Una serie de sucesos se han producido esta mañana con consecuencias muy diversas y más o menos relevantes para la historia de la humanidad, tanto aquí en Elx como en el otro extremo del planeta. Por lo que a mí respecta, la consecuencia más palpable ha sido que me he encontrado con una hora libre a mitad de la mañana, lo que ha bastado para alegrarme el día. Dado que es muy de mi agrado pasear por el barrio, he aprovechado para realizar una caminata con dos paradas, a saber: compra de verduras en el mercadillo y desayuno en el recientemente inaugurado Horno Carmen.
Se trata de una panadería-cafetería sita en la calle donde G y yo morábamos hace unos años pagando un elevado alquiler, dicho sea de paso. Es una zona multikulti con mucho ajetreo matutino. En el rato en que he estado desayunando he visto pasar por la puerta acristalada del local a personas de nacionalidades muy diversas, abuelos desocupados y parlanchines, mujeres con su carrito rebosante de alcachofas, un par de alumnos huídos del instituto y hasta varias cajas de pollos desplumados transportadas por un señor a la carnicería de al lado.
El Horno Carmen procede de Santa Pola y ha llegado a Elx dispuesto a hacerle la competencia a mi adorada Espiga de Oro. Y debo decir que se trata de un gran competidor. Hay una abundancia y variedad de dulces hiperbólicas: croissants y magdalenas de tamaños e ingredientes diversos, con y sin relleno, donuts, rosquillas, berlinas, fartons, ensaimadas (normal y mini), empanadillas de calabaza y boniato, bretzels almendrados... Y eso sólo en la sección dulce, porque la salada, que constituye el 50% de la oferta, cuenta con panes que se multiplican como cosa milagrosa, napolitanas de york y queso, cocas variadas y hasta pasteles de carne. Algún día compraré uno para probar, aunque no tengo grandes esperanzas. Mi experiencia me obliga a precaverme de los pasteles de carne no fabricados en el municipio de Murcia. No obstante, llegado el caso, haré un juicio imparcial.
El local no es muy grande y prima la faceta de panadería sobre la de cafetería. De hecho, sólo cuenta con tres mesitas en un extremo que suelen estar ocupadas. Desde una de ellas veo la cafetera tras el mostrador pero poco más, no hay neveras para refrescos o zumos, al menos a la vista del cliente. El mobiliario es modernillo, así como la decoración: está bien iluminado, con lámparas de líneas sencillas, pero nada de tubos halógenos; en la pared junto a la que se alinean las tres mesas y en una columna tras el mostrador hay escritas nubes de tags con nombres de dulces y panes, ese recurso decorativo tan de moda últimamente. Este concepto se combina con elementos más tradicionales como el San Pancracio y su dedo alzado y los cupones de la ONCE colgando sobre la caja registradora.
Pido para desayunar un café con leche, con sacarina por favor, y un muffin de naranja. El café viene con su sacarina sin problemas, tal como se ve en la imagen, donde también se aprecia que las servilletas están muy mal colocadas en su dispensador.
El muffin es sencillamente delicioso: jugoso, de tamaño adecuado para saciar el apetito mañanero, con pequeños trocitos de naranja confitada en su interior y cubierto por un papel naranja acorde con su contenido. A mi lado desayuna una familia feliz compuesta por papá, mamá, niña pequeña y peluche gigante de PepaPig que ocupa una silla como cada uno de los humanos que la rodeamos. Pronto se marchan los cuatro y me quedo a solas con los camareros/panaderos, que son tres y se reparten muy bien las tareas. Hay una chica que pone los cafés y atiende al público con diligencia y amabilidad moderada, es decir, justo lo que a mí me gusta. Al quedarnos solas tras la marcha de la familia me ofrece una bolsa de bollería del día anterior que está de oferta. ¿Habrán llegado a sus oídos las prácticas que C, P y yo llevábamos a cabo en la Espiga el año pasado? En cualquier caso, respondo muy digna que no la quiero y que me llevaré, cuando termine mi desayuno y mi observación del lugar y los hechos, bollería DEL DÍA para el fin de semana. El segundo empleado es un chico más bien joven que entra y sale de la trastienda sin otro cometido, me parece, que el de soltarle chascarrillos a las señoras que vienen a comprar el pan para lograr su fidelidad. El tercero, algo mayor, parece el jefe de la sucursal y habla con sus compañeros en ese valenciano de l'horta que yo nunca dominaré. Dado que yo no entro, por mi edad, en el grupo de señoras al que debe atender el empleado joven, es éste mayor el que decide darme conversación preguntándome si conozco los pasteles de carne, pues ha sentido curiosidad al verme hacer (yo creía que con disimulo) una foto. Tras explicarle que vivo en Murcia y que soy una de las mayores autoridades de la Región en ese producto, afirma con rotundidad que los de Horno Carmen están muy buenos. Ya veremos, ya...
ENTORNO 5 SERVICIO 8 CALIDAD 8 PRECIO 2,25€
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