En una reciente visita al Cementerio de Alcoy quedeme maravillada con un panteón que, no siendo el más espectacular, me gustó especialmente por su decoración egipcia, al estilo victoriano. Dispuesta a profundizar en esa cultura antigua y misteriosa, decidí el pasado lunes desayunar en otro lugar de inspiración faraónica: el café Anubis. Tal vez sus dueños ignoren el carácter funerario de esta divinidad, que no parece muy apropiada para dar nombre a una cafetería de barrio, o quizás sí lo saben y desean recordar a todos los vecinos y clientes la inexorabilidad de la muerte al tiempo que nos invitan cada día a celebrar con café y tostadas un nuevo amanecer.
En cualquier caso, llevaba tiempo queriendo desayunar ahí por su llamativa decoración, pues todo lo que los profanos conocemos de Egipto está recogido en su fachada: el ojo de Horus, la Esfinge, el escarabajo e incluso dos Anubis con cabeza de chacal de tamaño descomunal a cada lado de la entrada, junto a la pizarra donde se suelen dejar escritos los menús del día y las ofertas de desayuno. Se permite no obstante algún toque de eclecticismo, como la bandera española desplegada en un ventanal con un bigote dibujado en el centro y el lema "Todos somos Vicente". Al verla, pensé que se trataba de un mensaje de apoyo a algún personaje conocido del barrio, tal vez enfermo y necesitado del cariño de sus vecinos, hasta que G me explicó que se refería a otra persona.
Como llego muy temprano, hace fresquito en la terraza y me siento mirando a la acera para ver a los transeúntes. Se trata de una de esas terrazas que tanto éxito han tenido en este dédalo de calles estrechas que no pueden ser obstaculizadas por sillas y mesas: una parte interior del bar se abre al exterior por medio de algún ventanal o puerta acristalada, quedando el interior reducido y separado de la "terraza" por una nueva puerta. Por fortuna, los frescos que decoraban la parte exteriorizada del café Anubis se han mantenido a la vista de la clientela, en lugar de ser trasladados a un museo.
¡Por Horus, callaos ya! |
Muestran una especie de templo o palacio con columnas majestuosas medio sepultado por las arenas del desierto, tal como lo encontrarían en sus expediciones decimonónicas los egiptólogos más avezados. En el centro de la imagen, más próxima a una lovecraftiana fantasía sobre ignotas civilizaciones perdidas que a un yacimiento real, un cartel hace un conocido ruego a los clientes: "Por favor, guarden silencio. Los vecinos pretenden descansar". Me parece que el autor del mensaje se excede en su petición. ¿Que guardemos silencio? Yo he venido sola, pero ¿acaso mis vecinas de terraza no tienen derecho a contarse unos chascarrillos? Por otro lado, ¿quién sabe si descansar es realmente la pretensión de los vecinos? ¿Es que Anubis ha concedido la omnisciencia al dueño del bar por haberle puesto a éste su nombre?
Dejo de lado estas reflexiones para pedir a la camarera un café con leche, con sacarina por favor, y media tostada con tomate. En ese momento sólo hay mujeres, solas o en pareja. Pronto llegarán dos varones que ocuparán dos mesas separadas y cumplirán la orden de no hablar durante su consumición. Ambos tienen bigote y me pregunto si el café Anubis no será un lugar de encuentro de bigotudos cuyo símbolo sea la bandera con el bigote dibujado. La camarera regresa a los pocos minutos con mi desayuno y me dice algo que, confieso, no me habían dicho antes en la vida real: "Tu desayuno lo ha pagado esa señora de ahí."
Aunque hubiera preferido que mi desayuno lo pagara Ryan Gosling, la cosa me hizo mucha ilusión. Me volví para saber de qué señora se trataba y en un primer momento no la reconocí, hasta el punto de que pensé que todo había sido un error y que al final no me invitarían a nada, pero luego caí en la cuenta de quién era. Le agradecí el detalle, pero debido a nuestra breve conversación se enfrió la tostada, que era de pan del día anterior. El café estaba bien. Celebré sobre todo que tanto la sal como la sacarina eran productos locales, de Novelda, marca La barraca, la primera; de Elche, marca Damasol, la segunda. En cuanto la cliente que tenía a mi lado se levantó, capté el periódico del día que ella había estado leyendo y comencé a hojearlo mientras masticaba la tostada fría. A los pocos segundos otra cliente me urgió a pasarle el periódico en cuanto yo terminara, de modo que pasé las páginas con algo de apremio y sin poder centrarme en nada de lo que veía. De todas formas, la mayor parte iba referido a las fiestas de Alicante y lo cierto es que los festejos populares, con la excepción del LemonPop, despiertan poco interés en mí.
En esta ocasión no hube de pedir la cuenta, así que ese dato quedará por esta vez sin consignar.
PUNTUACIÓN:
ENTORNO 4 SERVICIO 6 CALIDAD 5 PRECIO desconocido