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31 de marzo de 2014

Bar Miguel de Tentegorra. Cartagena, 23 de marzo de 2014.

S me recoge este domingo en Espartaco, como es habitual cuando quedamos para desayunar en Cartago, y me lleva a Tentegorra. Escoge este sitio porque es domingo y dónde vamos a ir si no. Mientras nos dirigimos allí contemplamos los arcenes repletos de caminantes y corredores vestidos de Decathlon y hablamos de la Cosmopista. Aparcamos junto a la entrada del parque, a escasos metros del Bar del Miguel, nombre por el que es conocido el establecimiento, que tan sólo dispone de un cartel anticuado donde se lee BAR. Se trata de una construcción destartalada ubicada en un bosque de pinos, con varias mesas desperdigadas entre los árboles y con bancos encadenados a ellas barnizados quién sabe cuántas veces. Pero, en general, mola. S estornuda de manera regular porque el polen le produce alergia, pero no me da pena, pues, sabiendo que sucedería, ha elegido voluntariamente este lugar no sólo para nuestro desayuno en común, sino también para un aperitivo posterior con otras personas.
Aquí no hay servicio de mesa en la "terraza", de modo que, antes de sentarnos, entramos al chiringuito a pedir dos cafés con leche, con sacarina para mí por favor, y dos tostadas con tomate. Barra de formica con refuerzos metálicos en los bordes, cajas de botellines de cerveza apiladas, fotos descoloridas, bolsicas de patatas fritas, décimos de lotería, clientes leyendo el Marca con las gafas de sol apoyadas en la frente y, dominándolo todo, un olor a michirones que haría las delicias de G e incluso las mías, si no fuera tan temprano.
Llegan los cafés con dos sobres de sacarina each. Uso uno y guardo los otros tres para cuando haya necesidad. Las tostadas tardan poco y el camarero, que tal vez sea Miguel, nos pide amablemente que las aliñemos en la barra para que la alcuza y el salero permanezcan bajo techo. Al contrario de lo que una podría esperar, la alcuza no está pringosa o, al menos, no tan pringosa como otras que he tenido que utilizar en sitios supuestamente cool. El salero es del modelo clásico, no rellenable, pero olvidé mirar la procedencia de la sal, cosa que siempre despierta mi interés. Miguel nos cobra 2'90€ por todo, el desayuno más barato de los que han quedado aquí registrados. 
Con el café en una mano, la tostada en la otra y los libros de Cortázar en la cabeza, salimos al aire libre y nos sentamos en una mesa coja. Impido durante un par de minutos que S empiece a desayunar mientras fotografío la parte trasera del BAR, que necesita un remodelado urgente para suavizar su aspecto de chabola, pero que seguramente nunca tendrá lugar. De vez en cuando, el viento nos trae el olor a michirones. El café sabe bien en este contexto boscoso, pero la tostada se ha quedado fría en el traslado. En mi caso, además, está algo escasa de sal, aunque no le presto mucha atención porque S me está hablando del señor que cierra la Torre Eiffel por las noches y de cómo piensa organizar sus próximos 4 años.
Antes de regresar a Espartaco, damos un rodeo por las casas de Tentegorra para ver la Cosmopista en su retiro de invierno. ¡Qué bonita es! Ojalá nos lleve pronto a sitios remotos donde podamos desayunar al amanecer y escuchar vinilos en tocadiscos a pilas.
PUNTUACIÓN:
ENTORNO 7 SERVICIO 7 CALIDAD 6 PRECIO 1,45€

23 de marzo de 2014

Magia del Pan. Elche, 14 de marzo de 2014.

Este viernes G y yo habíamos planeado desayunar juntos en Magia del Pan, pero nuestros draconianos horarios laborales nos han obligado a transformar el desayuno sincrónico en uno consecutivo, esto es, iremos al mismo lugar y nos sentaremos en la misma mesa, aunque yo a una hora y él a otra posterior.
Magia del Pan ha abierto en Elche hace apenas un mes. Sus dueños, a quienes no agrada utilizar artículos, son italianos según los rumores que han llegado a mi oídos y suponen un nuevo competidor en el barrio para Panador (adonde nunca regresaré si puedo evitarlo), el Horno Carmen y la cafetería Iniciales, bastante feúcha, todos ellos productores de su propia bollería.
A:
Magia del Pan ha tenido un éxito fulminante en la vecindad. Cuando llego a eso de las 10 están todas las mesas ocupadas a excepción de una, en la que me siento inmediatamente. Es una mesa mala y buena a la vez: mala, porque está junto a la puerta, que permanece abierta y me hace pasar algo de frío, pero que no me atrevo a cerrar por si altero la atmósfera panaderil y las levaduras enloquecen; buena, porque al otro lado tengo una mesa inmensa y enharinada, separada de mí por un cristal, donde el maestro panadero da los últimos retoques a los bollos que introducirá de un momento a otro en el horno. Así es mi posición, heladora pero entretenida.
La decoración es del estilo "campiña francesa", similar a la decoración floral de la boda de M, con estantes envejecidos de madera donde reposan los panes diversos, cestas de mimbre, balanzas y platos antiguos con magdalenas y cruasanes. Las camareras y la clientela rompemos ligeramente el encanto del lugar. A mí me atiende una señora muy amable aunque estresada. Pido café con leche, con sacarina por favor, y media con tomate. Pregunto si hay algún pan especial para la tostada y me ofrece pan de cereales, cosa que plugo a mi ánimo. La espera me permite observar algunas cosas: la clientela es en su totalidad femenina hasta que la llegada de un matrimonio heterosexual introduce el único cromosoma XY que hay en Magia del Pan si exceptuamos el del maestro panadero, que sigue a mi vera con sus bandejas y sus bollos; sobre la mesa, un panfleto oferta café+tarta de cerezas por 1'50€ y, gustándome mucho la tarta en cualquiera de sus variedades (menos la de merengue nupcial), prefiero con mucho una tostada a la hora de desayunar; la sacarina que es depositada en mi mesa minutos antes del café, alteración del orden cronológico en que debe servirse el desayuno, no es una dosis individual, sino el bote infinito de Mercadona. Hoy tendré que endulzar mi café con ciclamato.
Finalmente, me llegan el café y la tostada. El primero está aceptable, pero la segunda me resulta deliciosa. ¡Por fin una tostada de calidad en una cafetería! ¿Por qué nos engañan las panaderías-cafeterías al vender un buen pan para llevar, pero tostar un mal pan para comer in situ? ¿Tantos beneficios se obtienen de una pésima tostada? El pan de ésta era sabroso y consistente, aunque la cantidad de tomate era escasa para mi gusto voraz.
Mientras terminaba de comer, una mujer se asoma (recuérdese que estoy sentada junto a la puerta abierta) y olisquea con curiosidad el interior. Cuando nota que la estoy mirando, me dice: "¡Aquí huele a horno!", y procede a compartir conmigo la historia de su pasado. Según sus palabras, fue propietaria años atrás de lo que ella, muy pleonástica, llamó "horno-horno". El olor de Magia del Pan la había retrotraído a esa época (te ahorraré, lector, la alusión literaria) y yo ensalcé, como apoyo a su proceso de remembranza, las virtudes de la tostada que acababa de disfrutar. Cuando ya pensaba que iba a sentarse a mi mesa para continuar con su relato, pareció volver al tiempo presente y se despidió de mí no sin prometer volver para probar el pan.

G:
Son las 11:30 cuando por fin consigo escabullirme del trabajo con la noble intención de engullir alimentos. El lugar escogido para el desayuno acompañado en diferido por Ana es Magia del Pan. El nombre elegido para la panadería-cafetería me parece espantoso; obviamente la supresión del artículo junto a la intención de darle al conjunto un cierto aire new age me hace recelar. Hay una tendencia en muchos sitios a vender los productos, siempre sobrepreciados, utilizando la táctica de hacernos recordar los “inolvidables” sabores de la infancia: pan como el de la niñez, guisos como los de la abuela, que si los yogures Yoplait… cuando es la misma mierda de siempre, no es mejor ni peor; solo son recuerdos endulzados por el tiempo.
Desde la oficina, solo tengo que cruzar Pedro Juan Perpiñán para llegar al lugar. Están casi todas las mesas libres, paso de sentarme junto al holograma de Ana y elijo un mesa más acorde para mi función de desayunante voyeur. Hay un matrimonio guiri muy escandaloso, que me cae mal inmediatamente al observar que no hablan una palabra de español. Tengo un sentimiento de odio, que no me avergüenza, a todas estos guiris que se instalan en urbanizaciones digamos en Los Montesinos y que viven aquí años y años sin aprender ni papa del idioma. Como decía Shakespeare: “You are not worth another word, else I'd call you knave”.
Me recibe un no sé si camarero o panadero, lo que sí tengo seguro es que no es de Matola. Instalado en mi mesa, previa captura del Información que reposaba en el mostrador (también tienen el Marca, pero últimamente me da ardor),  acude una chica a la que le había pasado el testigo de mi atención el camarero o panadero del que nunca más supe.  Después de una breve presentación del lugar y de sus excelencias, pido una café con leche con sacarina y un hojaldre de jamón york y puerro.
Mientras espero, veo cómo limpia el baño una de las dependientas políglotas, algo digno de mención, ya que puedo dar fe de que algunos aseos del barrio parecen los de Trainspotting. El café con leche está bueno, no para llegar al delirio, pero me parece notable en un primer contacto. El hojaldre de puerro está delicioso, de tamaño ideal para el desayuno. Su sabor y su textura son de una perfección asombrosa. Acude una chica a preguntar mi opinión del desayuno y ofrecerme dos trozos de pan. El primero era un pan de verdura, que ni fu ni fa. El segundo, mucho más consistente, era exquisito, pero no he conseguido entender de qué estaba hecho cuando me lo loaba. No dudo en ensalzar otra vez, antes de pagar, las virtudes del hojaldre y prometo volver a probar la atrayente oferta de café más tarta de albaricoque por 1,50 €.

Lo único que no me convence del todo son las servilletas. Hay un problema común a casi todas las servilletas de aparente calidad, y es que luego no limpian bien. En esta ocasión eran unas elegantes servilletas negras de 4 capas.
PUNTUACIÓN:
ENTORNO 5 SERVICIO 9 CALIDAD 8 PRECIO 2,20€