Esta mañana hemos salido algo tarde a desayunar. Ya serían las 11 cuando nos hemos sentado en la terraza del Cuatrocientos, en la plaza de la Universidad. Un buen toldo nos protegía del sol que empezaba a calentar más de lo que nos decían que iba a calentar en este verano que no iba a ser tal. Un camarero joven se ha acercado a nosotros a los pocos segundos (no había más clientes en la terraza en ese momento) y ha tomado nota mental de nuestra comanda: dos cafés con leche (con sacarina, por favor) y dos medias tostadas con tomate.
Las mesas de la terraza no son especialmente bonitas, pero sí cómodas, cortesía de Cocacola o una marca similar. En las servilletas se lee un genérico "Gracias por su visita" y hay un menú plastificado y aún no muy estropeado en el que se recoge una amplia variedad de tapas y bocadillos de precios moderados, aunque precisamente la riqueza de su oferta y lo reducido del tamaño del menú hace que su lectura detallada sea algo poco apetecible. Echo de menos la aceitera que suele verse en las mesas de los bares a la hora del desayuno y empiezo a temer que no le esté permitido al cliente aderezar sus propias tostadas. Con adecuada diligencia, el camarero vuelve a los pocos minutos con sendos cafés, de aceptable tamaño, y los deposita frente a cada uno de nosotros, desayunantes tardíos, sin pronunciar ni una palabra, lo cual me incomoda un poco, porque me da la impresión de decir "gracias" a una persona que no tiene mucho interés en la tarea que está realizando. Me fijo en que, al dejar el café ante mí, en la cara interior de su muñeca lleva tatuados dos nombres: uno es Samuel y del otro no me acuerdo. Pienso en si serán sus hijos y me sorprendo rechazando ligeramente a esas horas del día el toque canalla que aún atribuyo a los tatuajes. Se ha acordado de traer sacarina con el café. Las tostadas llegan sólo unos instantes después, confirmando mis temores: vienen ya preparadas con la mezcla de tomate, aceite, sal y un poquito de orégano extendida por encima. Prefiero hacer yo esa tarea, aunque en el proceso se enfríe la tostada. Otro defecto lo encuentro en el tipo de pan empleado: rebanadas de pan, tal vez integral, en lugar de un bollo o porción de una barra partido en dos. En cuanto al sabor, el café está bien y las tostadas, un poco escasas de tomate, pero aceptables.
El lugar nos hace repetir opiniones que ya hemos expresado con anterioridad muchas veces relativas a la fealdad de la plaza y a lo rentables que resultan las copisterías próximas a una universidad. Una pareja mayor se sienta en una mesa cercana a la nuestra y, sin que ello tenga nada que ver, nos levantamos para irnos. G entra en el local para pagar y yo observo desde fuera que el interior no tiene mal aspecto, aunque tampoco me atrae lo suficiente como para echar un vistazo más de cerca. El precio de ambos desayunos asciende a 3€.
PUNTUACIÓN:
ENTORNO 6
SERVICIO 6
CALIDAD 5
PRECIO 1,50€
Aunque la plaza es un poco fea y la fachada del bareto algo cutre, , me congratula que todavía se pueda desayunar en Murcia, por un precio razonable. Probaremos.
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