Quedo con mis amigas A y S, a las que conocí en la universidad, en el Pani de Cartagena para desayunar el domingo. No recuerdo si desayunábamos juntas cuando éramos estudiantes. Sí me acuerdo de almorzar empanadillas con ensaladilla, aunque A siempre ha seguido una dieta sana y nunca ha abusado de este combinado estudiantil. Ahora S y yo hacemos crema de verduras para cenar y A está embarazada.
Hace un día estupendo. Recojo a S en la Alameda y nos encaminamos al Pani. A llega en seguida. Ella cree que quedar para desayunar es chic; las demás asentimos en silencio, sacudiendo nuestras mortales guedejas. El Pani es una panadería-confitería situada en una de esas calles peatonales del centro que tiene Cartagena y por las cuales no consigo orientarme bien. El local es austero y tiene un color grisáceo que lo impregna todo, hasta los dulces que se exhiben en abundancia insólita en los mostradores. Me dio la impresión de que había a la vista más costillas de cabello de ángel y más buñuelos de los que suele haber en las confiterías. Frente al color azulado y algo tristón del interior, la terraza es una maravilla de luz y de color, limitada en un extremo por unas columnas dentro de un pequeño vallado, supongo que de época romana. La última vez que estuve aquí me lo dijeron pero se ve que no presté demasiada atención.
Las mesas y las sillas son cómodas y modernillas. Sobre cada una hay un salero no de cristal, sino de plástico, el salero de la marca Torremar que podemos encontrar en nuestro supermercado de confianza. Están todos un poco amarillentos por el sol. Ignoro por qué no hacen una pequeña inversión en saleros standard de cristal. Quizá hayan sufrido robos de saleros y aceiteras en el pasado, pues tampoco diviso ninguna de éstas, y hayan optado por ofrecer algo poco apetecible para el cliente de mano larga.
La camarera viene pronto con una sonrisa giocondiana. Pedimos tres medias tostadas con tomate, un zumo de naranja, un café con leche, con sacarina por favor, y otro café con leche descafeinado. La costilla de cabello de ángel, a pesar de ser dulce de abuelo, me atrae siempre, pero he venido aquí a probar la que, según S, es la mejor tostada con tomate de CT. Tan sólo nos concedemos el capricho de un buñuelo de crema y ni siquiera pedimos tres, porque A vence a la tentación del azúcar, sino sólo dos, que, servidos en un platito, resultan ligeramente ridículos. Pienso a posteriori que es uno de esos productos que uno compra por docenas o por kilos, pero la sonrisa de la camarera no se vio alterada por la inadecuada petición. De hecho, la mantuvo inmutable hasta cuando la llamamos a coro para pedir un tercer café con leche. S tiene la costumbre de pedir el café como postre del desayuno, no como bebida principal, costumbre por la que nunca le he preguntado y que, a mi modo de ver, altera el orden normal del desayuno. Además, aunque éste sea mi comida favorita del día, no considero que tenga la suficiente entidad como para contar con dos fases, plato principal y postre.
Las tostadas están ciertamente buenas, crujientes y hechas con pan consistente. En el Pani las cortan en diagonal, cosa que no he visto en otros sitios. Tienen, no obstante, una pega: llevan demasiado aceite, de modo que los dedos se untan al cogerlas y hay que tener cuidado para no mancharse la ropa. Si el dueño del Pani retiró las aceiteras de las mesas para evitar que los clientes consumieran aceite de más, alguien debería decirle que en la cocina están haciendo boicot a sus medidas de ahorro. La camarera hierática trae el café con un sobre de sacarina y otro de azúcar, una buena solución para contentar a todos. Como yo me pongo sacarina en el café, puedo conservar el sobre de azúcar, que es uno de los más divertidos que conozco. El diseño es sencillo: letras azules sobre fondo blanco. En el anverso, el nombre del local y su dirección enmarcados por unas líneas algo art nouveau, en alusión clara a ciertos edificios representativos de este estilo en CT; en el reverso, una sentencia que viene a ser toda una declaración de principios: "Yo soy cliente del Pani, y ¿usted?". La humanidad queda así dividida en dos partes, los que desayunamos en el Pani y los demás. S, A y yo nos levantamos y nos vamos paseando hasta mi coche, felices por haber renovado nuestra relación mistérica con el Pani. Y encima, cuando nos despedimos, A nos dice que su hijo se va a llamar Darío, con lo que nuestro alborozo ya no conoce límites.
PUNTUACIÓN:
ENTORNO 8 SERVICIO 7 CALIDAD 8 PRECIO 2€