Llueve esta mañana, algo que siempre me pone de buen humor y con ganas de hacer cosas. Hoy nos vamos de desayuno a la provincia marítima de Cartagena. Es una de las excursiones para urbanitas que desde casa podemos plantear sobre la marcha, sin necesidad de una planificación previa de la que tanto gustamos; las otras ciudades que lo permiten son Elche, que tenemos ya muy vista, y Alicante, ciudad desatractiva que siempre me ha parecido plagada de turistas cutres.
Sara acude a nuestro encuentro con su renovada bicicleta, su jersey Never let me go, un libro de Zadie Smith para trocarlo por otro de Richard Ford y una lista del iPhone de cosas que tenía que contarnos. Con ritmo marcial nos encaminamos al sitio elegido. De camino pasamos por la remozada Plaza de San Francisco y nos enteramos de que su nuevo aspecto no ha sido bien recibido por los habitantes del lugar, aunque tengo que decir que a mí me pareció de un superficial aceptable. A través de bonitas calles, en las que nunca logro orientarme, llegamos a la Plaza de San Ginés, donde se ubica, haciendo picoesquina, el Bar Sol.
La fachada, de ornamento sobrio, llena de marcos y cristales, tiene un aire anticuado que me atrae. Posee una de esas ventanas que desde el exterior nos permite esperar la llegada de nuestra comanda sin dejar de fumar, mientras practicamos eso tan entretenido que es observar a los viandantes. La decoración es la que toca: ventilador en el techo, fotos viejas de Cartagena, imaginería religiosa, cafeteras antiguas, ostentación de botellas de Soberano... todo poblado por una clientela primordialmente masculina.
Todos hemos pedido café con leche; Sara y yo, media con tomate, y Ana, con mantequilla y mermelada. El café con leche viene en vaso, algo que me gusta, ya empiezo a estar un poco harto de la dictadura de la taza que nos imponen en la mayoría de sitios. Lo trae todo una camarera adolescente con pinta de hija del dueño, que llevaba un auricular puesto y otro suelto colgando de la chaqueta del chándal. Estaba lo bastante abstraída en su música como para articular palabra alguna. Las tostadas ya vienen preparadas, lo cual, aunque es más cómodo para todos, no me acaba de convencer. El ritual de preparar la tostada es una de las partes más importantes del protocolo y, a no ser que tenga mucha prisa, no me gusta renunciar a él. En cambio, que te den el bote de la sacarina en lugar de sobrecitos individuales me parece un acierto total.
Mientras estamos enfrascados en la crítica indignada de la tercera temporada de Homeland ha aparecido la tercera persona a la que aludía antes: Amaya, embarazada en la reseña del Pani, ya es una radiante madre. Aparece vestida de boda (la de otro), acompañada de Darío, el guapo retoño, que presenta una estética amish muy currada. Alborozo en grado sumo. Francis, el dichoso padre, se suma más tarde, pide un asiático y elogia el Bar Sol.
Mientras volvemos, nos prometemos regresar a Cartagena para desayunar en El Hombre Tranquilo. Esperamos que Juan, libre ya de sus problemas cubitales, nos pueda acompañar.
Mientras volvemos, nos prometemos regresar a Cartagena para desayunar en El Hombre Tranquilo. Esperamos que Juan, libre ya de sus problemas cubitales, nos pueda acompañar.
ENTORNO 9 SERVICIO 7 CALIDAD 6 PRECIO 1,60€
En la foto de cabecera, observo un extractor de aire en la ventana a juego con el ventilador. Estos extractores, hoy periclitados, hacían un buen servicio en la época dorada de la libertad de fumar en el interior. Hay que rememorarlos en todo su explendor, ruidosos, chirriantes y llenos de una pelusa grasienta en cuya composición entraba el polvo ambiental, el humo del tabaco y los vapores aceitosos de la fritanga de patatas y calamares. Lo malo es que en el siglo XXI, el extractor, junto con el ventilador, parecen preludiar un verano sin aiere acondicionado.
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