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6 de enero de 2014

Cafetería del tren Altaria 223. Murcia-Madrid, 1 de enero de 2014.

A la hora en que todavía algunos no han pensado siquiera en tomar los típicos churros, mientras al Rey lo sacan en camilla de algún puticlub, mientras alguien vomita sin vergüenza en la puerta de la catedral de Murcia y mientras Chabelita le hace prometer al novio amor eterno, nos hemos levantado para coger un tren hacia la capital del reino.
No nos ha importado madrugar, ayer a las 12 ya estábamos en brazos de Morfeo. Mi último recuerdo del año es Kurt Cobain destrozando guitarra y amplificador en un concierto de diciembre del 93 que he visto montones de veces y que a algún programador de la MTV, recuperando la dignidad por un instante, se le ocurrió que valdría para despedir el año, bravo.
Nos recibe un día despejado, que según AEMET tornará lluvioso durante el viaje. De camino a la estación nos encontramos un jevi tirado todo él en la carretera de Alicante, no ha podido elegir lugar con menos encanto para dormir la mona; deberíamos cuidar estos detalles.
En nuestro vagón subimos 4 personas. Una mujer que según ha confesado era la primera vez que subía a un tren (sus preguntas daban fe de ello) y un señor que también se ha animado a preguntar, dado nuestro aplomo y seguridad al subir, si la locomotora iba hacia dónde esperaba; pues sí.
Mientras una voz indica la llegada a Hellín con un entusiasmo impropio, a no ser que seas fan de los caramelos de tanatatorio, se nos ha acercado lo que en principio confundimos con un borracho y acabó siendo el revisor, relatando a todo el que quisiera escuchar una historia cotidiana. Se queja de que su día había empezado con mal pie y que, por tanto, había quedado completamente gafado y  espera varios infortunios en las próximas horas. Ana, haciendo gala de su empatía, le ha tildado de supersticioso, algo que no ha terminado de convencer al ebrio revisor. 
Hemos esperado hasta Albacete para levantarnos a desayunar y hacerlo coincidir territorialmente con nuestra parada habitual en Pozoamargo camino de Madrid, con la esperanza de no encontrarnos con mucha aglomeración. 
El vagón cafetería asoma sin clientes, con la única presencia de un camarero con actitud de hastío. Hemos llegado con cierto entusiasmo que se ha despeñado totalmente al ver el pobre panorama de complementos al café que se nos presenta. Ana ha ido sobre seguro y pide un donut envasado individualmente, pero su hipótesis es que este envasado es peor para conservar las propiedades de la famosa rosquilla que el embalaje frecuentado en los bares. Yo he pedido croissant que hubiera hecho las delicias de Chaplin en La quimera del oro, pero que a mí me sabe a chancla de mercadillo. El aguate que nos han puesto al pedir el café tiene la cualidad de empeorar con la sacarina; algo digno de estudio.
Mientras debatimos sobre si esta baja calidad con la que nos ha recibido el año es circunstancial por las fechas o es habitual en RENFE, aparece un guiri preguntando algo sobre cómo llegar a Barajas y anima el tono de la conversación entre los trabajadores ferroviarios, dándole al buen hombre varias alternativas para su trasbordo. Y como no pintamos nada aquí, mejor nos vamos.

PUNTUACIÓN:
ENTORNO 8 SERVICIO 5 CALIDAD 3 PRECIO 3,70 €

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