Nuestros compañeros de viaje madrileño M y P calificaron los restaurantes y bares en los que pasamos la mayor parte del tiempo como "cutres" y/o "flipados". No pudieron decir lo mismo de la chocolatería en la que tuvo lugar nuestro último desayuno en común, llamada Chocolat y que se autodefine como "La tentación del Barrio de las Letras". G y yo ya habíamos estado ahí en viajes anteriores y habíamos disfrutado del chocolate marca Atienza que se sirve para degustar in situ o se vende en tabletas a 9€ la pieza, directamente traído de Zaragoza.
El día anterior se había decidido democráticamente que el encuentro desayunil tendría lugar allí a las 9:30. Con puntualidad germánica emergimos G y yo del subterráneo. En dos zancadas estábamos en la puerta acristalada de Chocolat, a través de la cual vimos las escasas mesas del local desocupadas, sin rastro de M ni de P. No obstante el frío, dimos un par de vueltas a la manzana, hicimos algunas fotos, observamos los trastos que los vecinos acumulan en los balcones y, finalmente, entramos a Chocolat por hacer algo.
Un zagal joven y dicharachero, con delantal corporativo verde, nos saludó efusivamente. Cuando le dijimos que esperábamos a unos compañeros de desayuno, nos invitó a sentarnos y a esperar sin compromiso la llegada de nuestros comensales, que se retrasaría aún unos cuantos minutos. Aprovechamos para estudiar a fondo la carta de desayunos, cuyo producto estrella es el chocolate caliente, acompañado de churros o porras, lazos de hojaldre o bizcochos variados y de buen aspecto, como pude comprobar echando un vistazo a los expositores de la barra.
Detrás de ésta, junto a la cafetera, se hallan dos grandes depósitos marca Klaxon de los que se extrae el chocolate caliente; al otro lado se encuentra la máquina Zumex y los estantes en los que se amontonan las tabletas de chocolate Atienza. En cuanto a las mesas, hay cuatro o cinco, dos de las cuales están junto a las ventanas y tienen sillas a un lado y bancada al otro. En una de éstas estábamos, observando el local y siendo observados por los clientes que ya comenzaban a acudir. Otra camarera, tan diligente como el otro, salió de la nada y, muy preocupada, se acercó a preguntar si acaso no estábamos atendidos. Insistimos en que esperábamos a unas personas, pero nuestra paciencia llegó a su límite y decidimos pedir, sin más dilación, sendos chocolates a la taza, para los que no es menester sacarina, con su respectiva ración de churros.
Al poco, llegaban M y P, echándose mutuamente la culpa de su retraso, y pidieron lo mismo que nosotros. Los chocolates llegaron en seguida, dada la facilidad que supone servirlos puesto que se extraen, como se ha explicado arriba, de un depósito con un grifito en su base. Los churros se sirvieron en cantidad más que suficiente, colocados con primor en una cestita de mimbre y en absoluto aceitosos. En un primer momento pensamos que ahí estaban las cuatro raciones de churros, pero la diligente camarera nos indicó que no, que ésos eran para G y para mí, y que para M y P iba a preparar otra cestita de churros recién hechos. Ellos se alegraron mucho por el detalle, pero su alegría se tornó impaciencia a medida que veían cómo G y yo disfrutábamos del desayuno mientras ellos conduraban su chocolate y esperaban mohínos su tarda cestita churrera, que llegó prácticamente cuando se acababa la nuestra.
En ella se encontraba el churrito phi, pues, como se aprecia en la imagen, tenía la forma de esa letra griega. Lo depositamos sobre una servilleta para admirarlo y di por sentado que me correspondía a mí comerlo, así que mi decepción fue máxima cuando descubrí que G lo había partido en dos y daba buena cuenta de la primera mitad, sumergiéndola en su tazón de chocolate sin ningún sentimiento de culpabilidad.
De vez en cuando la camarera se acercaba a nuestra mesa a ofrecernos cosas diversas, como si sospechara que iba a aparecer aquí mencionada: primero trajo un vasito de agua por cabeza, porque "el chocolate da sed", axioma que, creo, se acababa de inventar; después vino con una bandeja repleta de galletas y otros dulces para invitarnos a coger uno porque era Navidad... y a todo esto, los churritos de M y P sin salir de la cocina. Cuando finalmente llegaron, G y yo tuvimos que observar cómo se los comían y, puesto que ellos no nos pidieron ninguno de nuestra cestita, yo no me atreví a pedirles ninguno a ellos, pero bien que me lo hubiera comido si lo hubieran ofrecido.
Durante todo este tiempo de desayuno, que se alargó bastante, los clientes iban entrando y saliendo. La mayoría de ellos parecían habituales, pues saludaban con familiaridad a los camareros, que se permitían alguna bromita comedida. Especialmente espectacular fue la entrada de dos señoras mayores muy risueñas y con pinta de acudir con frecuencia a Chocolat. Se les dio una cálida bienvenida por parte de los camareros, se sentaron en la mesa contigua a la nuestra y pidieron café con roscón. Al poco, la camarera amable les preguntó si les había gustado el dulce navideño y la respuesta que recibió fue un silencio helador, tan sólo roto al cabo de unos segundos de tensión por un "no estaba muy bueno" que entristeció a la camarera. Y es que hay gente que se atreve a expresar libremente su opinión sea sobre un desayuno, sea sobre un corte de pelo sin temer herir los sentimientos de los demás.
En cualquier caso, en nuestra mesa quedamos muy satisfechos con lo desayunado, así que pagamos los 15, 20€ de la cuenta y continuamos cada uno por nuestro lado, unos en busca de la nueva ubicación de la librería de los hermanos Trueba, otros en busca de zapatos a medida.
PUNTUACIÓN:
ENTORNO 7 SERVICIO 8 CALIDAD 9 PRECIO 3,80€
Se te ha olvidado comentar que vosotros,par de ruines,nonos ofrecisteis ni un misero churrito a P ni a mi..
ResponderEliminarMenos mal que la camarera se dio cuenta y trajo a probar la super bandeja de dulces que por un momento pense que era mi racion de churros!!