visitas

26 de diciembre de 2013

Bar Sol. Cartagena, 21 de diciembre de 2013.

Llueve esta mañana, algo que siempre me pone de buen humor y con ganas de hacer cosas. Hoy nos vamos de desayuno a la provincia marítima de Cartagena. Es una de las excursiones para urbanitas que desde casa podemos plantear sobre la marcha, sin necesidad de una planificación previa de la que tanto gustamos; las otras ciudades que lo permiten son Elche, que tenemos ya muy vista, y Alicante, ciudad desatractiva que siempre me ha parecido plagada de turistas cutres.
Pero hoy no ha sido pensat i fet. Hemos quedado con Sara para desayunar en un sitio elegido previamente por ella después de una ardua tarea de selección entre la oferta desayunística cartagenera. La puerta de la desaparecida tetería-librería Espartaco (hoy convertida en gimnasio) es el sitio de encuentro. Siempre lo ha sido en las visitas a Cartagena. Mi memoria emocional (oigo las risas) no asocia esta ciudad al puerto o al teatro romano; me sería imposible disociar la palabra Cartagena de Espartaco a pesar de que fueron escasas las veces que entré; allí estuve jugando al trivial la primera vez que fui a Cartagena hace tropecientos años con tres de las personas que me acompañarán hoy en el desayuno.
Sara acude a nuestro encuentro con su renovada bicicleta, su jersey Never let me go, un libro de Zadie Smith para trocarlo por otro de Richard Ford y una lista del iPhone de cosas que tenía que contarnos. Con ritmo marcial nos encaminamos al sitio elegido. De camino pasamos por la remozada Plaza de San Francisco y nos enteramos de que su nuevo aspecto no ha sido bien recibido por los habitantes del lugar, aunque tengo que decir que a mí me pareció de un superficial aceptable. A través de bonitas calles, en las que nunca logro orientarme, llegamos a la Plaza de San Ginés, donde se ubica, haciendo picoesquina, el Bar Sol.
La fachada, de ornamento sobrio, llena de marcos y cristales, tiene un aire anticuado que me atrae. Posee una de esas ventanas que desde el exterior nos permite esperar la llegada de nuestra comanda sin dejar de fumar, mientras practicamos eso tan entretenido que es observar a los viandantes. La decoración es la que toca: ventilador en el techo, fotos viejas de Cartagena, imaginería religiosa, cafeteras antiguas, ostentación de botellas de Soberano... todo poblado por una clientela primordialmente masculina.
Todos hemos pedido café con leche; Sara y yo, media con tomate, y Ana, con mantequilla y mermelada. El café con leche viene en vaso, algo que me gusta, ya empiezo a estar un poco harto de la dictadura de la taza que nos imponen en la mayoría de sitios. Lo trae todo una camarera adolescente con pinta de hija del dueño, que llevaba un auricular puesto y otro suelto colgando de la chaqueta del chándal. Estaba lo bastante abstraída en su música como para articular palabra alguna. Las tostadas ya vienen preparadas, lo cual, aunque es más cómodo para todos, no me acaba de convencer. El ritual de preparar la tostada es una de las partes más importantes del protocolo y, a no ser que tenga mucha prisa, no me gusta renunciar a él. En cambio, que te den el bote de la sacarina en lugar de sobrecitos individuales me parece un acierto total.
Mientras estamos enfrascados en la crítica indignada de la tercera temporada de Homeland ha aparecido la tercera persona a la que aludía antes: Amaya, embarazada en la reseña del Pani, ya es una radiante madre. Aparece vestida de boda (la de otro), acompañada de Darío, el guapo retoño, que presenta una estética amish muy currada. Alborozo en grado sumo. Francis, el dichoso padre, se suma más tarde, pide un asiático y elogia el Bar Sol.
Mientras volvemos,  nos prometemos regresar a Cartagena para desayunar en El Hombre Tranquilo. Esperamos que Juan, libre ya de sus problemas cubitales, nos pueda acompañar.

PUNTUACIÓN:
ENTORNO 9 SERVICIO 7 CALIDAD 6 PRECIO 1,60€

22 de diciembre de 2013

La Espiga de Oro. Elche, 20 de diciembre de 2013.

Siguiendo una tradición que se remonta al año pasado, esta mañana ha tenido lugar el desayuno navideño de la Espiga, al que asiste un selecto grupo de invitados, del cual me precio de formar parte. La reunión se celebra temprano y ocupa las mesas adyacentes al belén que decora el local desde principios de diciembre. Esta Espiga es tan sólo una sucursal del emporio panadero-confitero que extiende sus ramas por toda Elche. A diferencia de las demás, ésta posee un amplio espacio con mesas para disfrutar del café y de la bollería in situ. Es una de mis sedes habituales de desayunos laborales, pese a ser el sitio más caro de la zona y tener un aspecto más bien feo: el suelo presenta una combinación de losas beige y marrón tristona, y los dos frigoríficos que contienen tartas y zumos no ayudan a animar el ambiente. La decoración navideña, consistente en tiras de espumillón colgando del techo, una selección de polvorones junto al frigo de las tartas y el mencionado belén, de proporciones considerables, empeora la situación. Y sin embargo, me encanta desayunar ahí, tanto en soledad como acompañada. Durante el curso pasado celebraba con P y C en esta Espiga los llamados Desayunos de los Martes y, durante el curso anterior, acudía con P los jueves como colofón a nuestra visita semanal al mercadillo de verdura que comenzaba justo enfrente de la Espiga, y nos tomábamos un café con las bolsas a nuestros pies rebosantes de naranjas y coliflores. En este curso los hados no nos han permitido coincidir con frecuencia, pero también es un lugar entretenido para desayunar a solas, pues el periódico suele estar disponible a primera hora y una puede concentrarse en la lectura porque no hay música ni radio sonando. Y si no apetece leer, la Espiga ofrece otra efectiva distracción: en una pantalla muda se muestra el proceso de elaboración de distintos productos, de la coca de verduras o la de molletes, de los almendrados, del roscón de reyes... Es sorprendente el grado de embeleso que pueden causar estas imágenes, capaces de acallar conversaciones interesantísimas.
Otro objeto que me resulta atractivo, aunque no puedo explicar por qué, es una vitrina, cerrada con llave, que contiene infinidad de muñequitos de plástico de seres de ficción, tales como las princesas Disney, Patricio y Bob Esponja, Úrsula la bruja del mar, Snoopy o los personajes de Cars. Nunca he visto que nadie abriera esa vitrina, nunca he visto a un niño interesarse por su contenido. Me recuerda a esas vitrinas de los museos arqueológicos con tal abundancia de figurillas votivas que es imposible fijar la vista en una sola.
El desayuno de esta mañana ha sido más abundante de alimentos y personas de lo habitual. He sido la única en pedir café con leche, con sacarina por favor, y media tostada con tomate. Los restantes asistentes han preferido zumo de naranja natural o de piña artificial, y tostadas ya con queso fresco, ya con queso curado. Como complemento dulce a estos saludables desayunos, P suele acercarse al mostrador y escoger una bolsita con bollería del día anterior (así lo indica la etiqueta, en la Espiga no se engaña a nadie), que cuesta poco más de un euro y que incluye minicroissants, o mininapolitanas de choco, o bollitos de crema o, con más frecuencia, una mezcla de todos ellos. Cuando la ocasión lo requiere, sin embargo, tiramos la casa por la ventana y pedimos bollería del día. Esta vez hemos elegido una fogaseta rellena de chocolate, a pesar de los reparos de M, también presente y poco aficionada al chocolate por las mañanas. Yo tampoco colocaría la fogaseta en los primeros puestos de mi lista de dulces favoritos, pero el desayuno navideño exige la consumición ritual de algún bollo grandote y éste contaba con el apoyo de P y C. 
Las tostadas estaban muy ricas, como siempre, pues en la Espiga utilizan un pan muy consistente y no son tacaños a la hora de untarlo de tomate y aceite; el café es aceptable, y de la fogaseta sólo diré que acabamos rebañando el chocolate del plato con los trozos no chocolateados de la misma. Durante el proceso, íbamos saludando a los compañeros que pasaban por la puerta de la Espiga, que tiene paredes acristaladas, e incluso otro P y un A entraron a tomar café, cosa que afectó a la exclusividad del desayuno navideño y que procuraré evitar en próximas ediciones.
Llegada la hora de pagar, dividimos la cuenta a partes iguales y se me asignó la tarea de llevar el dinero a la máquina: en la Espiga son muy curiosos (destaca lo limpias que están las manos que amasan o forman roscos en los vídeos mudos que se proyectan sin descanso en las pantallas) y los trabajadores hace tiempo que no tocan el sucio dinero con sus manos, sino que te invitan a echarlo en una tragaperras o cash keeper ultramoderna que acepta billetes y devuelve cambio. Nos despedimos amablemente de la camarera, miramos todavía con algo de deseo los breztel y las palmeras de chocolate, y abandonamos la Espiga hasta el año que viene.



PUNTUACIÓN:
ENTORNO 4 SERVICIO 7 CALIDAD 9 PRECIO 3,30€

15 de diciembre de 2013

Il caffe di Roma. La Ñora, 14 de diciembre de 2013.

Es de todos conocido que en Murcia gusta eso de construir mucho, con rapidez y sin pararse a pensar si hace falta. Lo que sea: rotondas, puentes para el tranvía, aeropuertos, avenidas con tres carriles en cada sentido y aceras inmensas con farolas caras y carril-bici pero sin edificios ni peatones o coches que las recorran porque rara vez llevan a alguna parte, ni siquiera a Roma. De todas estas construcciones innecesarias rescato el centro comercial La Noria Outlet, llamado así porque se sitúa a dos acequias de La  Ñora. Existe en Murcia la moda de decorar con grandes norias las entradas de los centros comerciales. Sucede así en el CC Thader o en La Noria Outlet. Éste último, una vez cumplido su compromiso con la tradición local, presenta el aspecto de "un pueblecito español", como decía Kim Novak. Al entrar en La Noria Outlet, que está en medio de un erial, me acuerdo de los spaguetti western almerienses que nunca he visto: el CC consiste en una avenida principal formada por coloridos edificios de cartón-piedra cuyos bajos están ocupados por las tiendas de siempre. En uno de estos bajos se aloja la cafetería donde hemos desayunado hoy: Il caffe di Roma.
Es una cadena de cafés que yo creía absorbida por Café&Té o simplemente desaparecida. Aquí resiste un ejemplar cual aldea gala y no parece que le vaya mal, ya que no tiene apenas competencia. Diré ya que me gusta este sitio, tiene una grata terraza y no suele haber mucha gente. He tomado bastantes cocacolas aquí con mi hermana antes de buscar gangas en Bimba&Lola, y a los primos alemanes siempre los traemos porque aquí pueden pedir cafés latte espumosos como los que toman en su pueblo.
Hoy elegimos desayunar dentro. La decoración es la esperada: mesitas de pseudomármol, sillas de madera verde, a juego con los paneles que forran las paredes, sacos supuestamente llenos de café y carteles descriptivos de los combinados cafeteros que se ofrecen. Sobre la mesa hay infinidad de menús: de café, de almuerzos, de tartas para merendar, de batidos de fruta. Nos centramos en una tarjeta que ofrece ocho desayunos diferentes. Me planteo seriamente la posibilidad de pedir chocolate con churros, pero pienso en todos los dulces navideños que me quedan por comer y decido no innovar, así que opto por café con leche, con sacarina por favor, y media tostada con tomate. G también pide café con leche, aunque se olvida de pedir la sacarina, y un croissant, combinación desayunística contemplada en el menú pertinente.
Con rapidez pasmosa nos sirven el desayuno: mi café viene con dos sobres de sacarina, que comparto con G porque soy muy educada, y mi tostada, poco tostada, viene con una cantidad algo escasa de tomate rallado. El pack aceitera-salero se halla ya sobre la mesa. El salero tiene los agujeritos muy limpios y la aceitera, que contiene un aceite poco sabroso, está pringosa sin resultar desagradable.
Todo va razonablemente bien hasta que nuestra atención se centra en el croissant de G. En lugar de servirle un croissant de los que se exhiben en la vitrina, de tamaño ordinario, le traen un croissancito de tamaño cucharilla de café y tienen la desfachatez de acompañarlo de cuchillo y tenedor. Qué burla es ésta, nos preguntamos mientras bebemos el café. Cuando nuestra indignación alcanza su cénit, entra en il caffe una trabajadora del CC que alguna vez nos ha saludado como conocidos, para nuestra sorpresa, en la tienda correspondiente [comentario editado a petición de un lector]. Nos acompaña en silencio también un señor que lee la prensa deportiva del día sentado de lado en su silla, lo que nos lleva a comparar nuestros métodos para simultanear el beber café y el leer el periódico cuando desayunamos solos.
Con el hambre matutina saciada sólo a medias, pagamos la cuenta y nos vamos a pasear por las calles falsas del CC.

PUNTUACIÓN:
ENTORNO 7 SERVICIO 6 CALIDAD 4 PRECIO 2,00€

4 de diciembre de 2013

Towpath Café. Londres, 3 de noviembre de 2013


Hace ya tiempo decidimos que las aglomeraciones no son de nuestro agrado. Es por ello que hemos renunciado a las fiestas populares murcianas, al SOS, a ir a mercadona los sábados y a subir al metro en peak hours (a no ser que se trate de la línea Toei Oedo). El desayuno excesivo del día anterior, unido al hecho de que había demasiada gente esperando en la puerta para entrar (circunstancia que no afectó a mi desayuno, pero que me causó cierto agobio cuando dejamos el local) nos impulsó a buscar algo más tranquilo para esta mañana. Y así, nos pareció buena idea desayunar en Regent's Canal para despedirnos de Londres, la ciudad donde los servicios tienen moqueta y donde las jóvenes olvidan qué es la manga larga los fines de semana. 
Este canal de 14 kilómetros se extiende desde East London hasta Little Venice y cada vez que venimos nos quedamos con ganas de patearlo. Google maps nos dijo que la parada más conveniente Haggerston y ahí nos dirigimos. Era domingo y algo temprano, de modo que sólo esperábamos el tren nosotros y un jugador de golf bien pertrechado. ¿Cómo, si no, hubiéramos podido reconocerlo como tal? Al salir de la estación, una temperatura gélida nos recibe en la calle. Tras un breve paseo, llegamos al canal y continuamos caminando junto a él. El frío era cada vez mayor, pero no nos echamos atrás. Lo cierto es que era un lugar de paseo muy bonito, con abundancia de corredores a pie y en bici, todos muy educados y muy deseosos de dar las gracias si te apartabas ligeramente para facilitarles el paso. Tan sólo hubo un momento de crisis cuando coincidimos en un estrechamiento de las orillas urbanizadas del canal varios ciclistas, runners y nosotros, tristes peatones, pero todo se resolvió sin que ningún cuerpo cayera al agua. Poco después llegamos a Towpath Cafe. Unas muchachas muy diligentes y con un estilo entre granjero y Desigual, esa marca que tanto gusta a las maestras, estaban abriendo el local y colocando las mesas y bancos junto al canal. Al ver que nos parábamos con intenciones desayunísticas nos pidieron amablemente que les dejáramos unos minutos para acomodar todo el tinglado, de modo que avanzamos un poco más y volvimos al cabo de un rato.
Dado que éramos los primeros clientes del día, pudimos elegir asiento. No se trata de un local cerrado, Towpath Cafe es más bien un chiringuito fluvial con decoración sencilla y algo rústica. Escogimos una mesa que estaba ligeramente protegida dentro de un recoveco donde bien podía haber muerto congelada, pero acepté mi destino porque desayunar fuera de casa tiene su riesgo. Además, el sol ya aparecía tras unas casas y la promesa de su calentor, aunque fuera un calentor flojucho, nos mantenía ilusionados. Pedimos sendos caffe latte y dos trozos de olive oil cake. En la práctica, dos cafés con leche (sin sacarina por favor, porque nos dio apuro pedir sweetener en este ambiente granjeril) y dos trozos de bizcocho. Los cafés algo fríos y el bizcocho bueno pero carente de toda sorpresa. Menos mal que el lugar era agradable... De hecho, el segundo cliente se presentó pocos minutos después y comprendió rápidamente que no estábamos ahí para disfrutar, sino para criticar el desayuno, pues nos saludó con un "best spot for having breakfast!" y se ofreció a hacernos una foto. Tenemos que aprender a declinar estas ofertas, porque, como era de esperar, la foto fue hecha con mucha ilusión pero con poca habilidad.
Mientras los runners, los bikers y los patos seguían pasando ante nuestra mirada, se nos unió otra pareja en el chiringuito (todavía con sus macabros atuendos de Halloween, lo que no impidió que fueran the most pastelosa couple of the world) a la que trajeron otros dos caffe latte, e incluso se pasó a saludar la dueña, que tenía un aire a Jane Goodwall, con su pelo canoso y hablando de su vegetarianismo con el segundo cliente, a quien tal vez utilicen como gancho para convencer a la clientela de las bondades del lugar. Terminado el desayuno, pagamos las 10 libras que nos pidieron (¿soy yo o es un poco caro?) y tuve que vivir de nuevo ese incómodo momento en que una no sabe si ha de dejar propina o no.
¿Sonreír? Pues no veo el motivo.


PUNTUACIÓN:
ENTORNO 8 SERVICIO 7 CALIDAD 6 PRECIO 5£

22 de noviembre de 2013

Breakfast Club. Londres, 2 de noviembre de 2013.



Me ha vuelto a pasar, no he podido dormir bien a causa de la almohada. A pesar del colchón de última generación, loado con amplio folleto en el lugar donde anteriormente había un cenicero, la dichosa almohada me ha fastidiado el descanso. Tendré que empezar a viajar con la mía a todas partes; me dará un toque sibarita.

Ana parecía dormir y aunque era bastante temprano, no me apetecía dar vueltas en la cama. No me he complicado mucho y he puesto la tele. De repente, en medio de una sucesión de canales con datos del tiempo, casas de empeños y resultados de la Premier, ha aparecido la siguiente noticia: según comentaban, habían encontrado en el cementerio londinense de Highgate a un canguro dando saltos ante la tumba de Darwin.  Esta jugarreta de la evolución me ha emocionado tanto, que a punto he estado de despertar a Ana para contárselo.

Bajo cielo sombrío, después de las laboriosas tareas con las que tenemos que penar los humanos al levantarnos, nos dirigimos al lugar de desayuno. El sitio está muy cerca, a escasos cinco minutos. Como vamos con tiempo y no queremos ser los primeros, damos antes un paseo por el barrio de Whitechapel, la zona donde Jack el Destripador cometió la mayoría de sus asesinatos. Como expertos riperólogos que somos, buscamos el lugar del asesinato de Mary Jane Kelly, su última victima canónica, actualmente un triste y gris aparcamiento. Una asociación de ideas cruel nos hace pensar otra vez en el desayuno.

Hoy vamos a The Breakfast Club, al lado de Old Spitalfields Market. Este mercado, abierto todos los días y uno de los más conocidos de Londres, alcanza su cenit hipster los domingos cuando también abre el cercano mercado de Brick Lane y las bicicletas, las martens, los skinny y las ensaladas toman las calles.

Llegamos a las 09:10, la mitad de las mesas están ocupadas. Diez minutos después ya hay cola para entrar. El lugar, vagamente iluminado, es acogedor y lleno de detallitos por todas partes.  Los camareros, acorde con el lugar: una, la más guapa, con el pelo plateado, jersey de angora rosa y leggings con dibujos de gominolas;  otra, la amable chica que nos trajo los cafés, una especie de Pippi Langstrumpf, antes de dedicarse al porno; y la tercera, con pinta de expresidiaria y una camiseta de la NASA; sin olvidarnos de la cuota oriental londinense habitual en todos estos lugares, que pasaba igual de desapercibida que los chicos camareros.

Pedimos, después de mirar y remirar la carta de desayunos  y las mesas vecinas,  hacia donde vemos pasar platos gigantescos. Ana se decide  por apple and cinnamon french toast, con un machiatto. Yo, olvidándome de la guerra contra los triglicéridos, de la sacarina, de mi delicado estomago y  hasta del hambre en África, pido huevos rancheros [weh-vohs-ran-chair-ohs](fried eggs, tortilla with melted cheddar, refried beans, chorizo, salsa, sour cream and guacamole) y un latte.


Le metemos mano a los desayunos, después de que Ana intentará quitarme el café, al percatarse de su mala elección, aduciendo la peregrina idea de que al estar mi café en su lado de la mesa pasaba a ser suyo. La profesora ha alabado sus tostadas francesas, rebanadas de pan bastante gruesas, con manzanas asadas y canela por encima, servidas en un plato hondo esmaltado y esportillado de estilo retro. Como los [weh-vohs-ran-chair-ohs] son demasiado heavys, hemos compartido los platos, las calorías y la cuenta. 

En general el sitio me ha gustado, pero no creo que sea para aguantar una cola. La famosa frase de Ibsen: "La mayoría nunca tiene razón", en la que creo como verdad absoluta, sigue siendo cierta. Si no me creéis, esperad a las próximas elecciones, y a las siguientes, y a las siguientes, …


PUNTUACIÓN:
ENTORNO 8 SERVICIO 8 CALIDAD 7 PRECIO 10,60 £

12 de noviembre de 2013

Costa Coffee. 1 de noviembre de 2013, Londres.

Este viernes hemos despertado en Londres, hemos mirado por la ventana y, como nos ha parecido que hacía más frío que en Mur, nos hemos abrigado bien y hemos salido en busca de un café caliente. Nuestros pasos, planificados de antemano, nos han conducido hasta la Torre de Londres, no porque nos interesara admirar las Joyas de la Corona ni hacernos una foto imitando una decapitación, sino porque encima de la pequeña construcción donde se venden las entradas para el monumento hay un Costa que, de momento, es mi favorito. Debo decir que de todas las franquicias cafeteras, Costa es la que más nos gusta, con sus silloncitos rojos y su wi-fi siempre a disposición del cliente, lo mismo a la salida del British que en la recepción de un hotel de aeropuerto.
Llegamos temprano y con cierto riesgo para nuestras vidas, dado que el cruce que forman Minories Street con Tower Hill es ciertamente peligroso para quienes aún no saben hacia qué lado hay que mirar antes de pisar la calzada. En la explanada que media entre la Tower y el Costa se veían ya a primera hora algunos cuervos y también grupos de turistas. Nuestro objetivo estaba a la vista. Rodeamos el edificio de los tickets y, sorteando unos cubos de basura, subimos la escalera que conduce a la cafetería. A estas horas está prácticamente vacía. Supongo que los visitantes vienen desayunados de sus hoteles y para los trabajadores de la zona hay otros cafés más accesibles. Para nosotros, este Costa es such a perfect place. Tiene profusión de dulces, paninis, cosas con mucho chocolate y zumos que resultan de mezclar frutas variadas. No sé qué problema tienen en otros países con los zumos monofruta, están infinitamente mejor que los multifruta.
Yo tenía clara mi elección: quería un muffin de lemon&poppy seeds, variedad que, en principio, parece poco atractiva, pero que es ideal para desayunar. Los de Costa están muy ricos. También hemos probado esta variedad en Tesco, pero no hay comparación posible. Es como comparar un croissant de París con uno de Panadería La Luna. Tan buenos están que G pidió lo mismo, algo que no suele ocurrir, porque de manera inconsciente mantenemos en los desayunos cierta rivalidad acerca de quién ha pedido mejor. Escogiendo los dos el lemon&poppy seeds muffin se anula el carácter agonístico de nuestro desayuno. Para acentuar el "efecto empate" recurrimos, con relación al café, a una técnica de ahorro que llevamos practicando desde hace unos años y que me avergonzaba ligeramente en el pasado, pero que ahora practico con naturalidad, aunque sin negar el toque cutre que aporta a los desayunos.
Consiste en pedir un solo café (latte, por ejemplo) de tamaño grande para los dos. En Costa, este tamaño se llama massimo, cuesta unos 50 peniques más que el tamaño normal y viene servido en un tazón inmenso de aproximadamente medio litro de capacidad que cuenta con dos asas para garantizar su integridad. Es una taza-ánfora. Con esta cantidad de café tenemos suficiente para los dos; con dos cafés normales la cantidad es excesiva para cada uno (todos conocemos las cantidades ingentes de caffè latte que se gastan por aquí) y el precio de la cuenta sube. Para llevar a cabo estos desayunos-ahorro es preciso estar in love con el otro desayunante. De otro modo, quizá a uno no le siente bien que el otro moje el muffin y deje partículas en el café.
Pero aún no he mencionado el punto fuerte del local. Y es que, debido a su situación, ya explicada, y al hecho de que todas sus paredes son de cristal, los clientes disfrutan de unas vistas muy gratas de la Torre de Londres. Que una cosa es que no te apetezca hacerte la foto con el beefeater y otra, que te dé igual que la ventana del Costa dé a un callejón mohoso o a un edificio histórico bien bonico.
Un caffè latte massimo (la sacarina me la serví yo misma sin favor), dos muffins del tipo indicado, vistas estilo Tudor, posibilidad de hacer muchas fotos sin vergüenza porque no había apenas clientes y wi-fi, todo ello por 6,25 libras.
PUNTUACIÓN:
ENTORNO 9 SERVICIO 8 CALIDAD 8 PRECIO 3,30 libras (unos 4€ al cambio algo usurero de Cajamurcia)

31 de octubre de 2013

Pani. Cartagena, 27 de octubre de 2013

Quedo con mis amigas A y S, a las que conocí en la universidad, en el Pani de Cartagena para desayunar el domingo. No recuerdo si desayunábamos juntas cuando éramos estudiantes. Sí me acuerdo de almorzar empanadillas con ensaladilla, aunque A siempre ha seguido una dieta sana y nunca ha abusado de este combinado estudiantil. Ahora S y yo hacemos crema de verduras para cenar y A está embarazada.
Hace un día estupendo. Recojo a S en la Alameda y nos encaminamos al Pani. A llega en seguida. Ella cree que quedar para desayunar es chic; las demás asentimos en silencio, sacudiendo nuestras mortales guedejas. El Pani es una panadería-confitería situada en una de esas calles peatonales del centro que tiene Cartagena y por las cuales no consigo orientarme bien. El local es austero y tiene un color grisáceo que lo impregna todo, hasta los dulces que se exhiben en abundancia insólita en los mostradores. Me dio la impresión de que había a la vista más costillas de cabello de ángel y más buñuelos de los que suele haber en las confiterías. Frente al color azulado y algo tristón del interior, la terraza es una maravilla de luz y de color, limitada en un extremo por unas columnas dentro de un pequeño vallado, supongo que de época romana. La última vez que estuve aquí me lo dijeron pero se ve que no presté demasiada atención. 
Las mesas y las sillas son cómodas y modernillas. Sobre cada una hay un salero no de cristal, sino de plástico, el salero de la marca Torremar que podemos encontrar en nuestro supermercado de confianza. Están todos un poco amarillentos por el sol. Ignoro por qué no hacen una pequeña inversión en saleros standard de cristal. Quizá hayan sufrido robos de saleros y aceiteras en el pasado, pues tampoco diviso ninguna de éstas, y hayan optado por ofrecer algo poco apetecible para el cliente de mano larga.
La camarera viene pronto con una sonrisa giocondiana. Pedimos tres medias tostadas con tomate, un zumo de naranja, un café con leche, con sacarina por favor, y otro café con leche descafeinado. La costilla de cabello de ángel, a pesar de ser dulce de abuelo, me atrae siempre, pero he venido aquí a probar la que, según S, es la mejor tostada con tomate de CT. Tan sólo nos concedemos el capricho de un buñuelo de crema y ni siquiera pedimos tres, porque A vence a la tentación del azúcar, sino sólo dos, que, servidos en un platito, resultan ligeramente ridículos. Pienso a posteriori que es uno de esos productos que uno compra por docenas o por kilos, pero la sonrisa de la camarera no se vio alterada por la inadecuada petición. De hecho, la mantuvo inmutable hasta cuando la llamamos a coro para pedir un tercer café con leche. S tiene la costumbre de pedir el café como postre del desayuno, no como bebida principal, costumbre por la que nunca le he preguntado y que, a mi modo de ver, altera el orden normal del desayuno. Además, aunque éste sea mi comida favorita del día, no considero que tenga la suficiente entidad como para contar con dos fases, plato principal y postre.
Las tostadas están ciertamente buenas, crujientes y hechas con pan consistente. En el Pani las cortan en diagonal, cosa que no he visto en otros sitios. Tienen, no obstante, una pega: llevan demasiado aceite, de modo que los dedos se untan al cogerlas y hay que tener cuidado para no mancharse la ropa. Si el dueño del Pani retiró las aceiteras de las mesas para evitar que los clientes consumieran aceite de más, alguien debería decirle que en la cocina están haciendo boicot a sus medidas de ahorro. La camarera hierática trae el café con un sobre de sacarina y otro de azúcar, una buena solución para contentar a todos. Como yo me pongo sacarina en el café, puedo conservar el sobre de azúcar, que es uno de los más divertidos que conozco. El diseño es sencillo: letras azules sobre fondo blanco. En el anverso, el nombre del local y su dirección enmarcados por unas líneas algo art nouveau, en alusión clara a ciertos edificios representativos de este estilo en CT; en el reverso, una sentencia que viene a ser toda una declaración de principios: "Yo soy cliente del Pani, y ¿usted?". La humanidad queda así dividida en dos partes, los que desayunamos en el Pani y los demás. S, A y yo nos levantamos y nos vamos paseando hasta mi coche, felices por haber renovado nuestra relación mistérica con el Pani. Y encima, cuando nos despedimos, A nos dice que su hijo se va a llamar Darío, con lo que nuestro alborozo ya no conoce límites.
PUNTUACIÓN:
ENTORNO 8 SERVICIO 7 CALIDAD 8 PRECIO 2€

25 de octubre de 2013

Calasanz. Cobatillas, 20 de octubre de 2013.

Algunos domingos no tenemos ganas de ir a Murcia a desayunar y optamos por un desayuno de Barrio. Lo escribo en mayúsculas porque estos desayunos rurales suelen tener lugar en el Barrio de los Pavos. Hay otras cafeterías a las que llegar a pie desde casa (a Murcia también se puede llegar así, tal como demostramos en una ocasión al estilo de Aquiles, esto es, andando), pero Confitería-Cafetería Calasanz es la mejor. El evento, que se compone de paseo+desayuno, es agradable. La ruta nos lleva, tras atravesar un parque, por delante del Lidl hasta unos bancales que se mezclan con las primeras casas del Barrio. Una de ellas tiene unos rosales sumamente olorosos, entrada al pueblo que resulta algo edénica después de haber recorrido el espacio que media entre el Lidl y el jardín de rosas. Tiene este espacio un aire postnuclear. Hace unos años se plantaron ahí moreras y se construyeron aceras que hoy se ven resquebrajadas y pobladas por insectos. El tráfico en esta calle es tan intenso que los caracoles realizan tranquilamente sus particulares revisiones de On the road y se lanzan a la aventura dejando en la calzada esos hilitos de baba que brillan al sol. Aquí iba a tener su sede el Nuevo Campillo, pero todo quedó en Campillurus.
Pimenton, -onis
El Barrio no es muy grande, así que se tarda poco en localizar la confitería Calasanz. Por si hay alguna duda, sirva de señal la furgoneta de las especias Ben-Hur, aparcada siempre enfrente. Calasanz tiene unas inmensas cristaleras que permiten ver el tráfico mientras se desayuna. Por dentro es un local normalito: unas cuantas mesas con cómodas sillas y dos mostradores, uno con repostería dulce y salada, otro con pasteles y tartas, además de multitud de estantes repletos de esas mandangas que atraen a los niños, como piruletas de PepaPig o chupachups de Bob Esponja.
¿Quién vive en la piña debajo del mar?
En unas cestas de mimbre se exhiben distintos tipos de barras de pan, a cual más apetecible. Nosotros, desde que descubrimos el pan multicereal, no desayunamos otra cosa, de modo que el menú del pasado domingo fue café con leche, con sacarina por favor, y tostada multicereal con tomate. Recomiendo las napolitanas ya de choco, ya de crema, con una perfecta proporción entre masa y relleno. Los croissants de choco, en cambio, tienen chocoexceso. Los pasteles y tartas no están tan buenos. Cierto día mi padre calificó una tarta de queso de Calasanz como "pésima", aunque hay que tener en cuenta que es una persona a la que no le gusta el yogur ni el cine actual, por lo que no es enteramente de fiar.
El desayuno clásico está muy bueno, insisto, pero el servicio deja bastante que desear. Las camareras son seriotas y te miran con impaciencia si no tienes clara tu elección. Son el equivalente murciano del Sopero Nazi. El domingo no nos trajeron sacarina a pesar de que hicimos hincapié en nuestra exigencia dietética. Más de una vez hemos salido del lugar protestando y prometiendo no volver jamás, pero acabamos regresando por las tostadas.
La clientela es local y solemos formar estas combinaciones: madre-hija (una de las más frecuentes), novio-novia, marido-mujer, padre-madre-bebé y algún átomo suelto en la barra. El domingo pasado había también un combinado husband-wife, cuyo primer elemento hablaba muy alto y comentaba al segundo cosas que veía en el periódico o en MujerHoy. También había un niño que contó cuántos pasteles negros había y cuántos marrones, información que comunicó a su madre ante la total indiferencia de ésta.
Unos días nos cobran 3,60€, otros, 4€. Creo que lo segundo lo dicen no por avaricia, sino por pereza mental.
PUNTUACIÓN:
ENTORNO 5 SERVICIO 4 CALIDAD 9 PRECIO 1,80€

20 de octubre de 2013

Café Motora. Malacia, 20 de octubre de 2011.

Fue la página 96, ella lo desencadenó todo. Sí, lo recuerdo perfectamente, un trozo de papel vitela abandonado dentro de la edición facsímil del manuscrito Voynich que hojeaba en la Biblioteca Nacional. Contenía unos números sin sentido aparente y el misterioso nombre de Malacia en el reverso. Tiempo después, en Londres, en el pequeño mercado de Benrmondsey, entre antigüedades y libros raros, un hombre al que llamaban Yegor, vendía un mapa desgastado, fechado en 1617, en el que volvió a aparecer el nombre de Malacia. Le di 79 £.
Siete años más tarde, cuando Ana se abandonó a la metanfetamina, curiosamente mantuvo su afición a los desayunos y la obsesión por traducir al puto Esquilo, en mis noches de búsqueda de cristal por la noche mediterránea, hice buena amistad con  Nikolay, un camello búlgaro, antiguo general del ejército, que decía poder conseguir casi cualquier cosa. Le hable de Malacia y de mi obsesión con ese nombre. A través de sus contactos eslavos y con muchos euros de por medio, consiguió algo similar a un  plano. Llevaba a un lugar.
La madrugada del  19 de octubre de 2011 a las 01:57 nos dirigimos a Malacia. Primero fue la autovía, luego una carretera local que seguimos unas dos horas. La siguiente señal, fuera de los límites provinciales, era un coche calcinado con la letra W escrita en el capó; giramos a la derecha. En este punto los arbustos habían desaparecido y la vegetación consistía en una monótona sucesión de matojos que parecía extenderse hasta el infinito. 45 minutos después cogimos un camino de tierra que seguimos casi hasta las 6 de la mañana. Nadie, solamente un perro cojo cruzó fantasmalmente nuestro camino. Vimos lo que parecía ser el mar. Al amanecer la última indicación, una senda de cabras junto a un esbozo de esqueleto de árbol. 2 kilómetros después llegamos a la señal. Una barrera y una cámara; esperamos y la barrera se abrió.
Casi sin darnos cuenta nos vimos transportados a una carretera asfaltada de dos carriles en cada sentido y con un tráfico denso y cientos de coches de distintos tamaños. No parecía que hubiera semáforos ni cruces, pero sí había actividad. Había personas en los coches, pero no parecían conducir. De vez en cuando surgía un desvío hacia otra carretera y algunos coches lo tomaban. No había casas, ni edificios, ni árboles, ni aceras, ni siquiera aparcacoches; fuera de los límites de la carretera, no había nada.
Poco a poco, vimos que las personas de dentro de los vehículos parecían ocupados. Se les veía charlar, a veces de coche a coche cuando el tráfico se hacía más lento. Otros escribían en el ordenador, algunos hacían ejercicio. Al día  siguiente de llegar, desayunamos en el café Motora, nos lo encontramos en una carretera con poco tráfico y a una velocidad muy reducida era divertido tomar un café con churros. Lo llevaba un chico pelirrojo de cara luminosa, nos dijo que solía estar por allí todos los días, y que esperaba volver a vernos. Nos gustó mucho, nos dieron la sacarina sin tener que repetirlo y no pagamos nada.
Ahora, llueve. Lleva tres meses haciéndolo. El cristal empañado hace que percibamos las luces de los demás como irreales. Somos felices, vivimos en el coche. Rodando todo el tiempo, eternamente. Abrazados.

9 de octubre de 2013

M. Murcia, 6 de octubre 2013.

M es el vampiro de Düsseldorf. En Murcia no hay vampiros sensu stricto, pero sí hay una cafetería que se llama M, está en la plaza de Santo Domingo y es sede frecuente de nuestros desayunos de domingo. A ella llegamos el pasado fin de semana tras una breve pero angustiosa odisea que nos llevó a ese caos primigenio que constituyen las calles post-Segura que rodean el Pacoche. Buscando una nueva cafetería de la que nos habían llegado rumores, casi nos perdemos sin remisión, pero nuestra excelente orientación nos condujo de nuevo a caminos mil veces hollados. Y así, algo derrotados, nos dirigimos a M. Sea invierno o verano, nosotros nos sentamos en la terraza, que hasta mediodía no se vuelve enteramente dominguera, con familias de 5 miembros y niñas mellizas vestidas con la misma rebequita azul marino. A la hora de la merienda el ambiente es más bien viejuno, pero at breakfast time es variopinto. El pasado domingo compartíamos espacio con señores sesudos y solitarios que leían con mucha concentración el periódico, una tríada de alemanotas, una pareja de ciclistas que no recuerdo si llegaron a quitarse el casco para tomar el café y algún que otro matrimonio senior. 
A veces se autoinvitan otros seres, como palomas devoradoras de migas o músicos ambulantes de los de cabra y teclado incluido. El interior, que es algo angosto, cuenta con una larga barra y un expositor donde se exhiben tartas de aspecto apetecible, pero el darle a algunas nombre alemán me hace pensar que su precio estará inflado. Eso, unido a que no se come tarta para desayunar, por mucho que se empeñen en algunos hoteles, me ha hecho abstenerme de probarlas por el momento.
Los camareros son dos jóvenes muy serviciales. Uno de ellos tiene el dudoso honor de haberme preparado, así lo afirmó en su momento, su primer capuccino. Aunque lo alabé convenientemente, confieso ahora que los he probado mejores. No obstante, el café con leche suele estar muy bueno. Pedimos sendos cafés, con sacarina por favor, media con tomate para mí y un croissant para G, que protestó hasta la saciedad de la capa gelatinosa con que venía cubierto.
 
Tras unos instantes de vacilación, pedimos también un zumo de naranja de tamaño pequeño, tal como nos aconsejó el camarero, que, mirando por nuestro bolsillo, quería prepararnos un combo desayuno. Mi tostada estaba sólo pasable, porque en los bares se empeñan en comprar pan baratero y de mala calidad. Esta verdad irrefutable nos llevó a hablar de la entrevista que el Comidista ha hecho a Ibán Yarza, el nuevo gurú del pan (que no está nada mal, Ibán digo, aunque quizá no despierte en mí el interés que sí despierta Chico Bimbo, panadero de la Espiga de Oro del que hablaré otro día), en la que se denunciaba sin tapujos el timo de las nuevas panaderías gourmet y se vaticinaba el fin de la burbuja panadera. Mis disertaciones sobre el vacío del pan de mi tostada se encontraron con cierta indiferencia por parte de G, más ocupado en su iPhone y en vencer al "4en línea" al número 25 del mundo a este lado del muro. Tenía grandes esperanzas de conseguirlo, pero una jugada genial de su adversario se las arrebató en un momento. De modo que pidió la cuenta compungido y pagó los 5,40€ que le pidieron.


PUNTUACIÓN:

ENTORNO 7 SERVICIO 6 (G dice que 5) CALIDAD 6 PRECIO 2,70€

30 de septiembre de 2013

Lavazza. Murcia, 28 de septiembre de 2013.

En una ciudad como Murcia, con un El Corte Inglés (en adelante, ECI) de los de toda la vida, no se entendió muy bien que abrieran hace unos años otro centro, cerca de la autovía, un poco a desmano de todo, donde solo le viene bien a las hordas de alicantinos que nos invaden todos los 9 de octubre.
Tengo que decir que no me desagrada este mamotreto, incluso por la noche tiene su cierta gracia. Está lleno de pasillos y pasillos sin utilizar, que parece que iban a ir destinados a poblarlos de tiendas o locales de restauración donde sacarnos los cuartos, pero que no se sabe bien si por la crisis o por la cercanía del Thader y la Nueva Condomina, o por las dos cosas, se han quedado con la pared echada. Este centro comercial ECI El Tiro, así se llama, comparte con el de Elche los pocos clientes que pueblan sus pasillos y el no tener excesivo número de empleados, lo cual está bien siempre que no vayas decidido a comprar. Con los empleados del ECI he sufrido una transformación, en este lo noto menos ya que casi todos son de nueva hornada, y ya casi prefiero a sus empleadas con 40 años de profesión, con más laca que Margaret Thatcher, a los empleados hipsters de Jack&Jones o a los llenos de piercings de Pull; me gusta el empleado viejuno.
La cafetería que hay dentro de ECI es una mierda, sirven una café digno de Mordor, que no se entiende como luego tienen la cara de venderte todas esas máquinas de diseño tan bonitas para tomar café en casa. Cada vez que paso por delante me indigno y me entran ganas de entrar recortada en mano, imitando la escena gloriosa de El día de la bestia, donde se cargan a los reyes magos y siembran el caos entre los clientes de ECI de Callao. Me sobran los motivos, ya que el pastel de carne que venden en este sitio también es de juzgado de guardia. El tema es que aquí no se puede tomar café.
Ya he dicho que el centro está plagado de espacios vacíos, pero en el extremo de uno de esos pasillos, casi borgianos, hay un breve amago de iniciativa comercial. Así que, cuando venimos a desayunar a este lugar, vamos a la única cafetería que hay, además de la mencionada. Se llama Lavazza y está en una especie de rotonda, junto a los cines, donde casi nunca hay nadie y el mismo trabajador te vende la entrada y te la corta, un Wok que ya abrió cerrado, un kebab con un rulo (siempre el mismo) girando eternamente, y otro bar del que mi memoria no guarda recuerdo.
Los clientes habituales del Lavazza suelen ser empleados del lugar, o algún padre que se sienta allí a esperar a que su hijo se descalabre, ya que hay un miniparque infantil pegado a la cafetería. Esta vez cuando llegamos estábamos solos, que no es una mala cosa en este sitio donde siempre tardan un montón en preparar el café. Tienen la extraña costumbre de no empezar a hacer el café hasta que no esta totalmente atendido el cliente anterior, creando a veces unas tardanzas absurdas. Mientras esperábamos en la barra, ya que no tienen servicio de mesa, apareció un vendedor de cupones de la ONCE, que se dedicó en explicarle a la camarera de forma puntillosa todo su día de ayer y cómo consiguió averiguar los cupones vendidos a lo largo del mismo. Esbozó en una servilleta una increíble formula matemática, ante el asombro de los presentes, que consistía en restar al total de cupones que tenía en su poder al principio del día los que tenía al final, dando como resultado los vendidos. Cuando nos íbamos, llegó un padre acompañado de las niñas del resplandor, que ante la pregunta de qué iban a tomar respondieron a una sola voz: NAPOLITANA DE CREMA.
El café del lugar esta bastante bueno y la bollería del lugar tampoco está nada mal. El precio del desayuno es fijo y tienen variedad donde elegir. Ana pidió café con leche con un hojaldre de manzana y canela, que alabó varias veces, y yo pedí café con leche, con sacarina, y napolitana de chocolate, algo pansía (murcianismo al canto), pero comible.  
Muchacha esperando la próxima película de Nicolas Cage
PUNTUACIÓN:
ENTORNO 8 SERVICIO 7 CALIDAD 7 PRECIO 1,80€

24 de septiembre de 2013

La Repostería. Elche, 20 de septiembre de 2013


Este viernes los hados me han permitido alejarme de mi entorno habitual de desayunos y pasear hasta un lugar al que me apetecía mucho ir desde que un día, yendo a algún sitio ilicitano, vi a través de sus cristaleras a la camarera que, vestida de negro y parca en sonrisas, solía ponerme el café pre-clases en la escuela de idiomas de Elche. La Repostería tiene un aspecto fino y juvenil, y sentía curiosidad por ver cómo encajaba la seriedad de esta camarera en un ambiente algo más rococó que la utilitaria cafetería de la EOI. Pero han pasado meses desde que vislumbré a la chica tras el cristal y hoy, al entrar en la Repostería, no la he visto.

La cafetería hace picoesquina en un cruce de intenso tráfico humano, perruno y automovilístico, debido a que se encuentra en una zona céntrica de Elche. Tiene una hermosa terraza cubierta por un toldo de los caros y por un momento pensé en sentarme ahí, pero el sol estaba levantándose en esos momentos y el toldo nada podía hacer por proteger a los pocos clientes que soportaban estoicamente la luz y el calorcito mañanero. Preferí sentarme en el interior, así que entré y encontré que una barra/expositor-de-productos-apetitosos dividía el local en dos, lo que obliga al cliente a dirigirse al norte o al sur, pues el sol saliente queda a la espalada del visitante. Con la esperanza de aparentar naturalidad, me dirigí sin pensar a la primera mesita que vi libre, junto a la cristalera sur. Es agradable mirar a la gente pasar desde el interior de una cafetería. Una camarera ataviada con un largo delantal como de restaurante moderno y/o italiano acude en seguida, pero yo ya he hecho mis deberes y he observado con detalle la oferta de repostería, que es más abundante en su versión salada que dulce. Éste es uno de esos sitios donde se habla con voz bajita, de modo que, hablando abonico, pido un café con leche, con sacarina por favor, y una napolitana de crema. Mientras me lo traen ojeo el periódico que acaba de abandonar un vecino de mesa y me entero de las condiciones leoninas que la Conselleria d'Educació impone a los beneficiarios de las ayudas para libros. 
El disgusto se suaviza ligeramente cuando me traen el desayuno: no se han olvidado de la sacarina, el café viene servido en una taza con uno de esos mensajes positivos que tan de moda se han puesto últimamente y la napo, acompañada de cuchillo y tenedor, cosa que agradezco porque, para desilusión mía, está cubierta del glaseado pegamentoso y supongo que comestible con que se decoran cruasanes, napolitanas y similares en algunas confiterías, glaseado que se adhiere a los dedos y comisuras de la boca y resulta muy difícil de eliminar con una simple servilleta. Todo está muy rico. Miro el menú y descubro que varios dulces están aromatizados con vainilla de Tahití, que, como todos sabemos, no tiene parangón en el universo de la vainilla. El menú del día también me resulta apetecible y pienso que le propondré a G venir a comer aquí un día de éstos. La decoración me gusta: donde no hay cristal, las paredes están cubiertas de paneles de madera pintada de blanco con molduras algo versallescas; las lámparas tienen aires de candelabro, pero modernizados y en mi camino al aseo por el ala norte del local descubro una bancada acolchada de pseudo-piel blanca adosada a la cristalera. Esta estética, unida al hecho de que la clientela es muy semejante a mí, esto es, treintañeras con tiempo libre a las 9 de la mañana de un viernes, me hace pensar en la Maria Antonieta de Sofia Coppola. Un grupo de zíngaros sentados en la terraza aporta el toque multicultural y suaviza la cursilería de la vainilla de Tahití. Y para colmo, está cerca de donde trabaja mi amiga C, con la que ya he planeado un encuentro repostero próximamente.

PUNTUACIÓN:
ENTORNO 9 SERVICIO 8 CALIDAD 8 PRECIO 2,80€

11 de septiembre de 2013

Dríadas. Elche, 9 de septiembre de 2013

El día de hoy me tenía preparadas, ya al amanecer, dos modificaciones de los hábitos desayuno-alimenticios adquiridos durante el verano: no he desayunado en Murcia, sino en Elche, y no he desayunado con G, sino con P. Había previsto llevar a cabo tal tarea a las 9:30, pero P ha asegurado que de ninguna manera podría esperar hasta esa hora y que su vida corría peligro si no se alimentaba a las 8:15, de modo que me he visto obligada a modificar caritativamente mis planes adelantando la hora de desayuno en un gesto que, así lo creo, me honra. El lugar escogido ha sido un nuevo café-bar con el evocador nombre de Dríadas, que cuenta con una amplia terraza con vistas al Corte Inglés ilicitano y al que he acudido como cliente por vez primera. Debido a la temprana hora, la temperatura en el exterior era muy agradable, así que no hemos dudado en sentarnos fuera. Las sillas eran especialmente cómodas, pues el respaldo no era rígido, sino que estaba formado por un trenzado ligeramente flexible que recogía muy bien la espalda y sus posibles imperfecciones. Un camarero ha acudido presto para preguntar qué queríamos tomar. A pesar de que en la puerta del Dríadas indica que se trata de una cafetería-bollería-pastelería, ante nuestra pregunta sobre la oferta de bollería el semblante del camarero se ha ensombrecido al afirmar que sólo tenían croissants. He optado por el clásico: café con leche con sacarina, por favor, y media con tomate. En esta ocasión me he tomado la libertad de indicar "con pan recién hecho, a ser posible", pretendiendo hacer una broma con otro cartel de la fachada donde se leía que el pan del sitio tenía esa característica, broma que, lo confieso, no ha surtido efecto. Además, desde un punto de vista antropológico, no tiene sentido hacer tostadas con pan recién hecho: es un derroche de pan y una forma de vivir por encima de nuestras posibilidades. P, que no es bebedor de café, ha pedido otra media con tomate y un zumo de naranja.
Mientras los desayunos se elaboraban, he echado un vistazo al interior del local y me he topado con un mobiliario algo extravagante, dictado con toda probabilidad por la temática feérica dominante: en lugar de un tradicional San Pancracio con su moneda de 25 pesetas, en el estante que había junto a la cafetera podían verse unas figurillas de hadas o dríades o tal vez hamadríades (soy consciente de mi pedantería al afirmar que la transcripción correcta del término griego es "dríades" y no "dríadas"); bajo ese estante colgaban unas bolsas de tela de colores de cierto tamaño cuyo contenido no me ha sido revelado, pero que bien podían ser los recipientes de las distintas hierbas y raíces con las que la maga Morgana preparaba sus pócimas; justo enfrente de la barra, unas mesas se alineaban al lado de la pared con unas sillas intolerables, como puede comprobarse en la foto correspondiente; y como decoración, un cartel que P generosamente ha comparado con los de Toulouse-Lautrec.

El regreso al exterior y a la terraza me deparaba, por fortuna, un estupendo desayuno. Café bueno, sacarina sin necesidad de pedirla dos veces, tostada grande y consistente, quizá algo escasa de tomate. El zumo que ha bebido P era bastante abundante también y, al estar servido en un vaso alto, venía acompañado de una de esas cucharillas muy largas que sólo se ven en las heladerías. Teníamos bastantes cosas de que hablar, pero aún así hemos cogido el periódico para ojearlo porque estaba intacto, tan nuevo y tan poco arrugado y/o manchado que era una pena no toquetearlo un poco. No hemos pasado de las primeras páginas y lo único que recuerdo haber comentado es lo bonito que me resulta el logo de Tokio 2020. En un momento dado, nos hemos sentido llamados por nuestros quehaceres profesionales, así que hemos pedido la cuenta, que no nos ha parecido ni cara ni barata, y nos hemos marchado sin que ningún otro cliente, durante toda nuestra estancia, nos hiciera compañía en la terraza.

Actualización: Hoy miércoles he vuelto a desayunar en Dríadas, esta vez en soledad, y he sido invitada a la media con tomate porque es el "día del espectador". No puedo estar más a favor de medidas como ésta en el negocio de los desayunos. A partir de ahora, el miércoles será mi FreeToastDay.



PUNTUACIÓN:
ENTORNO 5 SERVICIO 7 CALIDAD 8 PRECIO 2,10€

6 de septiembre de 2013

Valkiria. Elche, 6 de septiembre de 2013

Polo de Ana sobre sector V
Hoy en desayuneros viajeros, Elche. Y voy a desayunar, esta vez sin Ana, en la zona del sector V. Si alguna vez, querido lector, vienes por Elche, este barrio te lo puedes saltar sin ningún tipo de remordimiento, yo no puedo evitarlo ya que trabajo aquí, pero no me disgusta y además sus portales me proveen de esa lectura que tanto nos gusta a los funcionarios, los folletos del Media Markt. Hay una densidad de cafeterías que apabulla, de ellas he recorrido muchas, son siete los años pateando las aceras en mi media hora sagrada del desayuno (alabado sea Dios), y a otras iré próximamente. Normalmente voy a la misma durante un tiempo y luego ya no suelo volver. El momento de levantar para siempre el culo de la cafetería suele ser por pequeñas tonterías que me desesperan: puede ser que me hagan una broma en plan coleguita, o que alguien en la cafetería empiece alguna frase con “te comento…”, una de las cosas que más odio en el mundo, o que ya no estén los camareros que me gustan, o que coincida con la desagradable compañía de algún “compañero” de trabajo. En fin, cualquier gilipollez por el estilo.

Este último par de meses he estado desayunando en Valkiria. No sé a quién se le habrá ocurrido este nombre tan horrible, perfecto para cualquier treinteañera desesperada buscando lío en los chats de los albores de Internet, pero desde luego no me cuadra nada con el sitio, que no es del todo nuevo para mí, ya que también venía aquí hace algunos años cuando se hacía llamar Boston. Es una cafetería con una terraza agradable y con un interior anodino, con mobiliario de chiringuito y con camareros anodinos y de chiringuito. Hoy he decidido que ya estoy harto del lugar y no voy a volver más, la señal ha sido que ya me traen el desayuno sin tener que pedir, conforme ven aparecer mi careto a lo lejos, y eso me genera una sensación de familiaridad que no me gusta. Y también, que quiero entrar al sitio de enfrente, una triste cafetería llamada Yogurymas, en la que nunca hay nadie, sin sentirme incómodo. Hoy mientras desayunaba he visto que estaban poniendo una alarma antirrobo en el Yogurymas, acaban de perder la oportunidad de que entre alguien.

La clientela del Valkiria suele estar formada por madres, con o sin carricoche, que intercambian conversaciones entre mesas y con los camareros, normalmente a grito pelado. Por lo general me molestaría si estuviera leyendo el periódico, pero en este sitio no he conseguido nunca ver ninguno del día, siempre están atrasados. Así que mientras cruzan sobre mí conversaciones, me dedico a poner el dedo en modo limpiaparabrisas sobre el móvil.
Hoy compartía terraza por un lado con una madre con la cara de David Foster Wallace, cuando estaba todavía vivo, obviamente, y con su hija. La hija, una mezcla entre la madre y la cantante que se comió a la niña Pastori, llevaba un atuendo loco, no me atrevo a decir si preparado o no, coronado por una camiseta de Slayer, que realmente me parecía digno en su locura de aparecer en cualquier revista de Flipboard.
En otra mesa había un jubilado con un cigarrillo perenne en la comisura de los labios, supongo que apagado, y una bolsa con envases vacíos encima de la mesa, que prestaba atención a todo lo de su alrededor. Sin girar la cabeza, solo con leves movimientos de orejas.
También tenía a mi lado un grupo de cuatro. Dos niños extragrandes, con dos mujeres que supongo que serían sus madres, hablando de algo que les hacía mucha gracia y de los que solo pude percibir palabras sueltas: cuevas, charco, cuevas, zumba, yo os mato. Uno de los niños llevaba una camiseta del Elche, más falsa que las balas del Equipo A, con una gran mancha de algo parecido a granada. También se reían mucho del sonido que venía del primer piso encima de la cafetería, alguien estaba soplando la flauta de manera furibunda. Este Jack el Destripador de las semicorcheas no se dio a conocer.


Normalmente suelo tomar cortado con sacarina y media integral con tomate. El café de aquí ni fu ni fa, el pan con sabor a suela de zapato (he mordido uno para documentarme) y el aceite, contiene algo parecido a agua rebajada con aceite de colza.
PUNTUACIÓN:
ENTORNO 6 SERVICIO 6 CALIDAD 3 PRECIO 1,80€