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24 de enero de 2014

Felicidad Café. Murcia, 18 de enero de 2014.

Este domingo accedemos a Murcia por una entrada diferente a la habitual en nuestras expediciones desayuniles: entramos por el Rollo y aparcamos junto al Cuartel de Artillería. No son lugares que visitemos a menudo, aunque también hay cosas interesantes a este lado del río, como la consulta de mi oftalmólogo y la fuente bicántara de la Plaza de Camachos que sigue fascinando a niños y mayores. Por ser domingo y además lluvioso no hay muchos paseantes por la calle. Si bien tenemos claro nuestro objetivo, nos permitimos errar unos minutos por las plazas del Cuartel de Artillería y admirar lo bonico que es, con su depósito descascarillado y sus bancos decorados con azulejos. Para nuestra alegría, descubrimos que hay un bar en la planta baja de uno de los edificios y que está abierto tal día como hoy. De hecho, dos personas salen de su interior bajo nuestra atenta mirada con cafés to go, así que hay acuerdo unánime en que vendremos a probar y a observar.
El invitado incierto, llegó hace 17
días y por ahora no ha mostrado
 intención de querer marcharse.
Mi falta de experiencia en esta zona provoca que demos un amplio rodeo no deseado para llegar a Felicidad Café, rodeo que provoca en G un ligero nerviosismo, ya latente en su corazón desde que salimos de casa, pues hace un par de meses quisimos desayunar aquí y, al llegar, lo encontramos cerrado. Pero hoy la fortuna nos sonríe y tenemos todo el café a nuestra disposición, ya que tan sólo dos chicas mantienen en la barra una charla post-desayuno acerca de la prorrata de la paga extra, que se alarga hasta después de que nosotros nos vayamos y quién sabe si aún seguirán ahí condenadas por algún poder superior, enfadado por tan insustancial tema de debate, a seguir charlando per saecula saeculorum.
Al entrar en Felicidad Café uno recibe la bienvenida silenciosa de una sonriente cafetera antropomorfa pintada en la pared con un portátil en una mano y una taza de café, tal vez procedente de sí misma, en la otra. Me resulta simpática y se me ocurre que tal vez debería hacerme pintar algo así en casa, pero desecho rápidamente este pensamiento para concentrarme en la decoración y en la elección de mesa. El local está dividido en diversas zonas: a la izquierda, la barra con las dos muchachas parlantes; a la derecha, un espacio de mesas amplias donde se invita a practicar el coworking; en un cornijal, el punto vintage canónico, compuesto aquí por un sillón orejero junto a una estantería hecha de cajas de madera antiguas, que me recuerda al rincón setentero de la bilioteca regional (¡hazle una visita, lector!); a ambos lados de la feliz cafetera parietal, puertas cerradas y rotuladas como "Sala de reuniones", por lo visto también a disposición del cliente; finalmente, en el centro del local, media docena de mesitas con sillas dispares pintadas de blanco.
Escogemos una como sede para el desayuno de hoy y me doy cuenta de que, bajo el cristal que cubre el tablero, hay un hule plástico que, por causar incomodidad a los clientes cuando está desplegado, supongo, ha sido enrollado alrededor de las patas de la mesa con un resultado más bien feo y que me hace añorar las mesas camilla de mis abuelas, de mantel pesadote y bastante más cómodo y calentito que estos hules.
La carta, por otro lado, es bonita. El diseño es también viejuno y las ofertas de desayuno se multiplican en su interior. Además del clásico café+tostada/bollería/donut, con o sin zumo, existe la opción de tomar café+cuenco de yogur con fruta/cuenco de cereales con leche. En otro cornijal de Felicidad Café se alinean sobre un pequeño mostrador varios surtidores de cereales para que el cliente escoja el que más se le antoje. G, gran experto en cereales y, sobre todo, en la adecuada conservación de éstos en el hogar, se pregunta con qué frecuencia se renovará la oferta cerealística para evitar que el desayunante los encuentre pansíos.
Como tenemos mucha hambre, pedimos dos cafés con leche, con sacarina por favor, dos tostadas enteras con tomate y un solo zumo de naranja. Se nos atiende con presteza y, justo en el momento en que otra pareja de jóvenes entra en el lugar, llegan las comandas a la mesa. Si no recuerdo mal, sólo un café va acompañado de sacarina. El zumo recibe los elogios de G; yo no lo pruebo, así que me abstengo de opinar. El café, en cambio, no recibe elogio ninguno. Nos lo tomamos, sí, pero pasa por nuestro esófago sin pena ni gloria. Dado que las cafeteras actuales parecen todas tan buenas y tan italianas, pensamos que la indiferencia que nos produce este café con leche se deba a la necesidad de los camareros de mejorar sus habilidades como barista. En cuanto a la tostada, la encontramos abundante pero sin chicha. Y esto empieza a ser preocupante: puedo contar con los dedos de la mano las cafeterías donde he probado tostadas de pan no ya delicioso, sino simplemente bueno. ¡Basta ya de usar pan insípido para las tostadas!
A pesar de estos inconvenientes, el desayuno es agradable y la idea de probar la tarta de zanahoria puede atraernos nuevamente aquí en un futuro próximo, aunque si eso ocurre, probaré con un capuccino o alguna otra variedad adolescente de café. G que define el local como insípido, no creo que vuelva. La cuenta asciende a 5,50€.
PUNTUACIÓN:
ENTORNO 6 SERVICIO 6 CALIDAD 6 PRECIO 2,75€

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