La zona cool de Sevilla es sorprendentemente reducida y se compone de las calles Amor de Dios, Feria y, sobre todo, Regina. En ésta se encuentra La Cacharrería, la cafetería donde G y yo desayunamos en esta frigidísima mañana. La calle Regina es peatonal y estrecha, de modo que la terraza de La Cacharrería la conforman dos pequeñas mesitas sobre las que penden sendas estufas, pero ni se nos ocurre quedarnos fuera. Preferimos entrar y sentarnos en una de las cuatro mesas frankenstenianas que encontramos en el interior, construidas con una base de máquina de coser, aunque con el pedal desactivado, y un tablero creado con restos recuperados de silestone, de lo que me congratulo, porque el silestone se derrocha con demasiada alegría: uno debe comprar el tablón entero para su cocina, aunque sea diminuta y sobre metro y medio, así que al menos, si se utiliza este sobrante para hacer mesas cacharreras, no se ha perdido del todo.
Aunque en un primer momento la única mesa disponible sea la que está junto a la puerta, apenas un minuto después de nuestra llegada los ocupantes de la que está al lado de la barra, más alejada de las odiosas y gélidas corrientes que se generan cada vez que alguien abre la puerta, abandonan su puesto, sobre el que nos abalanzamos sin contemplaciones, para descubrir que el silestone de esta mesa es prácticamente idéntico al que tenemos en nuestra cocina. Constatada esta similitud, las divergencias en lo relativo a la decoración son numerosas. La Cacharrería es un local pequeño con una barra a la que pueden sentarse unas seis personas y con las cuatro mesitas ya mencionadas. Los techos son altos y las paredes están cubiertas con infinidad de trastos que funcionan como epónimos del lugar, entre los que puedo enumerar un avión de juguete, un acordeón, una ristra de ajos, una cabeza frenológica, espejos mágicos antiguos, un cubo de Rubik, una cornamenta de ciervo sobre la que reposa una cornucopia de mimbre, una copa gigante rellena de frutas de madera, unas lámparas chinas, un cartel heart-shaped donde se lee "Pidan en la barra" et alia multa. Sobre los ladrillos que sobresalen de las paredes, de artificiosa irregularidad, alguien ha tenido la ocurrencia de dejar monedas de uno o dos céntimos, costumbre seguida, a la luz de las abundantes monedas que veo, por la clientela a lo largo del tiempo. Llamadme persona con prejuicios, pero apostaría dinero a que la ocurrencia y su seguimiento tiene connotaciones guiris.
Nuestra posición junto a la barra nos permite pedir sin tener que levantarnos de la mesa. Un excéntrico muchacho tatuado nos atiende: queremos dos cafés con leche, con sacarina por favor, y dos molletes enteros, uno con jamón y otro con tomate. Pedir mollete para desayunar es una de las mejores cosas de los desayunos de Sevilla, si no la mejor. Antes de optar por mollete, G pregunta si hay tarta de zanahoria y se lleva una sorpresa descomunal al recibir un "todavía no" por respuesta. A mí, en cambio, me sorprende la sorpresa de G, que, por lo que yo sé, en su vida ha pedido carrot cake para desayunar ni ha tenido tal ramalazo de chico Gilmore.
Los cafés y las tostadas llegan a la mesa de la mano de una camarera también tatuada que nos ofrece probar el humus de alubias y setas, a lo que no nos negamos. No sabemos si el café es Catunambú, pero está rico, si bien él o ella cometen el error de olvidar la sacarina; las tostadas de mollete, algo más sosas e inconsistentes, no llegan al nivel de las que comimos ayer en El Cateto. Aquí están acompañadas por tres cuenquitos: uno con tomate rallado, otro con orégano y otro con humus. No me convence la separación tomate/orégano porque se me hace difícil espolvorear el orégano con dos dedos. Prefiero la mezcla tomate/aceite/sal/(orégano) que se sirve preparada en otros bares. Además, juraría que el tomate no tiene sal, pero La Cacharrería es tan cool que me da reparo pedir un salero. Todos estos comestibles están servidos en una vajilla que no combina, con flores pasadas de moda del estilo que ahora imita Zara Home y con desconchones trendy.
Las mesitas a nuestro alrededor están permanentemente ocupadas por individuos que leen y parejas que charlan. No puedo oír lo que dicen porque todos los presentes nos sentimos muy integrados en este ambiente relajado y casual y hablamos muy bajito, aunque sí que percibimos en los demás ese acento local que G adora. Aunque tenemos varias cosas que hacer esta mañana, como husmear en Un gato en bicicleta, nos demoramos más de lo previsto en este lugar cacharrero, donde la cuenta del desayuno asciende a 5'40.
PUNTUACIÓN:
ENTORNO 6 SERVICIO 7 CALIDAD 6 PRECIO 2,70€
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