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9 de junio de 2014

Velacho. Guardamar, 1 de junio de 2014.


En nuestro calendario personal, el 1 de junio es la fecha en la que se enciende el aire acondicionado en casa, sustituyo el bolso invernal por la tote bag del Strand y damos inicio a la temporada de baño. No obstante, el cambio climático está empezando a trastocar estas costumbres: por un lado, el hogar tuvo que ser acondicionado en algunos días de abril y la tote neoyorquina ya ha visto hace semanas la luz del sol; por otro, aunque nos levantamos muy temprano el domingo y nos pertrechamos convenientemente con trajes de baño, protectores solares y pareos ibicencos, dispuestos a sumergirnos en el Mediterráneo, una lluvia constante, unas temperaturas más bien bajas y una ligera marejadilla nos impidieron cumplir el plan previsto. Al llegar a la playa del Moncayo, de no ser por las dunas, bien podríamos pensar que estábamos en Nairn, así que renunciamos al baño iniciático y pasamos al siguiente punto en el orden del día: desayunar mirando el mar.
El paseo marítimo de Guardamar dispone de terrazas varias. Estamos a punto de sentarnos en una que combina los estilos tiki y troglodita, pero finalmente optamos por Velacho, que parece más adecuada para desayunar. Dado que llueve sin parar, hay que escoger con cuidado la mesa, pues si sobre nuestras cabezas se sitúa una juntura de sombrillas, el agua goteará entre una y otra e inundará la mesa y los cafés. No hay muchos clientes en la terraza, así que tenemos a nuestra disposición una mesa perfecta.
A nuestra espalda, la puerta de Velacho, custodiada siempre por un camarero o camarera; el mar al fondo y, entre éste y nosotros, una pareja de ingleses ataviados como ciclistas profesionales y que, a mitad de su desayuno, abandonan su puesto avanzado y se trasladan al interior de Velacho para resguardarse del frescor mañanero y marinero. Yo también me asomo al interior, después de que pidamos a una joven y atenta camarera dos cafés con leche, con sacarina por favor, y dos medias tostadas integrales con tomate, para echar un vistazo y me encuentro con una especie de camarote de capitán, maderas pseudonobles (probablemente compradas en BricoDepot), cartas de navegación cubriendo las paredes y hasta un timoncito colgado junto a la entrada, decoración coherente con el nombre del local, que alude a la gavia del trinquete, como todos los lectores de este blog saben. Lo único que chirría en el conjunto son los aseos: sus minúsculos lavabos encajarían mejor en la casa de un hobbit, pero están limpios y el expendedor de jabón, lleno.
En Velacho los camareros se reparten el trabajo gustosamente: una camarera toma nota de nuestro pedido, otro nos trae los cafés y otra, las tostadas. Todos van uniformados con camisas verdes y pantalones negros (¿por qué no un look más navy, ahora que se puede conseguir hasta en BSK?) y atienden con gran educación a la clientela, algo que G relaciona con el hecho de que un gran porcentaje de ésta es extranjera. Mi favorita es la tercera camarera por su trenza ladeada al estilo Katniss y por el hecho de que, al ir calzada con discretas Converse negras (de piel, no las normales de lona, que esto es Velacho), resbala a escasos metros de nuestra mesa y se pega una buena costalada, de la que, no obstante, se levanta sonriente y deseosa, supongo, de que no la haya visto mucha gente. Ahora que lo pienso, la tercera camarera es nuestra Jennifer Lawrence patria. Por otro lado, el camarero varón manifiesta la fea costumbre de retirar los platos de la tostada cuando aún masticamos el último bocado. !Take it easy, hay muchas mesas libres!
Cubertería Hobbit
El café con leche es de gran tamaño y sienta muy bien bajo la lluvia. Las tostadas están normal. No se aprecia bien su integralidad y a mí me hubieran gustado más tostadas, pero aún así las devoramos mientras se enfría el café, que hemos de remover con una cucharilla pequeñísima, tanto que quizá forme parte de una cubertería hobbit, a juego con el lavabo. A veces la taza y la cucharilla no guardan proporción alguna, ni áurea ni nada, pero lo más habitual es que la cucharilla sea más grande de lo necesario, que sea una cucharilla para comer tarta de cumpleaños en lugar de servir para remover el café solo. Aquí ocurre a la inversa y me desagrada igualmente.
Cuando ya estamos acabando llega a la terraza una pareja de jóvenes que vienen mucho mejor equipados que nosotros, con sus chubasqueros Adidas y sus mochilitas de tela. Lo cierto es que los paseantes que desfilan ante nuestra mirada han sacado sus mejores galas domingueras para enfrentarse al lluvioso día, desde chándales Adidas para los jóvenes a bolsas de plástico para las cabezas de abuela. En la playa, un osado bañista se adentra en las olas a pesar del frío, pero su hazaña no despierta nuestro interés más de dos o tres segundos. Estamos ahora más atentos a la cuenta del desayuno, que asciende a 6'40 euros. Me parece algo elevada, pero desayunar en el camarote del capitán mirando el mar tiene su precio.
Pasarela over the dunas to Playa El Moncayo
PUNTUACIÓN:

ENTORNO 8 SERVICIO 8 CALIDAD 6 PRECIO 3,20€

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