Otro objeto que me resulta atractivo, aunque no puedo explicar por qué, es una vitrina, cerrada con llave, que contiene infinidad de muñequitos de plástico de seres de ficción, tales como las princesas Disney, Patricio y Bob Esponja, Úrsula la bruja del mar, Snoopy o los personajes de Cars. Nunca he visto que nadie abriera esa vitrina, nunca he visto a un niño interesarse por su contenido. Me recuerda a esas vitrinas de los museos arqueológicos con tal abundancia de figurillas votivas que es imposible fijar la vista en una sola.
El desayuno de esta mañana ha sido más abundante de alimentos y personas de lo habitual. He sido la única en pedir café con leche, con sacarina por favor, y media tostada con tomate. Los restantes asistentes han preferido zumo de naranja natural o de piña artificial, y tostadas ya con queso fresco, ya con queso curado. Como complemento dulce a estos saludables desayunos, P suele acercarse al mostrador y escoger una bolsita con bollería del día anterior (así lo indica la etiqueta, en la Espiga no se engaña a nadie), que cuesta poco más de un euro y que incluye minicroissants, o mininapolitanas de choco, o bollitos de crema o, con más frecuencia, una mezcla de todos ellos. Cuando la ocasión lo requiere, sin embargo, tiramos la casa por la ventana y pedimos bollería del día. Esta vez hemos elegido una fogaseta rellena de chocolate, a pesar de los reparos de M, también presente y poco aficionada al chocolate por las mañanas. Yo tampoco colocaría la fogaseta en los primeros puestos de mi lista de dulces favoritos, pero el desayuno navideño exige la consumición ritual de algún bollo grandote y éste contaba con el apoyo de P y C.
Las tostadas estaban muy ricas, como siempre, pues en la Espiga utilizan un pan muy consistente y no son tacaños a la hora de untarlo de tomate y aceite; el café es aceptable, y de la fogaseta sólo diré que acabamos rebañando el chocolate del plato con los trozos no chocolateados de la misma. Durante el proceso, íbamos saludando a los compañeros que pasaban por la puerta de la Espiga, que tiene paredes acristaladas, e incluso otro P y un A entraron a tomar café, cosa que afectó a la exclusividad del desayuno navideño y que procuraré evitar en próximas ediciones.
Llegada la hora de pagar, dividimos la cuenta a partes iguales y se me asignó la tarea de llevar el dinero a la máquina: en la Espiga son muy curiosos (destaca lo limpias que están las manos que amasan o forman roscos en los vídeos mudos que se proyectan sin descanso en las pantallas) y los trabajadores hace tiempo que no tocan el sucio dinero con sus manos, sino que te invitan a echarlo en una tragaperras o cash keeper ultramoderna que acepta billetes y devuelve cambio. Nos despedimos amablemente de la camarera, miramos todavía con algo de deseo los breztel y las palmeras de chocolate, y abandonamos la Espiga hasta el año que viene.
PUNTUACIÓN:
ENTORNO 4 SERVICIO 7 CALIDAD 9 PRECIO 3,30€
No hay comentarios:
Publicar un comentario