visitas

26 de diciembre de 2013

Bar Sol. Cartagena, 21 de diciembre de 2013.

Llueve esta mañana, algo que siempre me pone de buen humor y con ganas de hacer cosas. Hoy nos vamos de desayuno a la provincia marítima de Cartagena. Es una de las excursiones para urbanitas que desde casa podemos plantear sobre la marcha, sin necesidad de una planificación previa de la que tanto gustamos; las otras ciudades que lo permiten son Elche, que tenemos ya muy vista, y Alicante, ciudad desatractiva que siempre me ha parecido plagada de turistas cutres.
Pero hoy no ha sido pensat i fet. Hemos quedado con Sara para desayunar en un sitio elegido previamente por ella después de una ardua tarea de selección entre la oferta desayunística cartagenera. La puerta de la desaparecida tetería-librería Espartaco (hoy convertida en gimnasio) es el sitio de encuentro. Siempre lo ha sido en las visitas a Cartagena. Mi memoria emocional (oigo las risas) no asocia esta ciudad al puerto o al teatro romano; me sería imposible disociar la palabra Cartagena de Espartaco a pesar de que fueron escasas las veces que entré; allí estuve jugando al trivial la primera vez que fui a Cartagena hace tropecientos años con tres de las personas que me acompañarán hoy en el desayuno.
Sara acude a nuestro encuentro con su renovada bicicleta, su jersey Never let me go, un libro de Zadie Smith para trocarlo por otro de Richard Ford y una lista del iPhone de cosas que tenía que contarnos. Con ritmo marcial nos encaminamos al sitio elegido. De camino pasamos por la remozada Plaza de San Francisco y nos enteramos de que su nuevo aspecto no ha sido bien recibido por los habitantes del lugar, aunque tengo que decir que a mí me pareció de un superficial aceptable. A través de bonitas calles, en las que nunca logro orientarme, llegamos a la Plaza de San Ginés, donde se ubica, haciendo picoesquina, el Bar Sol.
La fachada, de ornamento sobrio, llena de marcos y cristales, tiene un aire anticuado que me atrae. Posee una de esas ventanas que desde el exterior nos permite esperar la llegada de nuestra comanda sin dejar de fumar, mientras practicamos eso tan entretenido que es observar a los viandantes. La decoración es la que toca: ventilador en el techo, fotos viejas de Cartagena, imaginería religiosa, cafeteras antiguas, ostentación de botellas de Soberano... todo poblado por una clientela primordialmente masculina.
Todos hemos pedido café con leche; Sara y yo, media con tomate, y Ana, con mantequilla y mermelada. El café con leche viene en vaso, algo que me gusta, ya empiezo a estar un poco harto de la dictadura de la taza que nos imponen en la mayoría de sitios. Lo trae todo una camarera adolescente con pinta de hija del dueño, que llevaba un auricular puesto y otro suelto colgando de la chaqueta del chándal. Estaba lo bastante abstraída en su música como para articular palabra alguna. Las tostadas ya vienen preparadas, lo cual, aunque es más cómodo para todos, no me acaba de convencer. El ritual de preparar la tostada es una de las partes más importantes del protocolo y, a no ser que tenga mucha prisa, no me gusta renunciar a él. En cambio, que te den el bote de la sacarina en lugar de sobrecitos individuales me parece un acierto total.
Mientras estamos enfrascados en la crítica indignada de la tercera temporada de Homeland ha aparecido la tercera persona a la que aludía antes: Amaya, embarazada en la reseña del Pani, ya es una radiante madre. Aparece vestida de boda (la de otro), acompañada de Darío, el guapo retoño, que presenta una estética amish muy currada. Alborozo en grado sumo. Francis, el dichoso padre, se suma más tarde, pide un asiático y elogia el Bar Sol.
Mientras volvemos,  nos prometemos regresar a Cartagena para desayunar en El Hombre Tranquilo. Esperamos que Juan, libre ya de sus problemas cubitales, nos pueda acompañar.

PUNTUACIÓN:
ENTORNO 9 SERVICIO 7 CALIDAD 6 PRECIO 1,60€

22 de diciembre de 2013

La Espiga de Oro. Elche, 20 de diciembre de 2013.

Siguiendo una tradición que se remonta al año pasado, esta mañana ha tenido lugar el desayuno navideño de la Espiga, al que asiste un selecto grupo de invitados, del cual me precio de formar parte. La reunión se celebra temprano y ocupa las mesas adyacentes al belén que decora el local desde principios de diciembre. Esta Espiga es tan sólo una sucursal del emporio panadero-confitero que extiende sus ramas por toda Elche. A diferencia de las demás, ésta posee un amplio espacio con mesas para disfrutar del café y de la bollería in situ. Es una de mis sedes habituales de desayunos laborales, pese a ser el sitio más caro de la zona y tener un aspecto más bien feo: el suelo presenta una combinación de losas beige y marrón tristona, y los dos frigoríficos que contienen tartas y zumos no ayudan a animar el ambiente. La decoración navideña, consistente en tiras de espumillón colgando del techo, una selección de polvorones junto al frigo de las tartas y el mencionado belén, de proporciones considerables, empeora la situación. Y sin embargo, me encanta desayunar ahí, tanto en soledad como acompañada. Durante el curso pasado celebraba con P y C en esta Espiga los llamados Desayunos de los Martes y, durante el curso anterior, acudía con P los jueves como colofón a nuestra visita semanal al mercadillo de verdura que comenzaba justo enfrente de la Espiga, y nos tomábamos un café con las bolsas a nuestros pies rebosantes de naranjas y coliflores. En este curso los hados no nos han permitido coincidir con frecuencia, pero también es un lugar entretenido para desayunar a solas, pues el periódico suele estar disponible a primera hora y una puede concentrarse en la lectura porque no hay música ni radio sonando. Y si no apetece leer, la Espiga ofrece otra efectiva distracción: en una pantalla muda se muestra el proceso de elaboración de distintos productos, de la coca de verduras o la de molletes, de los almendrados, del roscón de reyes... Es sorprendente el grado de embeleso que pueden causar estas imágenes, capaces de acallar conversaciones interesantísimas.
Otro objeto que me resulta atractivo, aunque no puedo explicar por qué, es una vitrina, cerrada con llave, que contiene infinidad de muñequitos de plástico de seres de ficción, tales como las princesas Disney, Patricio y Bob Esponja, Úrsula la bruja del mar, Snoopy o los personajes de Cars. Nunca he visto que nadie abriera esa vitrina, nunca he visto a un niño interesarse por su contenido. Me recuerda a esas vitrinas de los museos arqueológicos con tal abundancia de figurillas votivas que es imposible fijar la vista en una sola.
El desayuno de esta mañana ha sido más abundante de alimentos y personas de lo habitual. He sido la única en pedir café con leche, con sacarina por favor, y media tostada con tomate. Los restantes asistentes han preferido zumo de naranja natural o de piña artificial, y tostadas ya con queso fresco, ya con queso curado. Como complemento dulce a estos saludables desayunos, P suele acercarse al mostrador y escoger una bolsita con bollería del día anterior (así lo indica la etiqueta, en la Espiga no se engaña a nadie), que cuesta poco más de un euro y que incluye minicroissants, o mininapolitanas de choco, o bollitos de crema o, con más frecuencia, una mezcla de todos ellos. Cuando la ocasión lo requiere, sin embargo, tiramos la casa por la ventana y pedimos bollería del día. Esta vez hemos elegido una fogaseta rellena de chocolate, a pesar de los reparos de M, también presente y poco aficionada al chocolate por las mañanas. Yo tampoco colocaría la fogaseta en los primeros puestos de mi lista de dulces favoritos, pero el desayuno navideño exige la consumición ritual de algún bollo grandote y éste contaba con el apoyo de P y C. 
Las tostadas estaban muy ricas, como siempre, pues en la Espiga utilizan un pan muy consistente y no son tacaños a la hora de untarlo de tomate y aceite; el café es aceptable, y de la fogaseta sólo diré que acabamos rebañando el chocolate del plato con los trozos no chocolateados de la misma. Durante el proceso, íbamos saludando a los compañeros que pasaban por la puerta de la Espiga, que tiene paredes acristaladas, e incluso otro P y un A entraron a tomar café, cosa que afectó a la exclusividad del desayuno navideño y que procuraré evitar en próximas ediciones.
Llegada la hora de pagar, dividimos la cuenta a partes iguales y se me asignó la tarea de llevar el dinero a la máquina: en la Espiga son muy curiosos (destaca lo limpias que están las manos que amasan o forman roscos en los vídeos mudos que se proyectan sin descanso en las pantallas) y los trabajadores hace tiempo que no tocan el sucio dinero con sus manos, sino que te invitan a echarlo en una tragaperras o cash keeper ultramoderna que acepta billetes y devuelve cambio. Nos despedimos amablemente de la camarera, miramos todavía con algo de deseo los breztel y las palmeras de chocolate, y abandonamos la Espiga hasta el año que viene.



PUNTUACIÓN:
ENTORNO 4 SERVICIO 7 CALIDAD 9 PRECIO 3,30€

15 de diciembre de 2013

Il caffe di Roma. La Ñora, 14 de diciembre de 2013.

Es de todos conocido que en Murcia gusta eso de construir mucho, con rapidez y sin pararse a pensar si hace falta. Lo que sea: rotondas, puentes para el tranvía, aeropuertos, avenidas con tres carriles en cada sentido y aceras inmensas con farolas caras y carril-bici pero sin edificios ni peatones o coches que las recorran porque rara vez llevan a alguna parte, ni siquiera a Roma. De todas estas construcciones innecesarias rescato el centro comercial La Noria Outlet, llamado así porque se sitúa a dos acequias de La  Ñora. Existe en Murcia la moda de decorar con grandes norias las entradas de los centros comerciales. Sucede así en el CC Thader o en La Noria Outlet. Éste último, una vez cumplido su compromiso con la tradición local, presenta el aspecto de "un pueblecito español", como decía Kim Novak. Al entrar en La Noria Outlet, que está en medio de un erial, me acuerdo de los spaguetti western almerienses que nunca he visto: el CC consiste en una avenida principal formada por coloridos edificios de cartón-piedra cuyos bajos están ocupados por las tiendas de siempre. En uno de estos bajos se aloja la cafetería donde hemos desayunado hoy: Il caffe di Roma.
Es una cadena de cafés que yo creía absorbida por Café&Té o simplemente desaparecida. Aquí resiste un ejemplar cual aldea gala y no parece que le vaya mal, ya que no tiene apenas competencia. Diré ya que me gusta este sitio, tiene una grata terraza y no suele haber mucha gente. He tomado bastantes cocacolas aquí con mi hermana antes de buscar gangas en Bimba&Lola, y a los primos alemanes siempre los traemos porque aquí pueden pedir cafés latte espumosos como los que toman en su pueblo.
Hoy elegimos desayunar dentro. La decoración es la esperada: mesitas de pseudomármol, sillas de madera verde, a juego con los paneles que forran las paredes, sacos supuestamente llenos de café y carteles descriptivos de los combinados cafeteros que se ofrecen. Sobre la mesa hay infinidad de menús: de café, de almuerzos, de tartas para merendar, de batidos de fruta. Nos centramos en una tarjeta que ofrece ocho desayunos diferentes. Me planteo seriamente la posibilidad de pedir chocolate con churros, pero pienso en todos los dulces navideños que me quedan por comer y decido no innovar, así que opto por café con leche, con sacarina por favor, y media tostada con tomate. G también pide café con leche, aunque se olvida de pedir la sacarina, y un croissant, combinación desayunística contemplada en el menú pertinente.
Con rapidez pasmosa nos sirven el desayuno: mi café viene con dos sobres de sacarina, que comparto con G porque soy muy educada, y mi tostada, poco tostada, viene con una cantidad algo escasa de tomate rallado. El pack aceitera-salero se halla ya sobre la mesa. El salero tiene los agujeritos muy limpios y la aceitera, que contiene un aceite poco sabroso, está pringosa sin resultar desagradable.
Todo va razonablemente bien hasta que nuestra atención se centra en el croissant de G. En lugar de servirle un croissant de los que se exhiben en la vitrina, de tamaño ordinario, le traen un croissancito de tamaño cucharilla de café y tienen la desfachatez de acompañarlo de cuchillo y tenedor. Qué burla es ésta, nos preguntamos mientras bebemos el café. Cuando nuestra indignación alcanza su cénit, entra en il caffe una trabajadora del CC que alguna vez nos ha saludado como conocidos, para nuestra sorpresa, en la tienda correspondiente [comentario editado a petición de un lector]. Nos acompaña en silencio también un señor que lee la prensa deportiva del día sentado de lado en su silla, lo que nos lleva a comparar nuestros métodos para simultanear el beber café y el leer el periódico cuando desayunamos solos.
Con el hambre matutina saciada sólo a medias, pagamos la cuenta y nos vamos a pasear por las calles falsas del CC.

PUNTUACIÓN:
ENTORNO 7 SERVICIO 6 CALIDAD 4 PRECIO 2,00€

4 de diciembre de 2013

Towpath Café. Londres, 3 de noviembre de 2013


Hace ya tiempo decidimos que las aglomeraciones no son de nuestro agrado. Es por ello que hemos renunciado a las fiestas populares murcianas, al SOS, a ir a mercadona los sábados y a subir al metro en peak hours (a no ser que se trate de la línea Toei Oedo). El desayuno excesivo del día anterior, unido al hecho de que había demasiada gente esperando en la puerta para entrar (circunstancia que no afectó a mi desayuno, pero que me causó cierto agobio cuando dejamos el local) nos impulsó a buscar algo más tranquilo para esta mañana. Y así, nos pareció buena idea desayunar en Regent's Canal para despedirnos de Londres, la ciudad donde los servicios tienen moqueta y donde las jóvenes olvidan qué es la manga larga los fines de semana. 
Este canal de 14 kilómetros se extiende desde East London hasta Little Venice y cada vez que venimos nos quedamos con ganas de patearlo. Google maps nos dijo que la parada más conveniente Haggerston y ahí nos dirigimos. Era domingo y algo temprano, de modo que sólo esperábamos el tren nosotros y un jugador de golf bien pertrechado. ¿Cómo, si no, hubiéramos podido reconocerlo como tal? Al salir de la estación, una temperatura gélida nos recibe en la calle. Tras un breve paseo, llegamos al canal y continuamos caminando junto a él. El frío era cada vez mayor, pero no nos echamos atrás. Lo cierto es que era un lugar de paseo muy bonito, con abundancia de corredores a pie y en bici, todos muy educados y muy deseosos de dar las gracias si te apartabas ligeramente para facilitarles el paso. Tan sólo hubo un momento de crisis cuando coincidimos en un estrechamiento de las orillas urbanizadas del canal varios ciclistas, runners y nosotros, tristes peatones, pero todo se resolvió sin que ningún cuerpo cayera al agua. Poco después llegamos a Towpath Cafe. Unas muchachas muy diligentes y con un estilo entre granjero y Desigual, esa marca que tanto gusta a las maestras, estaban abriendo el local y colocando las mesas y bancos junto al canal. Al ver que nos parábamos con intenciones desayunísticas nos pidieron amablemente que les dejáramos unos minutos para acomodar todo el tinglado, de modo que avanzamos un poco más y volvimos al cabo de un rato.
Dado que éramos los primeros clientes del día, pudimos elegir asiento. No se trata de un local cerrado, Towpath Cafe es más bien un chiringuito fluvial con decoración sencilla y algo rústica. Escogimos una mesa que estaba ligeramente protegida dentro de un recoveco donde bien podía haber muerto congelada, pero acepté mi destino porque desayunar fuera de casa tiene su riesgo. Además, el sol ya aparecía tras unas casas y la promesa de su calentor, aunque fuera un calentor flojucho, nos mantenía ilusionados. Pedimos sendos caffe latte y dos trozos de olive oil cake. En la práctica, dos cafés con leche (sin sacarina por favor, porque nos dio apuro pedir sweetener en este ambiente granjeril) y dos trozos de bizcocho. Los cafés algo fríos y el bizcocho bueno pero carente de toda sorpresa. Menos mal que el lugar era agradable... De hecho, el segundo cliente se presentó pocos minutos después y comprendió rápidamente que no estábamos ahí para disfrutar, sino para criticar el desayuno, pues nos saludó con un "best spot for having breakfast!" y se ofreció a hacernos una foto. Tenemos que aprender a declinar estas ofertas, porque, como era de esperar, la foto fue hecha con mucha ilusión pero con poca habilidad.
Mientras los runners, los bikers y los patos seguían pasando ante nuestra mirada, se nos unió otra pareja en el chiringuito (todavía con sus macabros atuendos de Halloween, lo que no impidió que fueran the most pastelosa couple of the world) a la que trajeron otros dos caffe latte, e incluso se pasó a saludar la dueña, que tenía un aire a Jane Goodwall, con su pelo canoso y hablando de su vegetarianismo con el segundo cliente, a quien tal vez utilicen como gancho para convencer a la clientela de las bondades del lugar. Terminado el desayuno, pagamos las 10 libras que nos pidieron (¿soy yo o es un poco caro?) y tuve que vivir de nuevo ese incómodo momento en que una no sabe si ha de dejar propina o no.
¿Sonreír? Pues no veo el motivo.


PUNTUACIÓN:
ENTORNO 8 SERVICIO 7 CALIDAD 6 PRECIO 5£