- El lugar
Lo primero,
Ikea es un sitio horrible. Pero claro, una fuerza mayor ha intervenido en este
caso: una oferta. Como buenos funcionarios nos chiflan las ofertas, nos
encantan las cosas baratas. Esta promoción no sé muy bien dónde la vimos, pero enseguida
nos embaucaron con la imagen de un apetecible desayuno bajo el sugerente título
de “Todos los días te invitamos a desayunar”. Y aquí estamos un sábado a las 10
de la mañana para entrar los primeritos, aunque al llegar ya hay un buen trozo
del aparcamiento lleno de coches.
- La oferta.
- La tarjeta de socio.
Oferta
exclusiva para socios, eso dice la letra pequeña. Cáspita, pues no llevo la
dichosa tarjeta de socio, que salvo para el cine no la creía de más provecho. Acudimos
a la zona de socios dónde nos aborda la chica captasocios y aquí entramos en
una espiral de mentiras bastante absurda. Ante la pregunta de si es que se me
ha olvidado la tarjeta o se me ha perdido, respondo sin razón aparente que se
me ha perdido. Ante lo cual, me dice que allí no puede realizarse esa gestión
por algún motivo técnico y me dirige a otra máquina expendedora de tarjetas.
Acompañado por otra chica captaclientes tecleo “tarjeta perdida” y el sistema
que nos clasifica a los socios por el número de teléfono dice que tengo dos
tarjetas a mi nombre, por tanto deberé acudir a otro mostrador a que me
solucionen el problema. Algo cansados con el tema acudimos a la zona de niños
donde me imprimen una tarjeta en un folio y asunto concluido.
- El desayuno.
En la cola de
la cafetería hay unas 15 personas, pero va rápida. Mientras cogemos los
elementos de la oferta vamos comentando la impaciencia de la gente en el
self-service. Sienten una necesidad imperiosa de adelantarte, pero las bandejas
y las barras sobre las que se apoyan éstas se lo impiden y causa en nuestros
vecinos de cola gran desasosiego. Hay algo que hace que los españoles no nos
sintamos cómodos en las colas. En otros países el acto de hacer cola para
cualquier cosa se lleva con naturalidad, nosotros en cambio actuamos
intranquilos.
Después de
hacernos (y no en sentido valenciá) el café en las máquinas dispuestas a tal
fin, buscamos una mesa cerca de los ventanales. El café de Ikea está, depende
del día, entre horrible y criminal, pero hoy no es algo delictivo. El pan, un
panecillo mediano, al estar calentito se puede comer sin mayor problema. Tanto
el tomate, que no es natural, como el aceite son de Cabra y no están mal. El
jamón una lonchita sin mucho sabor, pero que dentro del conjunto no desentona.
El zumo de naranja, recién exprimido creo que ha sido lo mejor. La fruta
consiste en un recipiente con 5 tro(ci)citos de melón cantaloupe, otros 2 de
piña y 2 uvas. Para Willow estaría bien.
- La heredera.
Durante el
desayuno, se nos ocurre la idea de pagar otro desayuno con la tarjeta que te
dan al desayunar, y así poder desayunar ad infinitum. O de que cualquier
familia numerosa pueda desayunar pagando solamente 3,50: los miembros de la
familia hacen una cola y esperan a que el familiar termine para utilizar el
descuento y desayunar ellos. Mientras esbozamos la fórmula mágica para poder
engañar a Ikea y llevarla a la quiebra a través del desayuno nos levantamos y
nos damos la vuelta dejando las bandejas encima de la mesa. Tengo que decir que
no es habitual, sino que nos hemos visto envueltos en el aire de dejadez
pre-Bando que ha tomado la cafetería. Mientras todo esto, oímos un “¡Perdona!”
a nuestras espaldas. Una sueca (por lo menos parecía lapona) nos ha dicho bien
clarito que la bandeja había que recogerla. Tengo que decir que Ana no ha encajado
bien el golpe y ha maldecido a la tipa ésta a la que hemos bautizado como la
heredera del fundador de Ikea.
- La compra.
Con las
bandejas recogidas, hemos ido a ver lo que podíamos agenciarnos con la tarjeta
regalo. Ana ha comprado una bombilla led por la bonita cantidad de 5,99€ y yo,
intentando apurar al máximo, he comprado un cojín por 2,99€ y un vaso de 0,49€.
Recorremos el camino de baldosas amarillas recordando todas las leyendas
urbanas de Ikea, a saber: lo de la carne de caballos en la lasaña, las aguas
fecales en la tarta de chocolate, que su restaurante se ha convertido en un
comedor para indigentes, o la que más me gusta, que si hay una cola de más de 5
personas te invitan a un perrito. Llegados a la caja y justo antes de pagar me
entra una duda que se confirma. Efectivamente el importe de mi compra es 3,48€.
Como
es menos de los 3,50€, no vale la tarjeta descuento. Ante la pereza de tener que ponerme a buscar otra cosa, cojo lo primero que encuentro, un paquete de pilas AAA, que no necesito para nada, por el módico precio de 3,50€.
es menos de los 3,50€, no vale la tarjeta descuento. Ante la pereza de tener que ponerme a buscar otra cosa, cojo lo primero que encuentro, un paquete de pilas AAA, que no necesito para nada, por el módico precio de 3,50€.
Al final
pagamos y salimos de ahí con la sensación de que nos han timado.
PUNTUACIÓN:
ENTORNO 6 SERVICIO 4 CALIDAD 4 PRECIO 3,50€