!Qué hambre! Vamos a desayunar ya. |
Como buenos lectores de guías turísticas, donde invariablemente se recomienda madrugar para evitar calores y multitudes, nos presentamos en el lugar a las 8 en punto. No obstante, para nuestra sorpresa, no conseguimos ser los primeros del día: un grupo se nos había adelantado, ¡maldición! Contemplamos entristecidos la máscara de Agamenón durante unos momentos y en seguida decidimos que lo mejor para alegrar el ánimo era aplacar el hambre matutina en la cafetería.
La cafetería es por ahí. ¿Me subís un frappé? |
Sin vergüenza ninguna preguntamos a un vigilante dónde estaba y, tras echarnos una mirada que significaba "son sólo las 8:10, no os habéis ganado el desayuno todavía", nos señaló unas escaleritas, que nos condujeron a un patio interior umbrío y fresquito, gracias a unos olivos que, supongo, ahí plantó el jardinero de Erecteo, por lo menos. Unas cuantas mesas modernillas se hallaban dispuestas en uno de los lados, mientras que los otros tres estaban ocupados con sarcófagos, mosaicos, relieves y otras cosas antiguas y auténticas. Esto es característico de museos con solera que están tan rebosantes de piezas que ya no saben dónde colocarlas y tienen que buscarles un hueco donde sea, en la cafetería o debajo de las escaleras o a los pies de las puertas para que no se cierren de golpe con la corriente. En este caso, los desayunantes podían beber su café contemplando un herma doble con las cabezas de Hermes y Apolo procedente del estadio panatenaico que habíamos visitado el día anterior y en el que Zeus nos lanzó un feroz ataque con rayos, truenos y relámpagos, un mosaico estupendo con cabeza primaveral en el centro, un lecito funerario y un sarcófago del s. II con motivos dionisíacos monísimos.
Ni G ni yo estábamos en disposición de observar todo esto al bajar a la cafetería, nos urgía pedir café y, tal vez, unas tostadas (era nuestro segundo día en Grecia, no habíamos perdido aún la esperanza). Pasamos al interior del café y descubrimos un espacio amplio, con mesas numerosas y grandes destinadas a ser compartidas, y con un total de cero clientes. En las paredes se exhibían obras de una tal Olga Chandeli, de estilo grecoso, pero nuestra atención se dirigió rápidamente a la barra, donde en un primer momento nos pareció que había abundancia de productos. Una mirada más atenta nos reveló que, de todo lo que se exhibía, poco se ajustaba a lo que G y yo consideramos "apto para desayuno": pasteles, tartas, cookies de las que se quedan pegadas en los empastes y en el paladar, bocatas amortajados en film transparente, hojaldres de relleno salado, tiropitas poco apetecibles, chocolatinas, todo esto es "no apto". Entre los aparatos que se veían dentro de la barra puedo enumerar cafetera, surtidor triple de granizados, batidoras para la elaboración de frappé, refrigerador con tartas, pero ninguna tostadora. El desayuno, por tanto, consistió en café con leche y croissant de choco de tamaño colosal para mí, capuccino y medio bocata york-queso para G, todo ello pedido en una mezcla de griego e inglés que se convirtió en mi lengua vehicular durante los días siguientes.
La camarera que nos atendió se mostró paciente ante nuestras cavilaciones, pues no fue fácil para nosotros componer el desayuno por la escasez de productos "aptos", pero tampoco estaba rebosante de alegría por atendernos, porque cuando nos acercamos a la barra ella estaba de charleta con otra camarera tomándose su café mañanero y bien sé que a nadie le gusta que le interrumpan la conversación aunque sea en horario de trabajo. Otras que también estaban muy entretenidas a esa hora de la mañana eran unas vigilantes que, por lo visto, no empezaban a vigilar hasta las 9 y que juntaron dos mesas para poder estar a gusto con sus cafés comprados en el bar y sus galletas traídas de casa. Todas ellas eran mujeres y, cuando un vigilante con aspecto de kouros fortachón se acercó a saludar, lo despidieron con una palmadita en el culo. Así se las gastan en el Museo Arqueológico Nacional.
Yo estaba tan contenta de estar ahí que apenas me importó que el desayuno costara 10 euracos y que, además, el café estuviera malo. Del croissant diré que se podía comer sin grandes esfuerzos, pero era de tamaño excesivo y hube de ceder un tercio a G. Éste calificó su capuccino de normal y, en cuanto a su mini-bocata, no le mereció la pena ni siquiera hacer un comentario. Nos consolaba, como digo, mirar el mosaico primaveral y saber que el relieve de Deméter, Core y Triptólemo nos esperaba en la planta de arriba. Una brisa repentina hizo que la cuenta echara a volar y acabara cayendo al suelo entre unos arbustos. G se levantó para recoger el papel, pero, en lugar de desplazar la silla en la que estaba sentado, prefirió empujar la mesa y derramó mi café con leche, desgracia de la que, en un alarde de cinismo sin precedentes, culpó a la ecología. Desde entonces, medio en broma, medio en serio, nos gusta considerarla responsable de muchos de nuestros males.
PUNTUACIÓN:
ENTORNO 8 SERVICIO 6 CALIDAD 5 PRECIO 5€
No hay comentarios:
Publicar un comentario