genovesa viene con panceta, salsa pesto y aceite; con sabor bastante peculiar, es diferente a los que estamos acostumbrados a echar sobre el pan y me resultó placentero. La napolitana consistía en salami de Milán con una base de tomate; estaba simplemente deliciosa. El café con leche, café italiano Blackzi 100% arábica, estaba bueno, pero tampoco difería en mucho de otros tantos que te puedes encontrar en cualquier sitio que se preocupen un poco por servir algo decente. Sí que es verdad que un café con leche es algo sin mucho misterio, tendremos que volver otro día a probar alguna de las especialidades que tanto alaban de este lugar.

Como estaba empezando a chispear, recogimos los bártulos. Ana le pidió un vaso de agua a Albano, que le pasó una garrafita de agua para que se sirviera ella misma, y nos fuimos hacia el aparcamiento, cumpliendo la promesa de volver a casa.

PUNTUACIÓN:
ENTORNO 4 SERVICIO 5 CALIDAD 7 PRECIO 2,80€

4 de noviembre de 2014

Sanpas. Madrid, 20 de septiembre de 2014

Como, en general, nos gusta más para desayunar el barrio que el centro ciudad, esta mañana en Madrid decidimos quedarnos en Sanpas en lugar de ir a La Central o algún otro sitio similar, porque nos ahorramos la pose intelectual y, además, podemos detenernos a contemplar la Casa-Loncha, una de las construcciones más divertidas que conozco.
¿Habitarán lonchas de personas la Casa-Loncha?
A no ser que estemos bajo los efectos de una ola de calor africano, el desayuno en Madrid consiste en churros con café. Y con esa idea entramos en Sanpas. No sé si será una cafetería frecuentada durante los días de diario. Nuestras visitas suelen producirse en fines de semana o festivos y lo cierto es que la clientela no abunda. Al entrar uno ha de decidir si se acoda en la barra o si pasa a un saloncito separado con biombos de la zona de bar con mesas y con televisor propio. Nosotros optamos por lo primero y, tras rechazar la idea de sentarnos en taburetes, aguardamos de pie y con la mirada fija en el camarero a que se acerque para preguntar qué queremos tomar. A pesar de que lo miramos con la insistencia de los niños de El pueblo de los malditos, pasa bastante de nosotros y sólo al cabo de un rato toma nota mental de nuestra solicitud de desayuno: café con leche, con sacarina por favor, y churros.
Mientras esperamos, ojeo con curiosidad la carta de tapas, raciones y bocadillos. La oferta es rica, no puede negarse, y el menú plastificado está iluminado todo alrededor con fotografías coloridas y bastante bien hechas de lonchas de jamón, sandwiches y raciones de calamares. Todo el texto es bilingüe. Los palillos, por otro lado, situados en un bote junto al servilletero, no son torneados sino planos, algo que un sitio con menú en inglés y a todo color no debería permitirse.
Recibimos nuestro café y tres sobres de sacarina para repartir. Esto es, tocamos a sobre y medio de sacarina granulada per capita. Usamos solamente dos y guardo el tercero en el bolso para eventuales emergencias glucósicas. Junto a los cafés obtenemos dos raciones de churros fríos, según costumbre local.
El café, más grande de lo normal, está bueno y muy caliente. En cuanto a los churros, los como con gusto porque soy fan del producto, pero resultan fáciles de olvidar, por usar un eufemismo.
Churros apilados desde su fritura
Dado que G y yo no mantenemos una conversación absorbente esa mañana, me dedico a observar a una camarera, que, encaramada en lo alto de una escalera detrás de la barra, limpia los espejos que recubren la pared. Me parece tarea tediosa y agotadora de brazos, pues debe mover cada uno de los vasos, copas y botellas que se apilan en los estantes de la pared espejada para poder limpiar. No obstante, la realiza con buen ánimo e incluso bromea con un cliente joven que entra a pedir bocadillos take away acerca de un supuesto pasado como gogó en una discoteca. Por su parte, el camarero que nos ha atendido dispone innúmeros platillos sobre un expositor y coloca sobre ellos sobres de azúcar y cucharillas, creando sonidos melodiosos. No creo que haya necesidad de tener preparados tantos platillos, pues la clientela, como se ha indicado antes, brilla a estas horas por su ausencia. Más bien es de esos camareros que no puede parar quieto. Apenas dejo la carta abierta junto a mí sobre la barra y aparto de ella mi mirada, viene corriendo a doblarla y a colocarla en su sitio de nuevo, vertical entre el expositor y el dispensador de servilletas. Luego, sólo por fastidiar, vuelvo a cogerla y a dejarla sobre la barra. Porque tiene mucho azogue para colocar sus cositas del bar pero poco para preguntarnos qué queremos tomar.
Pedimos la cuenta y, como era de esperar, muestra un marcado desinterés. Prefiere atender a una familia que acaba de llegar y ante la cual acude raudo. ¿Nos despreciará acaso por nuestro origen sureño? Finalmente, se digna a decirnos que la cuenta suma 4,80€. Le alargamos un billete de 5€ y por supuesto que nos quedamos a esperar la vuelta. De todos modos, y aunque pueda parecer que la experiencia ha sido negativa, supongo que repetiremos en cuanto tengamos oportunidad en Sanpas: la Casa-Loncha merece la pena.
PUNTUACIÓN:
ENTORNO 5 SERVICIO 3 CALIDAD 6 PRECIO 2,40€

4 de septiembre de 2014

Güertanico.com. Murcia, 28 de agosto de 2014


No podía dejar que se acabaran mis vacaciones sin desayunar una mañana en Güertanico.com (sic), el bar donde a M le gusta tomar café en el rato de descanso que le deja su ajetreada consulta. Me había hablado con anterioridad de su agradable terraza y de las múltiples atenciones que le brinda el camarero habitual, que empezaron siendo las básicas y han ido aumentando e incluso refinándose a medida que avanzaba el verano.
Espero a M en la puerta de su centro de salud, que dispone de tres mástiles donde no ondea ninguna bandera. En cuanto aparece, nos dirigimos raudas a Güertanico.com, temerosas de no encontrar mesa libre en la terraza, pues en la barra, explica M, hace más calor. Según nos aproximamos vemos que sólo hay una a nuestra disposición y aceleramos el paso pretendiendo naturalidad pero diciéndonos bajito "¡vamos, vamos, que nos la quitan!". Una vez sentadas constatamos que, pese a ser agosto, la temperatura ambiente es adecuada y M, que no puede perder tiempo en conversaciones banales, se acerca a la barra para pedir lo de siempre, pero esta vez por duplicado, i. e., dos cafés con leche, dos medias tostadas con tomate y dos zumos de naranja. 
No es necesario solicitar sacarina por favor porque sobre la mesa ya hay un recipiente de plástico con servilletas y un bote de sacarina marca Alteza, cosa que me sorprende porque no se estila por Murcia, sino que abunda mucho más en la zona alicantina de la Vega Baja. De hecho, el único comentario que M me hace antes de entrar a pedir es que esa manera de ofrecer la sacarina es novedosa, como disculpándose porque no haya sobres individuales. Mientras está dentro de Güertanico.com, observo que la ortografía de tan singular nombre es la correcta en el cartel que pende sobre la puerta, pero que en el letrero que sobresale perpendicular a la fachada falta la diéresis. Del interior del bar, al fondo del cual hay desplegada una pantalla gigantesca sobre la que se proyecta Las Mañanas de Cuatro o algún otro programa similar, sale una voz desconocida que pregunta: "¿lo tuyo?" y, a continuación, oigo claramente a M decir: "Sí, pero doble, que hoy vengo acompañada." Tal noticia debió de sumir al camarero preguntador en un nerviosismo atroz, pues desde ese momento, exactamente cada 30 segundos, se asoma a la puerta para asegurarnos a gritos que "lo nuestro" estará listo en breve. Supongo que el camarero piensa que M, con su cabello impoluto, su bolso MK y sus sandalias metalizadas, es alguna celeb que, en un arranque de snobismo, ha optado por pasar el agosto en Murcia en lugar de tomar el sol en Formentera y ya ha ganado la confianza suficiente para recomendarle a M que use azúcar moreno en lugar de blanco o para tostarle siempre la parte de arriba del pan porque en una ocasión M dijo que la prefería. ¿Y quién no?
En primer lugar recibimos el café con leche, junto a la afirmación rotunda de que la tostada con tomate no tardaría. En efecto, tras un lapso razonable de tiempo, nos sirve sendas tostadas aderezadas con tomate rallado algo escaso y nuevas disculpas por la tardanza. Después, dos o tres viajes más a nuestra mesa para traer aceitera, dos saleros prácticamente vacíos y, por fin, dos zumos de naranja.
Zumo de naranja en copa de Estrella de Levante.
¡Muncho Murcia!
El café está normal, no destaca por su bondad, como tampoco la tostada, que, pese a estar servida en un plato bonito, no es de las mejores que esta desayunante ha probado. Además, debido a que nos entretenemos hablando de si hace buen tiempo en París o de si la cosecha de pimientos verdes es buena este año, se queda fría y pierde su crujosidad. Me gusta, no obstante, el zumo de naranja. Parece natural por su sabor, pero no tiene la pulpa que cabría esperar de un zumo recién exprimido. No me extrañaría nada que el camarero lo haya pasado por un colador, en un nuevo intento de conseguir la aprobación de M.
En cuanto terminamos de consumir nuestros desayunos, acude a recoger los platos y vasos vacíos y, aunque normalmente este gesto constituye una invitación sutil, pero al mismo tiempo grosera, a que abandones la mesa, esta vez detecto un  deseo real de que nos sintamos "más cómodas", tal como él nos explica. Por desgracia, no tenemos tiempo de disfrutar de la comodidad que se nos ofrece: M ha de volver al trabajo o el sistema sanitario regional empezará a tambalearse. La cuenta, redonda: 4€.
PUNTUACIÓN:
ENTORNO 5 SERVICIO 7 CALIDAD 5 PRECIO 2€

19 de agosto de 2014

Ακρογιάλη. Stoupa, 24 de julio de 2014.

Las casas-torre típicas del Mani en Kardamyli.
Una de las cosas que detesto de los pueblos llamados bonitos son las tiendas de artesanía, esos espacios llenos de cosas inservibles a no ser que preveas matar a tu vecino de un cenicerazo con la imagen de la virgen del lugar. Kardamyli está lleno de ellas. Un pueblo muy bonito, pero demasiado pijo, con terrazas con camareros estiraos, ingleses trajeados y cafés a precios parisinos.
Nuestro objetivo del día es rodear la península del Mani y llegar en la tarde a Githio. Una de las características común a todos los pueblos de la región son las casas torre que llenan cada uno de ellos; al ser de piedra a veces se confunden con el terreno, a lo lejos parecen centinelas vigilando el paisaje. Una sucesión de acantilados y playas de guijarros es nuestro horizonte de hoy.
Como hemos madrugado, a las 08:30 ya estábamos en Stoupa, pueblo no tan pintoresco como Kardamyli, pero igual de bonito.  Llegamos con la preocupación de tener la aguja de la gasolina posicionada sobre la raya del cero, pero la inquietud se nos pasa cuando bajamos a la playa del pueblo. Recorremos el paseo en coche y aparcamos al final de la playa donde mejor nos parece, siguiendo la costumbre de la zona. Elegimos la taverna Akrogiali, está en el extremo sur, ligeramente elevada.
Nos instalamos en la parte de afuera bajo un toldo atravesado por una morera. Sillas de enea, mesas con tablero marmóreo y patas metálicas, manteles blancos de tela; todo muy mediterráneo. Al llegar sólo está ocupada una mesa compuesta por el pope, un chico que resulta ser un camarero y una abuela, en su mesa solamente hay una jarra de agua y una taza de café griego. Mas tarde la abuela se va y llega un abuelo con su komboloi.
Una camarera simpática nos trae una interminable carta y apunta nuestras peticiones con resignación en mi pobre inglés y el insuficiente griego de Ana. Yo pido frappé me gala glikó y tortilla con queso, champiñones, tomate y pimiento. Ana se inclina por un caffe latte y un croissant con mantequilla. Para compartir pedimos yogur con miel y fruta fresca.
Poco tiempo después aparece la chica con los cafés en una bandeja con muchos complementos: vaso con cubiertos, vaso con sobres de mostaza y mayo, palillos, kit de aceitera y vinagrera, mini saleritos con canela y cacao, y un recipiente con sal y pimienta. ¡¡¡Y la comida!!! Tortilla súper en plato con pan y mantequilla, croissant gigante caliente con miel, mantequilla y mermelada, y copa de fruta preciosa digna de instagram.
Un Spiros se une a la mesa del pope y se sienta con la intención de pasar toda la mañana. El Pope, que se ha quitado el sombrero, ya que parece que tiene calor, se acerca a una camioneta con sacos de cemento para decirle algo al conductor. Mientras tanto llega lo que parece ser una familia holandesa y se sientan a nuestro lado. Se piden unos maxi-zumos de naranja para todos, además los padres piden tortilla normal con café y  los hijos, sin café, uno un croissant de choco y nata y el otro una tostada de mantequilla.
La tortilla está maravillosa. El frappé bastante bueno, aunque siempre peor que el que nos tomamos en la calle Makrigianni, a los pies de la Acrópolis, hace unos días. Ana dice que su latte está regular y que el croissant pues como todos los de Grecia. La mermelada parece casera.


PUNTUACIÓN:
ENTORNO 10 SERVICIO 8 CALIDAD 9 PRECIO 5€

11 de agosto de 2014

Museo Arqueológico Nacional. Atenas, 20 de julio de 2014.

!Qué hambre! Vamos a desayunar ya.

Desayunar en Grecia café y tostadas no es fácil. Podría pensarse que, siendo un país mediterráneo, conseguir un poco de pan tostado con aceite de oliva sería tarea sencilla, pero resulta más bien trabajo de Hércules. Sirva de ejemplo el desayuno del domingo 20 de julio en el Museo Arqueológico de Atenas.
Como buenos lectores de guías turísticas, donde invariablemente se recomienda madrugar para evitar calores y multitudes, nos presentamos en el lugar a las 8 en punto. No obstante, para nuestra sorpresa, no conseguimos ser los primeros del día: un grupo se nos había adelantado, ¡maldición! Contemplamos entristecidos la máscara de Agamenón durante unos momentos y en seguida decidimos que lo mejor para alegrar el ánimo era aplacar el hambre matutina en la cafetería.
La cafetería es por ahí. ¿Me subís un frappé?
Sin vergüenza ninguna preguntamos a un vigilante dónde estaba y, tras echarnos una mirada que significaba "son sólo las 8:10, no os habéis ganado el desayuno todavía", nos señaló unas escaleritas, que nos condujeron a un patio interior umbrío y fresquito, gracias a unos olivos que, supongo, ahí plantó el jardinero de Erecteo, por lo menos. Unas cuantas mesas modernillas se hallaban dispuestas en uno de los lados, mientras que los otros tres estaban ocupados con sarcófagos, mosaicos, relieves y otras cosas antiguas y auténticas. Esto es característico de museos con solera que están tan rebosantes de piezas que ya no saben dónde colocarlas y tienen que buscarles un hueco donde sea, en la cafetería o debajo de las escaleras o a los pies de las puertas para que no se cierren de golpe con la corriente. En este caso, los desayunantes podían beber su café contemplando un herma doble con las cabezas de Hermes y Apolo procedente del estadio panatenaico que habíamos visitado el día anterior y en el que Zeus nos lanzó un feroz ataque con rayos, truenos y relámpagos, un mosaico estupendo con cabeza primaveral en el centro, un lecito funerario y un sarcófago del s. II con motivos dionisíacos monísimos.
Ni G ni yo estábamos en disposición de observar todo esto al bajar a la cafetería, nos urgía pedir café y, tal vez, unas tostadas (era nuestro segundo día en Grecia, no habíamos perdido aún la esperanza). Pasamos al interior del café y descubrimos un espacio amplio, con mesas numerosas y grandes destinadas a ser compartidas, y con un total de cero clientes. En las paredes se exhibían obras de una tal Olga Chandeli, de estilo grecoso, pero nuestra atención se dirigió rápidamente a la barra, donde en un primer momento nos pareció que había abundancia de productos. Una mirada más atenta nos reveló que, de todo lo que se exhibía, poco se ajustaba a lo que G y yo consideramos "apto para desayuno": pasteles, tartas, cookies de las que se quedan pegadas en los empastes y en el paladar, bocatas amortajados en film transparente, hojaldres de relleno salado, tiropitas poco apetecibles, chocolatinas, todo esto es "no apto". Entre los aparatos que se veían dentro de la barra puedo enumerar cafetera, surtidor triple de granizados, batidoras para la elaboración de frappé, refrigerador con tartas, pero ninguna tostadora. El desayuno, por tanto, consistió en café con leche y croissant de choco de tamaño colosal para mí, capuccino y medio bocata york-queso para G, todo ello pedido en una mezcla de griego e inglés que se convirtió en mi lengua vehicular durante los días siguientes.
La camarera que nos atendió se mostró paciente ante nuestras cavilaciones, pues no fue fácil para nosotros componer el desayuno por la escasez de productos "aptos", pero tampoco estaba rebosante de alegría por atendernos, porque cuando nos acercamos a la barra ella estaba de charleta con otra camarera tomándose su café mañanero y bien sé que a nadie le gusta que le interrumpan la conversación aunque sea en horario de trabajo. Otras que también estaban muy entretenidas a esa hora de la mañana eran unas vigilantes que, por lo visto, no empezaban a vigilar hasta las 9 y que juntaron dos mesas para poder estar a gusto con sus cafés comprados en el bar y sus galletas traídas de casa. Todas ellas eran mujeres y, cuando un vigilante con aspecto de kouros fortachón se acercó a saludar, lo despidieron con una palmadita en el culo. Así se las gastan en el Museo Arqueológico Nacional.
Yo estaba tan contenta de estar ahí que apenas me importó que el desayuno costara 10 euracos y que, además, el café estuviera malo. Del croissant diré que se podía comer sin grandes esfuerzos, pero era de tamaño excesivo y hube de ceder un tercio a G. Éste calificó su capuccino de normal y, en cuanto a su mini-bocata, no le mereció la pena ni siquiera hacer un comentario. Nos consolaba, como digo, mirar el mosaico primaveral y saber que el relieve de Deméter, Core y Triptólemo nos esperaba en la planta de arriba. Una brisa repentina hizo que la cuenta echara a volar y acabara cayendo al suelo entre unos arbustos. G se levantó para recoger el papel, pero, en lugar de desplazar la silla en la que estaba sentado, prefirió empujar la mesa y derramó mi café con leche, desgracia de la que, en un alarde de cinismo sin precedentes, culpó a la ecología. Desde entonces, medio en broma, medio en serio, nos gusta considerarla responsable de muchos de nuestros males.
PUNTUACIÓN:
ENTORNO 8 SERVICIO 6 CALIDAD 5 PRECIO 5€

25 de junio de 2014

Anubis. Elche, 24 de junio de 2014.

En una reciente visita al Cementerio de Alcoy quedeme maravillada con un panteón que, no siendo el más espectacular, me gustó especialmente por su decoración egipcia, al estilo victoriano. Dispuesta a profundizar en esa cultura antigua y misteriosa, decidí el pasado lunes desayunar en otro lugar de inspiración faraónica: el café Anubis. Tal vez sus dueños ignoren el carácter funerario de esta divinidad, que no parece muy apropiada para dar nombre a una cafetería de barrio, o quizás sí lo saben y desean recordar a todos los vecinos y clientes la inexorabilidad de la muerte al tiempo que nos invitan cada día a celebrar con café y tostadas un nuevo amanecer.
En cualquier caso, llevaba tiempo queriendo desayunar ahí por su llamativa decoración, pues todo lo que los profanos conocemos de Egipto está recogido en su fachada: el ojo de Horus, la Esfinge, el escarabajo e incluso dos Anubis con cabeza de chacal de tamaño descomunal a cada lado de la entrada, junto a la pizarra donde se suelen dejar escritos los menús del día y las ofertas de desayuno. Se permite no obstante algún toque de eclecticismo, como la bandera española desplegada en un ventanal con un bigote dibujado en el centro y el lema "Todos somos Vicente". Al verla, pensé que se trataba de un mensaje de apoyo a algún personaje conocido del barrio, tal vez enfermo y necesitado del cariño de sus vecinos, hasta que G me explicó que se refería a otra persona.
Como llego muy temprano, hace fresquito en la terraza y me siento mirando a la acera para ver a los transeúntes. Se trata de una de esas terrazas que tanto éxito han tenido en este dédalo de calles estrechas que no pueden ser obstaculizadas por sillas y mesas: una parte interior del bar se abre al exterior por medio de algún ventanal o puerta acristalada, quedando el interior reducido y separado de la "terraza" por una nueva puerta. Por fortuna, los frescos que decoraban la parte exteriorizada del café Anubis se han mantenido a la vista de la clientela, en lugar de ser trasladados a un museo. 
¡Por Horus, callaos ya!
Muestran una especie de templo o palacio con columnas majestuosas medio sepultado por las arenas del desierto, tal como lo encontrarían en sus expediciones decimonónicas los egiptólogos más avezados. En el centro de la imagen, más próxima a una lovecraftiana fantasía sobre ignotas civilizaciones perdidas que a un yacimiento real, un cartel hace un conocido ruego a los clientes: "Por favor, guarden silencio. Los vecinos pretenden descansar". Me parece que el autor del mensaje se excede en su petición. ¿Que guardemos silencio? Yo he venido sola, pero ¿acaso mis vecinas de terraza no tienen derecho a contarse unos chascarrillos? Por otro lado, ¿quién sabe si descansar es realmente la pretensión de los vecinos? ¿Es que Anubis ha concedido la omnisciencia al dueño del bar por haberle puesto a éste su nombre? 
Dejo de lado estas reflexiones para pedir a la camarera un café con leche, con sacarina por favor, y media tostada con tomate. En ese momento sólo hay mujeres, solas o en pareja. Pronto llegarán dos varones que ocuparán dos mesas separadas y cumplirán la orden de no hablar durante su consumición. Ambos tienen bigote y me pregunto si el café Anubis no será un lugar de encuentro de bigotudos cuyo símbolo sea la bandera con el bigote dibujado. La camarera regresa a los pocos minutos con mi desayuno y me dice algo que, confieso, no me habían dicho antes en la vida real: "Tu desayuno lo ha pagado esa señora de ahí."
Aunque hubiera preferido que mi desayuno lo pagara Ryan Gosling, la cosa me hizo mucha ilusión. Me volví para saber de qué señora se trataba y en un primer momento no la reconocí, hasta el punto de que pensé que todo había sido un error y que al final no me invitarían a nada, pero luego caí en la cuenta de quién era. Le agradecí el detalle, pero debido a nuestra breve conversación se enfrió la tostada, que era de pan del día anterior. El café estaba bien. Celebré sobre todo que tanto la sal como la sacarina eran productos locales, de Novelda, marca La barraca, la primera; de Elche, marca Damasol, la segunda. En cuanto la cliente que tenía a mi lado se levantó, capté el periódico del día que ella había estado leyendo y comencé a hojearlo mientras masticaba la tostada fría. A los pocos segundos otra cliente me urgió a pasarle el periódico en cuanto yo terminara, de modo que pasé las páginas con algo de apremio y sin poder centrarme en nada de lo que veía. De todas formas, la mayor parte iba referido a las fiestas de Alicante y lo cierto es que los festejos populares, con la excepción del LemonPop, despiertan poco interés en mí.
En esta ocasión no hube de pedir la cuenta, así que ese dato quedará por esta vez sin consignar.
PUNTUACIÓN:
ENTORNO 4 SERVICIO 6 CALIDAD 5 PRECIO desconocido

9 de junio de 2014

Velacho. Guardamar, 1 de junio de 2014.


En nuestro calendario personal, el 1 de junio es la fecha en la que se enciende el aire acondicionado en casa, sustituyo el bolso invernal por la tote bag del Strand y damos inicio a la temporada de baño. No obstante, el cambio climático está empezando a trastocar estas costumbres: por un lado, el hogar tuvo que ser acondicionado en algunos días de abril y la tote neoyorquina ya ha visto hace semanas la luz del sol; por otro, aunque nos levantamos muy temprano el domingo y nos pertrechamos convenientemente con trajes de baño, protectores solares y pareos ibicencos, dispuestos a sumergirnos en el Mediterráneo, una lluvia constante, unas temperaturas más bien bajas y una ligera marejadilla nos impidieron cumplir el plan previsto. Al llegar a la playa del Moncayo, de no ser por las dunas, bien podríamos pensar que estábamos en Nairn, así que renunciamos al baño iniciático y pasamos al siguiente punto en el orden del día: desayunar mirando el mar.
El paseo marítimo de Guardamar dispone de terrazas varias. Estamos a punto de sentarnos en una que combina los estilos tiki y troglodita, pero finalmente optamos por Velacho, que parece más adecuada para desayunar. Dado que llueve sin parar, hay que escoger con cuidado la mesa, pues si sobre nuestras cabezas se sitúa una juntura de sombrillas, el agua goteará entre una y otra e inundará la mesa y los cafés. No hay muchos clientes en la terraza, así que tenemos a nuestra disposición una mesa perfecta.
A nuestra espalda, la puerta de Velacho, custodiada siempre por un camarero o camarera; el mar al fondo y, entre éste y nosotros, una pareja de ingleses ataviados como ciclistas profesionales y que, a mitad de su desayuno, abandonan su puesto avanzado y se trasladan al interior de Velacho para resguardarse del frescor mañanero y marinero. Yo también me asomo al interior, después de que pidamos a una joven y atenta camarera dos cafés con leche, con sacarina por favor, y dos medias tostadas integrales con tomate, para echar un vistazo y me encuentro con una especie de camarote de capitán, maderas pseudonobles (probablemente compradas en BricoDepot), cartas de navegación cubriendo las paredes y hasta un timoncito colgado junto a la entrada, decoración coherente con el nombre del local, que alude a la gavia del trinquete, como todos los lectores de este blog saben. Lo único que chirría en el conjunto son los aseos: sus minúsculos lavabos encajarían mejor en la casa de un hobbit, pero están limpios y el expendedor de jabón, lleno.
En Velacho los camareros se reparten el trabajo gustosamente: una camarera toma nota de nuestro pedido, otro nos trae los cafés y otra, las tostadas. Todos van uniformados con camisas verdes y pantalones negros (¿por qué no un look más navy, ahora que se puede conseguir hasta en BSK?) y atienden con gran educación a la clientela, algo que G relaciona con el hecho de que un gran porcentaje de ésta es extranjera. Mi favorita es la tercera camarera por su trenza ladeada al estilo Katniss y por el hecho de que, al ir calzada con discretas Converse negras (de piel, no las normales de lona, que esto es Velacho), resbala a escasos metros de nuestra mesa y se pega una buena costalada, de la que, no obstante, se levanta sonriente y deseosa, supongo, de que no la haya visto mucha gente. Ahora que lo pienso, la tercera camarera es nuestra Jennifer Lawrence patria. Por otro lado, el camarero varón manifiesta la fea costumbre de retirar los platos de la tostada cuando aún masticamos el último bocado. !Take it easy, hay muchas mesas libres!
Cubertería Hobbit
El café con leche es de gran tamaño y sienta muy bien bajo la lluvia. Las tostadas están normal. No se aprecia bien su integralidad y a mí me hubieran gustado más tostadas, pero aún así las devoramos mientras se enfría el café, que hemos de remover con una cucharilla pequeñísima, tanto que quizá forme parte de una cubertería hobbit, a juego con el lavabo. A veces la taza y la cucharilla no guardan proporción alguna, ni áurea ni nada, pero lo más habitual es que la cucharilla sea más grande de lo necesario, que sea una cucharilla para comer tarta de cumpleaños en lugar de servir para remover el café solo. Aquí ocurre a la inversa y me desagrada igualmente.
Cuando ya estamos acabando llega a la terraza una pareja de jóvenes que vienen mucho mejor equipados que nosotros, con sus chubasqueros Adidas y sus mochilitas de tela. Lo cierto es que los paseantes que desfilan ante nuestra mirada han sacado sus mejores galas domingueras para enfrentarse al lluvioso día, desde chándales Adidas para los jóvenes a bolsas de plástico para las cabezas de abuela. En la playa, un osado bañista se adentra en las olas a pesar del frío, pero su hazaña no despierta nuestro interés más de dos o tres segundos. Estamos ahora más atentos a la cuenta del desayuno, que asciende a 6'40 euros. Me parece algo elevada, pero desayunar en el camarote del capitán mirando el mar tiene su precio.
Pasarela over the dunas to Playa El Moncayo
PUNTUACIÓN:

ENTORNO 8 SERVICIO 8 CALIDAD 6 PRECIO 3,20€

4 de mayo de 2014

Bodega Miguel Ángel. Sevilla, 25 de abril de 2014.

Hay una rotonda en la calle Kansas City que por motivos que ignoro no aparece en las guías turísticas de Sevilla, a pesar de tener interesantes monumentos de distinto tipo a su alrededor: al norte, la estación de Santa Justa, adonde se puede llegar en AVE (o a pie, desde la rotonda); al oeste, la Tesorería, donde bien podría trabajar G, y el hotel Ayre, de habitaciones ligeramente versallescas; al este, la Bodega Miguel Ángel, templo gastronómico y sede de apetitosos desayunos y cenas en las más recientes visitas familiares a la ciudad.
La Bodega Miguel Ángel es cool por su ubicación y su clientela. Tiene una terraza con numerosas mesas rodeada por un carril-bici cuyos usuarios circulan a gran velocidad, para peligro de los visitantes despistados que desean cruzarlo, como M y yo. Precisamente junto a la terraza está la parada de bicis Sevici, nombre poco agraciado, en mi opinión, para el servicio de alquiler de bicicletas del ayuntamiento.
Tras mirar a izquierda y derecha repetidas veces, M y yo atravesamos el carril-bici y recorremos los pocos metros que nos separan de la barra de la Bodega Miguel Ángel, en cuya fachada lateral se lee claramente "Churrería". Hemos ido bastante temprano porque nuestra agenda para ese día está a rebosar de actividades lúdico-consumistas-familiares, así que nada más entrar nos acomodamos en sendos taburetes y pedimos a un amable camarero no sevillano un café con leche, con sacarina por favor, un colacao y dos raciones de churros. 
Una vez oída nuestra petición, el camarero comunica a voz en grito a una compañera que se halla a unos centímetros de distancia nuestros deseos y se dispone a elaborar los churros. Y es que en un extremo de la barra se encuentra el equipo churrero completo: gran recipiente de aceite para freír, depósito de masa, campana extractora de humos, palos (calientes) de churrero y superficie agujereada para que escurran los churros, sobre la que reposan, por supuesto, las tijeras que cortarán la churro-espiral una vez liberado el aceite sobrante. A nuestra izquierda, mientras esperamos ansiosas el desayuno, un trío de americanas toma cafés con leche sin acompañamiento y sin retirar de sus espaldas sus mochilas de viajeras. Más allá, una azafata de Ferrovial pide café y tostadas. A la derecha, un señor que parece del barrio toma café solo. Las mesas que hay al fondo de la Bodega están ocupadas por personajes de procedencias diversas. Esta mezcolanza es obviamente fruto de la proximidad de la estación del AVE y, como dicepater meus, le da al lugar un aire a cafetería de aeropuerto, pero un aire ligero, pues ¿en qué cafetería de aeropuerto hay jamones colgando, milhojas de rabo de toro y parafernalia churrera?
Llega el café para M en vaso, cosa que le alegra, y otro vaso para mí con leche caliente y un sobre de colacao. Lo que me alegra a mí es que el colacao es original, no turbo. Aunque consumo la variante turbo en casa por comodidad, prefiero el sabor de la original, pero lamento siempre que la mitad del contenido del sobre individual que sirven en los bares se desperdicie porque la leche no puede admitir tanto colacao, es un hecho físico. La sacarina no viene con las bebidas, sino que los clientes la cogen de un cuenco que se ha dejado, algo inconscientemente, sobre la barra. M y yo cogemos la necesaria para el desayuno (para M, un sobre; para mí, ninguno) y, pasados unos minutos, echamos unos poquitos más al bolso siguiendo nuestra rácana costumbre, al tiempo que nos justificamos mutuamente esta acción de formas muy convincentes. Y, por fín, llega lo que estábamos esperando: sobre un plato ovalado de metal, media docena de churros recién hechos, entre los que se encuentra lo que yo llamo la porra, esto es, el churro que contiene el punto donde da comienzo la espiral churrera y que suele contar con un abultamiento de masa esponjoso que disfruto enormemente a pesar de los sentimientos de culpabilidad dietética que a veces siguen al desayuno. M vierte dos sobres de azúcar sobre los churros e inicia el festín. Ella afirma que están elaborados con alguna receta secreta y tal vez mágica que evita el empachamiento. Aunque en otros muchos bares la ración son cuatro churros per capita, aquí sólo son tres, pero más largos de lo habitual, de modo que una queda saciada al terminar. De hecho, nosotras los partimos por la mitad, obteniendo así doce medios churros. M me cede la porra y dejamos el plato limpio en pocos minutos.
Dado que, gracias al conjuro churril, no estamos nada empachadas, pagamos la cuenta, que asciende a 5'10€, y salimos a la calle dispuestas a coger un bus que nos lleve a la Plaza del Duque, pues la parada está a escasos metros de la Bodega Miguel Ángel, uno de los pocos bares del mundo a los que se puede llegar a pie, en bici, en coche, en bus y en AVE. PUNTUACIÓN:
ENTORNO 7 SERVICIO 7 CALIDAD 8 PRECIO 2,55€

21 de abril de 2014

Ikea. Murcia, 19 de abril de 2014.

  1. El lugar
Lo primero, Ikea es un sitio horrible. Pero claro, una fuerza mayor ha intervenido en este caso: una oferta. Como buenos funcionarios nos chiflan las ofertas, nos encantan las cosas baratas. Esta promoción no sé muy bien dónde la vimos, pero enseguida nos embaucaron con la imagen de un apetecible desayuno bajo el sugerente título de “Todos los días te invitamos a desayunar”. Y aquí estamos un sábado a las 10 de la mañana para entrar los primeritos, aunque al llegar ya hay un buen trozo del aparcamiento lleno de coches.

  1. La oferta.
El desayuno ofrecido incluye pan tostado con jamón ibérico, aceite de oliva virgen extra, tomate triturado, café, zumo de naranja natural y fruta cortada 100gr por el precio de 3,50€, ¿dónde está la invitación?. La gracia de la historia es que al pagar te dan una tarjeta por el mismo importe del costo del desayuno para que la gastes en la tienda en lo que mejor te parezca. Pues genial, desayuno gratis y compramos cualquier chorrada que tenga un mínimo de utilidad.

  1. La tarjeta de socio.
Oferta exclusiva para socios, eso dice la letra pequeña. Cáspita, pues no llevo la dichosa tarjeta de socio, que salvo para el cine no la creía de más provecho. Acudimos a la zona de socios dónde nos aborda la chica captasocios y aquí entramos en una espiral de mentiras bastante absurda. Ante la pregunta de si es que se me ha olvidado la tarjeta o se me ha perdido, respondo sin razón aparente que se me ha perdido. Ante lo cual, me dice que allí no puede realizarse esa gestión por algún motivo técnico y me dirige a otra máquina expendedora de tarjetas. Acompañado por otra chica captaclientes tecleo “tarjeta perdida” y el sistema que nos clasifica a los socios por el número de teléfono dice que tengo dos tarjetas a mi nombre, por tanto deberé acudir a otro mostrador a que me solucionen el problema. Algo cansados con el tema acudimos a la zona de niños donde me imprimen una tarjeta en un folio y asunto concluido.

  1. El desayuno.
En la cola de la cafetería hay unas 15 personas, pero va rápida. Mientras cogemos los elementos de la oferta vamos comentando la impaciencia de la gente en el self-service. Sienten una necesidad imperiosa de adelantarte, pero las bandejas y las barras sobre las que se apoyan éstas se lo impiden y causa en nuestros vecinos de cola gran desasosiego. Hay algo que hace que los españoles no nos sintamos cómodos en las colas. En otros países el acto de hacer cola para cualquier cosa se lleva con naturalidad, nosotros en cambio actuamos intranquilos.

Después de hacernos (y no en sentido valenciá) el café en las máquinas dispuestas a tal fin, buscamos una mesa cerca de los ventanales. El café de Ikea está, depende del día, entre horrible y criminal, pero hoy no es algo delictivo. El pan, un panecillo mediano, al estar calentito se puede comer sin mayor problema. Tanto el tomate, que no es natural, como el aceite son de Cabra y no están mal. El jamón una lonchita sin mucho sabor, pero que dentro del conjunto no desentona. El zumo de naranja, recién exprimido creo que ha sido lo mejor. La fruta consiste en un recipiente con 5 tro(ci)citos de melón cantaloupe, otros 2 de piña y 2 uvas. Para Willow estaría bien.

  1. La heredera.
Durante el desayuno, se nos ocurre la idea de pagar otro desayuno con la tarjeta que te dan al desayunar, y así poder desayunar ad infinitum. O de que cualquier familia numerosa pueda desayunar pagando solamente 3,50: los miembros de la familia hacen una cola y esperan a que el familiar termine para utilizar el descuento y desayunar ellos. Mientras esbozamos la fórmula mágica para poder engañar a Ikea y llevarla a la quiebra a través del desayuno nos levantamos y nos damos la vuelta dejando las bandejas encima de la mesa. Tengo que decir que no es habitual, sino que nos hemos visto envueltos en el aire de dejadez pre-Bando que ha tomado la cafetería. Mientras todo esto, oímos un “¡Perdona!” a nuestras espaldas. Una sueca (por lo menos parecía lapona) nos ha dicho bien clarito que la bandeja había que recogerla. Tengo que decir que Ana no ha encajado bien el golpe y ha maldecido a la tipa ésta a la que hemos bautizado como la heredera del fundador de Ikea.

  1. La compra.
Con las bandejas recogidas, hemos ido a ver lo que podíamos agenciarnos con la tarjeta regalo. Ana ha comprado una bombilla led por la bonita cantidad de 5,99€ y yo, intentando apurar al máximo, he comprado un cojín por 2,99€ y un vaso de 0,49€. Recorremos el camino de baldosas amarillas recordando todas las leyendas urbanas de Ikea, a saber: lo de la carne de caballos en la lasaña, las aguas fecales en la tarta de chocolate, que su restaurante se ha convertido en un comedor para indigentes, o la que más me gusta, que si hay una cola de más de 5 personas te invitan a un perrito. Llegados a la caja y justo antes de pagar me entra una duda que se confirma. Efectivamente el importe de mi compra es 3,48€. Como
es menos de los 3,50€, no vale la tarjeta descuento. Ante la pereza de tener que ponerme a buscar otra cosa, cojo lo primero que encuentro, un paquete de pilas AAA, que no necesito para nada, por el módico precio de 3,50€.

Al final pagamos y salimos de ahí con la sensación de que nos han timado.



PUNTUACIÓN:
ENTORNO 6 SERVICIO 4 CALIDAD 4 PRECIO 3,50€

31 de marzo de 2014

Bar Miguel de Tentegorra. Cartagena, 23 de marzo de 2014.

S me recoge este domingo en Espartaco, como es habitual cuando quedamos para desayunar en Cartago, y me lleva a Tentegorra. Escoge este sitio porque es domingo y dónde vamos a ir si no. Mientras nos dirigimos allí contemplamos los arcenes repletos de caminantes y corredores vestidos de Decathlon y hablamos de la Cosmopista. Aparcamos junto a la entrada del parque, a escasos metros del Bar del Miguel, nombre por el que es conocido el establecimiento, que tan sólo dispone de un cartel anticuado donde se lee BAR. Se trata de una construcción destartalada ubicada en un bosque de pinos, con varias mesas desperdigadas entre los árboles y con bancos encadenados a ellas barnizados quién sabe cuántas veces. Pero, en general, mola. S estornuda de manera regular porque el polen le produce alergia, pero no me da pena, pues, sabiendo que sucedería, ha elegido voluntariamente este lugar no sólo para nuestro desayuno en común, sino también para un aperitivo posterior con otras personas.
Aquí no hay servicio de mesa en la "terraza", de modo que, antes de sentarnos, entramos al chiringuito a pedir dos cafés con leche, con sacarina para mí por favor, y dos tostadas con tomate. Barra de formica con refuerzos metálicos en los bordes, cajas de botellines de cerveza apiladas, fotos descoloridas, bolsicas de patatas fritas, décimos de lotería, clientes leyendo el Marca con las gafas de sol apoyadas en la frente y, dominándolo todo, un olor a michirones que haría las delicias de G e incluso las mías, si no fuera tan temprano.
Llegan los cafés con dos sobres de sacarina each. Uso uno y guardo los otros tres para cuando haya necesidad. Las tostadas tardan poco y el camarero, que tal vez sea Miguel, nos pide amablemente que las aliñemos en la barra para que la alcuza y el salero permanezcan bajo techo. Al contrario de lo que una podría esperar, la alcuza no está pringosa o, al menos, no tan pringosa como otras que he tenido que utilizar en sitios supuestamente cool. El salero es del modelo clásico, no rellenable, pero olvidé mirar la procedencia de la sal, cosa que siempre despierta mi interés. Miguel nos cobra 2'90€ por todo, el desayuno más barato de los que han quedado aquí registrados. 
Con el café en una mano, la tostada en la otra y los libros de Cortázar en la cabeza, salimos al aire libre y nos sentamos en una mesa coja. Impido durante un par de minutos que S empiece a desayunar mientras fotografío la parte trasera del BAR, que necesita un remodelado urgente para suavizar su aspecto de chabola, pero que seguramente nunca tendrá lugar. De vez en cuando, el viento nos trae el olor a michirones. El café sabe bien en este contexto boscoso, pero la tostada se ha quedado fría en el traslado. En mi caso, además, está algo escasa de sal, aunque no le presto mucha atención porque S me está hablando del señor que cierra la Torre Eiffel por las noches y de cómo piensa organizar sus próximos 4 años.
Antes de regresar a Espartaco, damos un rodeo por las casas de Tentegorra para ver la Cosmopista en su retiro de invierno. ¡Qué bonita es! Ojalá nos lleve pronto a sitios remotos donde podamos desayunar al amanecer y escuchar vinilos en tocadiscos a pilas.
PUNTUACIÓN:
ENTORNO 7 SERVICIO 7 CALIDAD 6 PRECIO 1,45€