visitas

31 de octubre de 2013

Pani. Cartagena, 27 de octubre de 2013

Quedo con mis amigas A y S, a las que conocí en la universidad, en el Pani de Cartagena para desayunar el domingo. No recuerdo si desayunábamos juntas cuando éramos estudiantes. Sí me acuerdo de almorzar empanadillas con ensaladilla, aunque A siempre ha seguido una dieta sana y nunca ha abusado de este combinado estudiantil. Ahora S y yo hacemos crema de verduras para cenar y A está embarazada.
Hace un día estupendo. Recojo a S en la Alameda y nos encaminamos al Pani. A llega en seguida. Ella cree que quedar para desayunar es chic; las demás asentimos en silencio, sacudiendo nuestras mortales guedejas. El Pani es una panadería-confitería situada en una de esas calles peatonales del centro que tiene Cartagena y por las cuales no consigo orientarme bien. El local es austero y tiene un color grisáceo que lo impregna todo, hasta los dulces que se exhiben en abundancia insólita en los mostradores. Me dio la impresión de que había a la vista más costillas de cabello de ángel y más buñuelos de los que suele haber en las confiterías. Frente al color azulado y algo tristón del interior, la terraza es una maravilla de luz y de color, limitada en un extremo por unas columnas dentro de un pequeño vallado, supongo que de época romana. La última vez que estuve aquí me lo dijeron pero se ve que no presté demasiada atención. 
Las mesas y las sillas son cómodas y modernillas. Sobre cada una hay un salero no de cristal, sino de plástico, el salero de la marca Torremar que podemos encontrar en nuestro supermercado de confianza. Están todos un poco amarillentos por el sol. Ignoro por qué no hacen una pequeña inversión en saleros standard de cristal. Quizá hayan sufrido robos de saleros y aceiteras en el pasado, pues tampoco diviso ninguna de éstas, y hayan optado por ofrecer algo poco apetecible para el cliente de mano larga.
La camarera viene pronto con una sonrisa giocondiana. Pedimos tres medias tostadas con tomate, un zumo de naranja, un café con leche, con sacarina por favor, y otro café con leche descafeinado. La costilla de cabello de ángel, a pesar de ser dulce de abuelo, me atrae siempre, pero he venido aquí a probar la que, según S, es la mejor tostada con tomate de CT. Tan sólo nos concedemos el capricho de un buñuelo de crema y ni siquiera pedimos tres, porque A vence a la tentación del azúcar, sino sólo dos, que, servidos en un platito, resultan ligeramente ridículos. Pienso a posteriori que es uno de esos productos que uno compra por docenas o por kilos, pero la sonrisa de la camarera no se vio alterada por la inadecuada petición. De hecho, la mantuvo inmutable hasta cuando la llamamos a coro para pedir un tercer café con leche. S tiene la costumbre de pedir el café como postre del desayuno, no como bebida principal, costumbre por la que nunca le he preguntado y que, a mi modo de ver, altera el orden normal del desayuno. Además, aunque éste sea mi comida favorita del día, no considero que tenga la suficiente entidad como para contar con dos fases, plato principal y postre.
Las tostadas están ciertamente buenas, crujientes y hechas con pan consistente. En el Pani las cortan en diagonal, cosa que no he visto en otros sitios. Tienen, no obstante, una pega: llevan demasiado aceite, de modo que los dedos se untan al cogerlas y hay que tener cuidado para no mancharse la ropa. Si el dueño del Pani retiró las aceiteras de las mesas para evitar que los clientes consumieran aceite de más, alguien debería decirle que en la cocina están haciendo boicot a sus medidas de ahorro. La camarera hierática trae el café con un sobre de sacarina y otro de azúcar, una buena solución para contentar a todos. Como yo me pongo sacarina en el café, puedo conservar el sobre de azúcar, que es uno de los más divertidos que conozco. El diseño es sencillo: letras azules sobre fondo blanco. En el anverso, el nombre del local y su dirección enmarcados por unas líneas algo art nouveau, en alusión clara a ciertos edificios representativos de este estilo en CT; en el reverso, una sentencia que viene a ser toda una declaración de principios: "Yo soy cliente del Pani, y ¿usted?". La humanidad queda así dividida en dos partes, los que desayunamos en el Pani y los demás. S, A y yo nos levantamos y nos vamos paseando hasta mi coche, felices por haber renovado nuestra relación mistérica con el Pani. Y encima, cuando nos despedimos, A nos dice que su hijo se va a llamar Darío, con lo que nuestro alborozo ya no conoce límites.
PUNTUACIÓN:
ENTORNO 8 SERVICIO 7 CALIDAD 8 PRECIO 2€

25 de octubre de 2013

Calasanz. Cobatillas, 20 de octubre de 2013.

Algunos domingos no tenemos ganas de ir a Murcia a desayunar y optamos por un desayuno de Barrio. Lo escribo en mayúsculas porque estos desayunos rurales suelen tener lugar en el Barrio de los Pavos. Hay otras cafeterías a las que llegar a pie desde casa (a Murcia también se puede llegar así, tal como demostramos en una ocasión al estilo de Aquiles, esto es, andando), pero Confitería-Cafetería Calasanz es la mejor. El evento, que se compone de paseo+desayuno, es agradable. La ruta nos lleva, tras atravesar un parque, por delante del Lidl hasta unos bancales que se mezclan con las primeras casas del Barrio. Una de ellas tiene unos rosales sumamente olorosos, entrada al pueblo que resulta algo edénica después de haber recorrido el espacio que media entre el Lidl y el jardín de rosas. Tiene este espacio un aire postnuclear. Hace unos años se plantaron ahí moreras y se construyeron aceras que hoy se ven resquebrajadas y pobladas por insectos. El tráfico en esta calle es tan intenso que los caracoles realizan tranquilamente sus particulares revisiones de On the road y se lanzan a la aventura dejando en la calzada esos hilitos de baba que brillan al sol. Aquí iba a tener su sede el Nuevo Campillo, pero todo quedó en Campillurus.
Pimenton, -onis
El Barrio no es muy grande, así que se tarda poco en localizar la confitería Calasanz. Por si hay alguna duda, sirva de señal la furgoneta de las especias Ben-Hur, aparcada siempre enfrente. Calasanz tiene unas inmensas cristaleras que permiten ver el tráfico mientras se desayuna. Por dentro es un local normalito: unas cuantas mesas con cómodas sillas y dos mostradores, uno con repostería dulce y salada, otro con pasteles y tartas, además de multitud de estantes repletos de esas mandangas que atraen a los niños, como piruletas de PepaPig o chupachups de Bob Esponja.
¿Quién vive en la piña debajo del mar?
En unas cestas de mimbre se exhiben distintos tipos de barras de pan, a cual más apetecible. Nosotros, desde que descubrimos el pan multicereal, no desayunamos otra cosa, de modo que el menú del pasado domingo fue café con leche, con sacarina por favor, y tostada multicereal con tomate. Recomiendo las napolitanas ya de choco, ya de crema, con una perfecta proporción entre masa y relleno. Los croissants de choco, en cambio, tienen chocoexceso. Los pasteles y tartas no están tan buenos. Cierto día mi padre calificó una tarta de queso de Calasanz como "pésima", aunque hay que tener en cuenta que es una persona a la que no le gusta el yogur ni el cine actual, por lo que no es enteramente de fiar.
El desayuno clásico está muy bueno, insisto, pero el servicio deja bastante que desear. Las camareras son seriotas y te miran con impaciencia si no tienes clara tu elección. Son el equivalente murciano del Sopero Nazi. El domingo no nos trajeron sacarina a pesar de que hicimos hincapié en nuestra exigencia dietética. Más de una vez hemos salido del lugar protestando y prometiendo no volver jamás, pero acabamos regresando por las tostadas.
La clientela es local y solemos formar estas combinaciones: madre-hija (una de las más frecuentes), novio-novia, marido-mujer, padre-madre-bebé y algún átomo suelto en la barra. El domingo pasado había también un combinado husband-wife, cuyo primer elemento hablaba muy alto y comentaba al segundo cosas que veía en el periódico o en MujerHoy. También había un niño que contó cuántos pasteles negros había y cuántos marrones, información que comunicó a su madre ante la total indiferencia de ésta.
Unos días nos cobran 3,60€, otros, 4€. Creo que lo segundo lo dicen no por avaricia, sino por pereza mental.
PUNTUACIÓN:
ENTORNO 5 SERVICIO 4 CALIDAD 9 PRECIO 1,80€

20 de octubre de 2013

Café Motora. Malacia, 20 de octubre de 2011.

Fue la página 96, ella lo desencadenó todo. Sí, lo recuerdo perfectamente, un trozo de papel vitela abandonado dentro de la edición facsímil del manuscrito Voynich que hojeaba en la Biblioteca Nacional. Contenía unos números sin sentido aparente y el misterioso nombre de Malacia en el reverso. Tiempo después, en Londres, en el pequeño mercado de Benrmondsey, entre antigüedades y libros raros, un hombre al que llamaban Yegor, vendía un mapa desgastado, fechado en 1617, en el que volvió a aparecer el nombre de Malacia. Le di 79 £.
Siete años más tarde, cuando Ana se abandonó a la metanfetamina, curiosamente mantuvo su afición a los desayunos y la obsesión por traducir al puto Esquilo, en mis noches de búsqueda de cristal por la noche mediterránea, hice buena amistad con  Nikolay, un camello búlgaro, antiguo general del ejército, que decía poder conseguir casi cualquier cosa. Le hable de Malacia y de mi obsesión con ese nombre. A través de sus contactos eslavos y con muchos euros de por medio, consiguió algo similar a un  plano. Llevaba a un lugar.
La madrugada del  19 de octubre de 2011 a las 01:57 nos dirigimos a Malacia. Primero fue la autovía, luego una carretera local que seguimos unas dos horas. La siguiente señal, fuera de los límites provinciales, era un coche calcinado con la letra W escrita en el capó; giramos a la derecha. En este punto los arbustos habían desaparecido y la vegetación consistía en una monótona sucesión de matojos que parecía extenderse hasta el infinito. 45 minutos después cogimos un camino de tierra que seguimos casi hasta las 6 de la mañana. Nadie, solamente un perro cojo cruzó fantasmalmente nuestro camino. Vimos lo que parecía ser el mar. Al amanecer la última indicación, una senda de cabras junto a un esbozo de esqueleto de árbol. 2 kilómetros después llegamos a la señal. Una barrera y una cámara; esperamos y la barrera se abrió.
Casi sin darnos cuenta nos vimos transportados a una carretera asfaltada de dos carriles en cada sentido y con un tráfico denso y cientos de coches de distintos tamaños. No parecía que hubiera semáforos ni cruces, pero sí había actividad. Había personas en los coches, pero no parecían conducir. De vez en cuando surgía un desvío hacia otra carretera y algunos coches lo tomaban. No había casas, ni edificios, ni árboles, ni aceras, ni siquiera aparcacoches; fuera de los límites de la carretera, no había nada.
Poco a poco, vimos que las personas de dentro de los vehículos parecían ocupados. Se les veía charlar, a veces de coche a coche cuando el tráfico se hacía más lento. Otros escribían en el ordenador, algunos hacían ejercicio. Al día  siguiente de llegar, desayunamos en el café Motora, nos lo encontramos en una carretera con poco tráfico y a una velocidad muy reducida era divertido tomar un café con churros. Lo llevaba un chico pelirrojo de cara luminosa, nos dijo que solía estar por allí todos los días, y que esperaba volver a vernos. Nos gustó mucho, nos dieron la sacarina sin tener que repetirlo y no pagamos nada.
Ahora, llueve. Lleva tres meses haciéndolo. El cristal empañado hace que percibamos las luces de los demás como irreales. Somos felices, vivimos en el coche. Rodando todo el tiempo, eternamente. Abrazados.

9 de octubre de 2013

M. Murcia, 6 de octubre 2013.

M es el vampiro de Düsseldorf. En Murcia no hay vampiros sensu stricto, pero sí hay una cafetería que se llama M, está en la plaza de Santo Domingo y es sede frecuente de nuestros desayunos de domingo. A ella llegamos el pasado fin de semana tras una breve pero angustiosa odisea que nos llevó a ese caos primigenio que constituyen las calles post-Segura que rodean el Pacoche. Buscando una nueva cafetería de la que nos habían llegado rumores, casi nos perdemos sin remisión, pero nuestra excelente orientación nos condujo de nuevo a caminos mil veces hollados. Y así, algo derrotados, nos dirigimos a M. Sea invierno o verano, nosotros nos sentamos en la terraza, que hasta mediodía no se vuelve enteramente dominguera, con familias de 5 miembros y niñas mellizas vestidas con la misma rebequita azul marino. A la hora de la merienda el ambiente es más bien viejuno, pero at breakfast time es variopinto. El pasado domingo compartíamos espacio con señores sesudos y solitarios que leían con mucha concentración el periódico, una tríada de alemanotas, una pareja de ciclistas que no recuerdo si llegaron a quitarse el casco para tomar el café y algún que otro matrimonio senior. 
A veces se autoinvitan otros seres, como palomas devoradoras de migas o músicos ambulantes de los de cabra y teclado incluido. El interior, que es algo angosto, cuenta con una larga barra y un expositor donde se exhiben tartas de aspecto apetecible, pero el darle a algunas nombre alemán me hace pensar que su precio estará inflado. Eso, unido a que no se come tarta para desayunar, por mucho que se empeñen en algunos hoteles, me ha hecho abstenerme de probarlas por el momento.
Los camareros son dos jóvenes muy serviciales. Uno de ellos tiene el dudoso honor de haberme preparado, así lo afirmó en su momento, su primer capuccino. Aunque lo alabé convenientemente, confieso ahora que los he probado mejores. No obstante, el café con leche suele estar muy bueno. Pedimos sendos cafés, con sacarina por favor, media con tomate para mí y un croissant para G, que protestó hasta la saciedad de la capa gelatinosa con que venía cubierto.
 
Tras unos instantes de vacilación, pedimos también un zumo de naranja de tamaño pequeño, tal como nos aconsejó el camarero, que, mirando por nuestro bolsillo, quería prepararnos un combo desayuno. Mi tostada estaba sólo pasable, porque en los bares se empeñan en comprar pan baratero y de mala calidad. Esta verdad irrefutable nos llevó a hablar de la entrevista que el Comidista ha hecho a Ibán Yarza, el nuevo gurú del pan (que no está nada mal, Ibán digo, aunque quizá no despierte en mí el interés que sí despierta Chico Bimbo, panadero de la Espiga de Oro del que hablaré otro día), en la que se denunciaba sin tapujos el timo de las nuevas panaderías gourmet y se vaticinaba el fin de la burbuja panadera. Mis disertaciones sobre el vacío del pan de mi tostada se encontraron con cierta indiferencia por parte de G, más ocupado en su iPhone y en vencer al "4en línea" al número 25 del mundo a este lado del muro. Tenía grandes esperanzas de conseguirlo, pero una jugada genial de su adversario se las arrebató en un momento. De modo que pidió la cuenta compungido y pagó los 5,40€ que le pidieron.


PUNTUACIÓN:

ENTORNO 7 SERVICIO 6 (G dice que 5) CALIDAD 6 PRECIO 2,70€