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18 de diciembre de 2014

WillyCof. Elche, 3 de diciembre de 2014.

Esta mañana, en mi camino hacia la UMH, he hecho una parada desayunística a mitad de trayecto en WillyCof, una cafetería nueva que me llamó no hace mucho la atención en uno de mis paseos urbanos y que me apetecía probar. No negaré que el motivo de la atracción que ejerció sobre mí radica, por supuesto, en la alusión poco velada a los dibujos animados de mi infancia sobre el viajero leontomorfo y sus amigos también zoomorfos. Llegué a pensar que, al entrar en WillyCof, los lugares más exóticos del mundo mundial, que sólo un aventurero como Willy Fog se atrevería a recorrer, se dejarían notar en la oferta de tés o en la decoración, pero mis fantasías se topan con la vulgar realidad de un local en semipenumbra, con mobiliario de aires coloniales y los socorridos sacos falsos de café dejados de cualquier manera en los rincones, a lo que se suma un aparato de aire acondicionado marca Haier colgado del techo y de aspecto vetusto, probablemente herencia del local anterior.
Me siento en una mesita junto a la pared y, mientras estudio un cartel donde se ofertan hasta 8 tipos distintos de capuccino, cuando yo siempre he creído que los capuccinos son ora con nata, ora sin nata, pero nada más, a los pocos segundos se acerca una camarera cuya excesiva delgadez no puedo dejar de notar. Pido, como es habitual, café con leche, con sacarina por favor, y media tostada integral con tomate. Quedo a la espera de lo demandado y busco con la mirada el periódico del día, que es una de las principales razones por las que alguien desayuna a solas en un bar. Lo encuentro en poder de un señor que lo hojea en la barra con medio peso corporal apoyado en un taburete y otro medio sobre su pierna. Deduzco por su posición que va a irse en breve y acierto: me levanto rauda para hacerme con el Información y me dispongo a enterarme de los últimos conflictos de la política local de Elche.
El desayuno llega a mi mesa: café, platito con tostada, convenientemente tomatada y aceitada, y salero. Tengo que distribuir todos los elementos que hay sobre la mesa para poder comer, leer y coger servilletas, si es menester, con comodidad. Ya de entrada encuentro la tostada pequeña, pero intento no juzgarla por su aspecto y probarla para poder opinar. A pesar de que en ocasiones es un error pedir pan integral porque es de peor calidad que el pan normal, ésta está buena, con una cantidad más que aceptable de tomate, pero descubro que mi prejuicio era acertado y que me resulta algo insuficiente. Al café le ocurre más o menos lo mismo. No me agrada la hipocresía de los bares que, simulando por su decoración que traen el café poco menos que de Colombia sin intermediarios, sirven en la práctica una cosa que ni fú ni fá.
Mi elemento favorito de la mesa es el servilletero, cortesía de Cafés Delta, una variante que no había visto nunca antes, de material plástico y forma irregular, que encajaría bien en el gabinete del Doctor Caligari, a medio camino entre el expresionismo alemán y el arte ibérico. Esto último enlaza con la presencia de la Dama de Elche, requisito decorativo sine qua non en la hostelería y restauración ilicitana, en un gran mural al fondo del local, donde se aprecian, junto a ella, dos rostros anónimos, como queriendo expresar que los mortales pasamos, pero que la Dama permanece.
En la mesa contigua a la mía, dos señoras parlotean, al tiempo que disfrutan, me imagino, de un desayuno post-análisis, dado que WillyCof está frente al Centro de Salud de San Fermín. Sentado a su mesa, un hombre mayor hace una lectura concentrada y silente del Marca. En un momento dado, sale de su ensimismamiento y, sin mediar palabra con sus acompañantes, se acerca a la barra para pedir la cuenta e iniciar una conversación frívola con el camarero, que le presta poca atención. En el ínterin, entra Dori, pues así la saludan tanto las mujeres parlanchinas como la pareja de camareros. Ella responde a la calurosa bienvenida con tono resignado: "aquí estoy, otro día más".
Temerosa de quedar atrapada en este ambiente enfermizo, me aproximo yo también a la barra y pido mi cuenta: 2'50€. Me parece carísimo teniendo en cuenta que no es un sitio chic, aunque lo intente, y que el desayuno ha consistido en una tostada pequeña y un café pasable en una taza agrietada. Porque, como muestra la imagen, la taza presentaba lo que en principio creí que era, oh horror, un pelo, si bien una exploración posterior digital y cucharil me demostró que era una grieta, lo cual disminuyó el horror, pero no lo eliminó del todo. Mi conclusión es que me cobraron de más por no ser cliente VIP como Dori o porque tienen esos precios inflados para aprovecharse de los desdichados que van en ayunas al centro de salud y que salen dispuestos a pagar lo que les pidan en el primer bar que encuentren. En cualquier caso, es mal.
PUNTUACIÓN:
ENTORNO 5 SERVICIO 6 CALIDAD 4 PRECIO 2'50€