Siguiendo una tradición que se remonta al año pasado, esta mañana ha tenido lugar el desayuno navideño de la Espiga, al que asiste un selecto grupo de invitados, del cual me precio de formar parte. La reunión se celebra temprano y ocupa las mesas adyacentes al belén que decora el local desde principios de diciembre. Esta Espiga es tan sólo una sucursal del emporio panadero-confitero que extiende sus ramas por toda Elche. A diferencia de las demás, ésta posee un amplio espacio con mesas para disfrutar del café y de la bollería in situ. Es una de mis sedes habituales de desayunos laborales, pese a ser el sitio más caro de la zona y tener un aspecto más bien feo: el suelo presenta una combinación de losas beige y marrón tristona, y los dos frigoríficos que contienen tartas y zumos no ayudan a animar el ambiente. La decoración navideña, consistente en tiras de espumillón colgando del techo, una selección de polvorones junto al frigo de las tartas y el mencionado belén, de proporciones considerables, empeora la situación. Y sin embargo, me encanta desayunar ahí, tanto en soledad como acompañada. Durante el curso pasado celebraba con P y C en esta Espiga los llamados Desayunos de los Martes y, durante el curso anterior, acudía con P los jueves como colofón a nuestra visita semanal al mercadillo de verdura que comenzaba justo enfrente de la Espiga, y nos tomábamos un café con las bolsas a nuestros pies rebosantes de naranjas y coliflores. En este curso los hados no nos han permitido coincidir con frecuencia, pero también es un lugar entretenido para desayunar a solas, pues el periódico suele estar disponible a primera hora y una puede concentrarse en la lectura porque no hay música ni radio sonando. Y si no apetece leer, la Espiga ofrece otra efectiva distracción: en una pantalla muda se muestra el proceso de elaboración de distintos productos, de la coca de verduras o la de molletes, de los almendrados, del roscón de reyes... Es sorprendente el grado de embeleso que pueden causar estas imágenes, capaces de acallar conversaciones interesantísimas.
Otro objeto que me resulta atractivo, aunque no puedo explicar por qué, es una vitrina, cerrada con llave, que contiene infinidad de muñequitos de plástico de seres de ficción, tales como las princesas Disney, Patricio y Bob Esponja, Úrsula la bruja del mar, Snoopy o los personajes de Cars. Nunca he visto que nadie abriera esa vitrina, nunca he visto a un niño interesarse por su contenido. Me recuerda a esas vitrinas de los museos arqueológicos con tal abundancia de figurillas votivas que es imposible fijar la vista en una sola.
El desayuno de esta mañana ha sido más abundante de alimentos y personas de lo habitual. He sido la única en pedir café con leche, con sacarina por favor, y media tostada con tomate. Los restantes asistentes han preferido zumo de naranja natural o de piña artificial, y tostadas ya con queso fresco, ya con queso curado. Como complemento dulce a estos saludables desayunos, P suele acercarse al mostrador y escoger una bolsita con bollería del día anterior (así lo indica la etiqueta, en la Espiga no se engaña a nadie), que cuesta poco más de un euro y que incluye minicroissants, o mininapolitanas de choco, o bollitos de crema o, con más frecuencia, una mezcla de todos ellos. Cuando la ocasión lo requiere, sin embargo, tiramos la casa por la ventana y pedimos bollería del día. Esta vez hemos elegido una fogaseta rellena de chocolate, a pesar de los reparos de M, también presente y poco aficionada al chocolate por las mañanas. Yo tampoco colocaría la fogaseta en los primeros puestos de mi lista de dulces favoritos, pero el desayuno navideño exige la consumición ritual de algún bollo grandote y éste contaba con el apoyo de P y C.
Las tostadas estaban muy ricas, como siempre, pues en la Espiga utilizan un pan muy consistente y no son tacaños a la hora de untarlo de tomate y aceite; el café es aceptable, y de la fogaseta sólo diré que acabamos rebañando el chocolate del plato con los trozos no chocolateados de la misma. Durante el proceso, íbamos saludando a los compañeros que pasaban por la puerta de la Espiga, que tiene paredes acristaladas, e incluso otro P y un A entraron a tomar café, cosa que afectó a la exclusividad del desayuno navideño y que procuraré evitar en próximas ediciones.
Llegada la hora de pagar, dividimos la cuenta a partes iguales y se me asignó la tarea de llevar el dinero a la máquina: en la Espiga son muy curiosos (destaca lo limpias que están las manos que amasan o forman roscos en los vídeos mudos que se proyectan sin descanso en las pantallas) y los trabajadores hace tiempo que no tocan el sucio dinero con sus manos, sino que te invitan a echarlo en una tragaperras o cash keeper ultramoderna que acepta billetes y devuelve cambio. Nos despedimos amablemente de la camarera, miramos todavía con algo de deseo los breztel y las palmeras de chocolate, y abandonamos la Espiga hasta el año que viene.
PUNTUACIÓN:
ENTORNO 4 SERVICIO 7 CALIDAD 9 PRECIO 3,30€
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