M es el vampiro de Düsseldorf. En Murcia no hay vampiros sensu stricto, pero sí hay una cafetería que se llama M, está en la plaza de Santo Domingo y es sede frecuente de nuestros desayunos de domingo. A ella llegamos el pasado fin de semana tras una breve pero angustiosa odisea que nos llevó a ese caos primigenio que constituyen las calles post-Segura que rodean el Pacoche. Buscando una nueva cafetería de la que nos habían llegado rumores, casi nos perdemos sin remisión, pero nuestra excelente orientación nos condujo de nuevo a caminos mil veces hollados. Y así, algo derrotados, nos dirigimos a M. Sea invierno o verano, nosotros nos sentamos en la terraza, que hasta mediodía no se vuelve enteramente dominguera, con familias de 5 miembros y niñas mellizas vestidas con la misma rebequita azul marino. A la hora de la merienda el ambiente es más bien viejuno, pero at breakfast time es variopinto. El pasado domingo compartíamos espacio con señores sesudos y solitarios que leían con mucha concentración el periódico, una tríada de alemanotas, una pareja de ciclistas que no recuerdo si llegaron a quitarse el casco para tomar el café y algún que otro matrimonio senior.
A veces se autoinvitan otros seres, como palomas devoradoras de migas o músicos ambulantes de los de cabra y teclado incluido. El interior, que es algo angosto, cuenta con una larga barra y un expositor donde se exhiben tartas de aspecto apetecible, pero el darle a algunas nombre alemán me hace pensar que su precio estará inflado. Eso, unido a que no se come tarta para desayunar, por mucho que se empeñen en algunos hoteles, me ha hecho abstenerme de probarlas por el momento.
Los camareros son dos jóvenes muy serviciales. Uno de ellos tiene el dudoso honor de haberme preparado, así lo afirmó en su momento, su primer capuccino. Aunque lo alabé convenientemente, confieso ahora que los he probado mejores. No obstante, el café con leche suele estar muy bueno. Pedimos sendos cafés, con sacarina por favor, media con tomate para mí y un croissant para G, que protestó hasta la saciedad de la capa gelatinosa con que venía cubierto.
Tras unos instantes de vacilación, pedimos también un zumo de naranja de tamaño pequeño, tal como nos aconsejó el camarero, que, mirando por nuestro bolsillo, quería prepararnos un combo desayuno. Mi tostada estaba sólo pasable, porque en los bares se empeñan en comprar pan baratero y de mala calidad. Esta verdad irrefutable nos llevó a hablar de la entrevista que el Comidista ha hecho a Ibán Yarza, el nuevo gurú del pan (que no está nada mal, Ibán digo, aunque quizá no despierte en mí el interés que sí despierta Chico Bimbo, panadero de la Espiga de Oro del que hablaré otro día), en la que se denunciaba sin tapujos el timo de las nuevas panaderías gourmet y se vaticinaba el fin de la burbuja panadera. Mis disertaciones sobre el vacío del pan de mi tostada se encontraron con cierta indiferencia por parte de G, más ocupado en su iPhone y en vencer al "4en línea" al número 25 del mundo a este lado del muro. Tenía grandes esperanzas de conseguirlo, pero una jugada genial de su adversario se las arrebató en un momento. De modo que pidió la cuenta compungido y pagó los 5,40€ que le pidieron.
PUNTUACIÓN:
ENTORNO 7
SERVICIO 6 (G dice que 5)
CALIDAD 6
PRECIO 2,70€
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