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25 de junio de 2014

Anubis. Elche, 24 de junio de 2014.

En una reciente visita al Cementerio de Alcoy quedeme maravillada con un panteón que, no siendo el más espectacular, me gustó especialmente por su decoración egipcia, al estilo victoriano. Dispuesta a profundizar en esa cultura antigua y misteriosa, decidí el pasado lunes desayunar en otro lugar de inspiración faraónica: el café Anubis. Tal vez sus dueños ignoren el carácter funerario de esta divinidad, que no parece muy apropiada para dar nombre a una cafetería de barrio, o quizás sí lo saben y desean recordar a todos los vecinos y clientes la inexorabilidad de la muerte al tiempo que nos invitan cada día a celebrar con café y tostadas un nuevo amanecer.
En cualquier caso, llevaba tiempo queriendo desayunar ahí por su llamativa decoración, pues todo lo que los profanos conocemos de Egipto está recogido en su fachada: el ojo de Horus, la Esfinge, el escarabajo e incluso dos Anubis con cabeza de chacal de tamaño descomunal a cada lado de la entrada, junto a la pizarra donde se suelen dejar escritos los menús del día y las ofertas de desayuno. Se permite no obstante algún toque de eclecticismo, como la bandera española desplegada en un ventanal con un bigote dibujado en el centro y el lema "Todos somos Vicente". Al verla, pensé que se trataba de un mensaje de apoyo a algún personaje conocido del barrio, tal vez enfermo y necesitado del cariño de sus vecinos, hasta que G me explicó que se refería a otra persona.
Como llego muy temprano, hace fresquito en la terraza y me siento mirando a la acera para ver a los transeúntes. Se trata de una de esas terrazas que tanto éxito han tenido en este dédalo de calles estrechas que no pueden ser obstaculizadas por sillas y mesas: una parte interior del bar se abre al exterior por medio de algún ventanal o puerta acristalada, quedando el interior reducido y separado de la "terraza" por una nueva puerta. Por fortuna, los frescos que decoraban la parte exteriorizada del café Anubis se han mantenido a la vista de la clientela, en lugar de ser trasladados a un museo. 
¡Por Horus, callaos ya!
Muestran una especie de templo o palacio con columnas majestuosas medio sepultado por las arenas del desierto, tal como lo encontrarían en sus expediciones decimonónicas los egiptólogos más avezados. En el centro de la imagen, más próxima a una lovecraftiana fantasía sobre ignotas civilizaciones perdidas que a un yacimiento real, un cartel hace un conocido ruego a los clientes: "Por favor, guarden silencio. Los vecinos pretenden descansar". Me parece que el autor del mensaje se excede en su petición. ¿Que guardemos silencio? Yo he venido sola, pero ¿acaso mis vecinas de terraza no tienen derecho a contarse unos chascarrillos? Por otro lado, ¿quién sabe si descansar es realmente la pretensión de los vecinos? ¿Es que Anubis ha concedido la omnisciencia al dueño del bar por haberle puesto a éste su nombre? 
Dejo de lado estas reflexiones para pedir a la camarera un café con leche, con sacarina por favor, y media tostada con tomate. En ese momento sólo hay mujeres, solas o en pareja. Pronto llegarán dos varones que ocuparán dos mesas separadas y cumplirán la orden de no hablar durante su consumición. Ambos tienen bigote y me pregunto si el café Anubis no será un lugar de encuentro de bigotudos cuyo símbolo sea la bandera con el bigote dibujado. La camarera regresa a los pocos minutos con mi desayuno y me dice algo que, confieso, no me habían dicho antes en la vida real: "Tu desayuno lo ha pagado esa señora de ahí."
Aunque hubiera preferido que mi desayuno lo pagara Ryan Gosling, la cosa me hizo mucha ilusión. Me volví para saber de qué señora se trataba y en un primer momento no la reconocí, hasta el punto de que pensé que todo había sido un error y que al final no me invitarían a nada, pero luego caí en la cuenta de quién era. Le agradecí el detalle, pero debido a nuestra breve conversación se enfrió la tostada, que era de pan del día anterior. El café estaba bien. Celebré sobre todo que tanto la sal como la sacarina eran productos locales, de Novelda, marca La barraca, la primera; de Elche, marca Damasol, la segunda. En cuanto la cliente que tenía a mi lado se levantó, capté el periódico del día que ella había estado leyendo y comencé a hojearlo mientras masticaba la tostada fría. A los pocos segundos otra cliente me urgió a pasarle el periódico en cuanto yo terminara, de modo que pasé las páginas con algo de apremio y sin poder centrarme en nada de lo que veía. De todas formas, la mayor parte iba referido a las fiestas de Alicante y lo cierto es que los festejos populares, con la excepción del LemonPop, despiertan poco interés en mí.
En esta ocasión no hube de pedir la cuenta, así que ese dato quedará por esta vez sin consignar.
PUNTUACIÓN:
ENTORNO 4 SERVICIO 6 CALIDAD 5 PRECIO desconocido

9 de junio de 2014

Velacho. Guardamar, 1 de junio de 2014.


En nuestro calendario personal, el 1 de junio es la fecha en la que se enciende el aire acondicionado en casa, sustituyo el bolso invernal por la tote bag del Strand y damos inicio a la temporada de baño. No obstante, el cambio climático está empezando a trastocar estas costumbres: por un lado, el hogar tuvo que ser acondicionado en algunos días de abril y la tote neoyorquina ya ha visto hace semanas la luz del sol; por otro, aunque nos levantamos muy temprano el domingo y nos pertrechamos convenientemente con trajes de baño, protectores solares y pareos ibicencos, dispuestos a sumergirnos en el Mediterráneo, una lluvia constante, unas temperaturas más bien bajas y una ligera marejadilla nos impidieron cumplir el plan previsto. Al llegar a la playa del Moncayo, de no ser por las dunas, bien podríamos pensar que estábamos en Nairn, así que renunciamos al baño iniciático y pasamos al siguiente punto en el orden del día: desayunar mirando el mar.
El paseo marítimo de Guardamar dispone de terrazas varias. Estamos a punto de sentarnos en una que combina los estilos tiki y troglodita, pero finalmente optamos por Velacho, que parece más adecuada para desayunar. Dado que llueve sin parar, hay que escoger con cuidado la mesa, pues si sobre nuestras cabezas se sitúa una juntura de sombrillas, el agua goteará entre una y otra e inundará la mesa y los cafés. No hay muchos clientes en la terraza, así que tenemos a nuestra disposición una mesa perfecta.
A nuestra espalda, la puerta de Velacho, custodiada siempre por un camarero o camarera; el mar al fondo y, entre éste y nosotros, una pareja de ingleses ataviados como ciclistas profesionales y que, a mitad de su desayuno, abandonan su puesto avanzado y se trasladan al interior de Velacho para resguardarse del frescor mañanero y marinero. Yo también me asomo al interior, después de que pidamos a una joven y atenta camarera dos cafés con leche, con sacarina por favor, y dos medias tostadas integrales con tomate, para echar un vistazo y me encuentro con una especie de camarote de capitán, maderas pseudonobles (probablemente compradas en BricoDepot), cartas de navegación cubriendo las paredes y hasta un timoncito colgado junto a la entrada, decoración coherente con el nombre del local, que alude a la gavia del trinquete, como todos los lectores de este blog saben. Lo único que chirría en el conjunto son los aseos: sus minúsculos lavabos encajarían mejor en la casa de un hobbit, pero están limpios y el expendedor de jabón, lleno.
En Velacho los camareros se reparten el trabajo gustosamente: una camarera toma nota de nuestro pedido, otro nos trae los cafés y otra, las tostadas. Todos van uniformados con camisas verdes y pantalones negros (¿por qué no un look más navy, ahora que se puede conseguir hasta en BSK?) y atienden con gran educación a la clientela, algo que G relaciona con el hecho de que un gran porcentaje de ésta es extranjera. Mi favorita es la tercera camarera por su trenza ladeada al estilo Katniss y por el hecho de que, al ir calzada con discretas Converse negras (de piel, no las normales de lona, que esto es Velacho), resbala a escasos metros de nuestra mesa y se pega una buena costalada, de la que, no obstante, se levanta sonriente y deseosa, supongo, de que no la haya visto mucha gente. Ahora que lo pienso, la tercera camarera es nuestra Jennifer Lawrence patria. Por otro lado, el camarero varón manifiesta la fea costumbre de retirar los platos de la tostada cuando aún masticamos el último bocado. !Take it easy, hay muchas mesas libres!
Cubertería Hobbit
El café con leche es de gran tamaño y sienta muy bien bajo la lluvia. Las tostadas están normal. No se aprecia bien su integralidad y a mí me hubieran gustado más tostadas, pero aún así las devoramos mientras se enfría el café, que hemos de remover con una cucharilla pequeñísima, tanto que quizá forme parte de una cubertería hobbit, a juego con el lavabo. A veces la taza y la cucharilla no guardan proporción alguna, ni áurea ni nada, pero lo más habitual es que la cucharilla sea más grande de lo necesario, que sea una cucharilla para comer tarta de cumpleaños en lugar de servir para remover el café solo. Aquí ocurre a la inversa y me desagrada igualmente.
Cuando ya estamos acabando llega a la terraza una pareja de jóvenes que vienen mucho mejor equipados que nosotros, con sus chubasqueros Adidas y sus mochilitas de tela. Lo cierto es que los paseantes que desfilan ante nuestra mirada han sacado sus mejores galas domingueras para enfrentarse al lluvioso día, desde chándales Adidas para los jóvenes a bolsas de plástico para las cabezas de abuela. En la playa, un osado bañista se adentra en las olas a pesar del frío, pero su hazaña no despierta nuestro interés más de dos o tres segundos. Estamos ahora más atentos a la cuenta del desayuno, que asciende a 6'40 euros. Me parece algo elevada, pero desayunar en el camarote del capitán mirando el mar tiene su precio.
Pasarela over the dunas to Playa El Moncayo
PUNTUACIÓN:

ENTORNO 8 SERVICIO 8 CALIDAD 6 PRECIO 3,20€