En una ciudad como Murcia, con un
El Corte Inglés (en adelante, ECI) de los de toda la vida, no se entendió muy
bien que abrieran hace unos años otro centro, cerca de la autovía, un
poco a desmano de todo, donde solo le viene bien a las hordas de alicantinos
que nos invaden todos los 9 de octubre.
Tengo que decir que no me
desagrada este mamotreto, incluso por la noche tiene su cierta gracia. Está lleno
de pasillos y pasillos sin utilizar, que parece que iban a ir destinados a
poblarlos de tiendas o locales de restauración donde sacarnos los cuartos, pero
que no se sabe bien si por la crisis o por la cercanía del Thader y la Nueva Condomina , o por las dos
cosas, se han quedado con la pared echada. Este centro comercial ECI El Tiro, así se
llama, comparte con el de Elche los pocos clientes que pueblan sus pasillos y
el no tener excesivo número de empleados, lo cual está bien siempre que no
vayas decidido a comprar. Con los empleados del ECI he sufrido una transformación,
en este lo noto menos ya que casi todos son de nueva hornada, y ya casi
prefiero a sus empleadas con 40 años de profesión, con más laca que Margaret
Thatcher, a los empleados hipsters de Jack&Jones o a los llenos de
piercings de Pull; me gusta el empleado viejuno.
La cafetería que hay dentro de ECI
es una mierda, sirven una café digno de Mordor, que no se entiende como luego
tienen la cara de venderte todas esas máquinas de diseño tan bonitas para tomar
café en casa. Cada vez que paso por delante me indigno y me entran ganas de
entrar recortada en mano, imitando la escena gloriosa de El día de la bestia,
donde se cargan a los reyes magos y siembran el caos entre los clientes de ECI
de Callao. Me sobran los motivos, ya que el pastel de carne que venden en este
sitio también es de juzgado de guardia. El tema es que aquí no se puede tomar
café.
Ya he dicho que el centro está
plagado de espacios vacíos, pero en el extremo de uno de esos pasillos, casi
borgianos, hay un breve amago de iniciativa comercial. Así que, cuando venimos
a desayunar a este lugar, vamos a la única cafetería que hay, además de la
mencionada. Se llama Lavazza y está en una especie de rotonda, junto a los
cines, donde casi nunca hay nadie y el mismo trabajador te vende la entrada y
te la corta, un Wok que ya abrió cerrado, un kebab con un rulo (siempre el
mismo) girando eternamente, y otro bar del que mi memoria no guarda recuerdo.
Los clientes habituales del
Lavazza suelen ser empleados del lugar, o algún padre que se sienta allí a
esperar a que su hijo se descalabre, ya que hay un miniparque infantil pegado a
la cafetería. Esta vez cuando llegamos estábamos solos, que no es una mala cosa
en este sitio donde siempre tardan un montón en preparar el café. Tienen la
extraña costumbre de no empezar a hacer el café hasta que no esta totalmente
atendido el cliente anterior, creando a veces unas tardanzas absurdas. Mientras
esperábamos en la barra, ya que no tienen servicio de mesa, apareció un
vendedor de cupones de la ONCE ,
que se dedicó en explicarle a la camarera de forma puntillosa todo su día de
ayer y cómo consiguió averiguar los cupones vendidos a lo largo del mismo. Esbozó
en una servilleta una increíble formula matemática, ante el asombro de los
presentes, que consistía en restar al total de cupones que tenía en su poder al
principio del día los que tenía al final, dando como resultado los vendidos. Cuando
nos íbamos, llegó un padre acompañado de las niñas del resplandor, que ante la
pregunta de qué iban a tomar respondieron a una sola voz: NAPOLITANA DE CREMA.
El café del lugar esta bastante
bueno y la bollería del lugar tampoco está nada mal. El precio del desayuno es
fijo y tienen variedad donde elegir. Ana pidió café con leche con un hojaldre
de manzana y canela, que alabó varias veces, y yo pedí café con leche, con
sacarina, y napolitana de chocolate, algo pansía (murcianismo al canto), pero
comible.
Muchacha esperando la próxima película de Nicolas Cage |
ENTORNO 8 SERVICIO 7 CALIDAD 7 PRECIO 1,80€