Esta mañana hemos acordado antes de salir del hotel que desayunaremos en Italiana. Tardamos unos diez minutos en llegar y, a nuestro paso, tentadores locales nos ofrecen sus desayunos. No es infrecuente que nos desviemos del camino trazado y que acabemos entrando en un sitio no previsto, pero por alguna razón hoy nos mantenemos firmes en nuestra decisión y hacemos un raro esfuerzo de voluntad por llegar a Italiana en ayunas. ¡Cuán mejor nos habría ido si hubiéramos cedido y hubiéramos roto nuestra reciente promesa! Italiana, en principio, no está mal, pero el simple hecho de que no hubiera nadie al llegar, estando otros bares de alrededor ocupados al 50%, debió habernos hecho sospechar.
No negaré que es un local muy mono, con un gran ventanal y mesas más bien grandes y de buena calidad, nada de mobiliario tambaleante de Ikea. A la derecha hay una enorme estantería donde abundan las obras en italiano, aunque hay espacio para literatura en otros idiomas y obras poéticas en castellano. Hay también una mesa alargada y alta cuya finalidad será, supongo, servir de lugar de encuentro donde compartir charlas en italiano, capuccinos y experiencias vitales. No me lo invento, Italiana se presenta como epicentro del mondo e la cultura italiana en Madrid y, en un tablón junto a la entrada, se ofertan cursos, intercambios de idiomas, clases particulares y todos esos recursos para aprender un idioma que los cobardicas como yo creemos pueden llegar a sustituir la inmersión lingüísica en otro país.
Cuando entramos, divisamos al fondo del local la barra y el expositor de dulces y tartas y a la camarera charlando con un cliente junto a los estantes, en la sección infantil de la librería. Dado que no hay nadie más, pillamos la mesa junto a la ventana y nos sentimos libres de hacer todas las fotos que nos apetece. La camarera se siente libre también de no hacernos ni caso durante un buen rato, pero, de momento, la disculpo porque no tenemos ninguna prisa y curiosear entre los libros sin temor de que nos quiten la mesa es algo relajante. No obstante, pasado ya el cuarto de hora, comenzamos a murmurar. ¿Acaso no nos ha visto? ¿Esperará que nos acerquemos a la barra? Mientras debatimos estas cuestiones, entra un matrimonio mayor que llama a la camarera Rosa y saluda como clientes habituales. Rosa sigue de charleta con el cliente otros cinco minutos y no parece tener intención de interrumpir esta tarea hasta que la señora le dice con cierta aspereza: "Rosa, tráenos el café, que hoy tenemos muchos recados que hacer". Parece que la chica espabila y les lleva el café; a continuación, nos acerca la carta, por fin. En el apartado de cafés, se insiste en que el capuccino es preparado a la italiana, sin nata, sin chocolate, sin cacao y sin ninguno de esos aditivos de los que abominan los puristas del capuccino. Cuando leo esto no me doy cuenta, pero es el primer indicio del integrismo que caracteriza a Italiana.
G y yo pedimos sendos combos colazione: yo, latte machiato y dos croissants argentinos; G, capuccino y otros dos croissants de la misma nacionalidad. Cuando esto llega a la mesa, constatamos que es todo muy bonito y que combina a la perfección con la mesa de madera envejecida a la que nos sentamos. Hemos olvidado pedir sacarina por favor, así que recurrimos a terrones de azúcar moreno que hay que servirse con una pincita de bambú en un gesto un tanto cursi. Los platillos no son de la misma vajilla y algunos están ligeramente desportillados, según moda actual, a lo que hay que sumar la plantita en un tarro para decorar. Hoy en día, es imprescindible servir o colocar cosas en tarros: tés fríos, plantitas, limonadas, azúcar, lo que sea. Es así.
No conseguimos detectar la diferencia entre el latte y el capuccino, a excepción del hecho de que el primero viene en vaso y el segundo en taza. Los croissants están muy buenos de sabor, pero pecan de exceso de azúcar en la superficie y de pequeñez: yo no me comería dos, sino dos docenas para quedar saciada.
Niña traumatizada tras una mala experiencia en Italiana. |
Antes de poner fin a nuestra estancia, voy al baño, que, a estas horas de la mañana, está muy limpio. No obstante, la luz no se termina de encender de manera continuada, sino que se activa intermitentemente, creando un ambiente como de película de D. Lynch que me perturba para el resto del día. Cuando regreso a la mesa, G me relata indignado una escena que acaba de presenciar y que le ha dejado boquiabierto por su crueldad: una madre acababa de entrar con su retoño y, al expresar éste su deseo de tomar un colacao, ha recibido la negativa de Rosa. No hay colacao en Italiana. ¡No hay colacao! Puedo entender que no echen nata al capuccino o que no tengan magdalenas envasadas individualmente marca Lorenzo, pero que no haya colacao me parece integrismo del café. Y no acaba ahí la película de terror vivida por ese niño: cuando el pobre cogió un libro del estante de literatura infantil para hojearlo en la mesa junto a su madre, como tal vez habría hecho en otras librerías-cafeterías a lo largo de su breve vida de lector, obtuvo una segunda negativa de Rosa. ¡Prohibido! ¡Verboten! ¡Nada de leer en la mesa!
Es ya hora de poner fin a nuestra estancia en Italiana. Al fin y al cabo, también tenemos muchos recados que hacer y, después de las escenas que hemos presenciado, las luces estroboscópicas del baño y las dudas que nos despierta el capuccino auténtico, necesitamos aire fresco con urgencia.
PUNTUACIÓN:
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ENTORNO 7 SERVICIO 3 CALIDAD 6 PRECIO 4€